La Maldición de Hill House: corre a verla si aún no lo has hecho
Mucho más que otra serie de terror del montón
Imagen promocional. / Netflix
Modo de empleo. Sobre un sofá mullido despeñará su cuerpo agotado tras otra infame y eterna jornada laboral. Mando a distancia lo suficientemente a mano como para defenderse ante los saltos de volumen que hielan la sangre. Botón que abra la aplicación de Netflix. Búsqueda entre las tendencias actuales con un leve scroll hacia la derecha que desembocará en un icono cuadrado con vídeo interactivo dentro a modo de tráiler de una serie llamada La Maldición de Hill House.
Reproducir episodio 1. Manta mullida y preferiblemente con exceso de grosor subida hasta la nuez, permitiendo la suficiente holgura como para poder realizar un movimiento ascendente y taparnos la cara en determinadas escenas como si cerrar los ojos no fuera suficiente para sofocar el pánico. Ese movimiento reflejo de me voy a esconder no vaya a ser que me salpique lo que sucede dentro de la pantalla suele ser un claro indicativo de que nos encontramos frente a una producción que cumple bien su cometido.
En la actualidad parecíamos abocados a sufrir un eterno binomio del terror. Una combinación binaria donde sólo hay ceros y unos como herramienta para desarrollar el nudo argumental. O película de terror psicológico que aboga por profundizar en los rincones más oscuros de la psique humana o bien filme donde el susto y el respingo están a la orden del día. Bien, La Maldición de Hill House, aunque tiene retazos de ambas corrientes, es algo más.
Y lo es porque su propuesta resulta evocadora desde el primer minuto, donde ya se intuye que la serie ofrece una perspectiva algo diferente a lo convencional en este manido género. Como inspiración permanente, la novela homónima de Shirley Jackson de la que se cogen retazos, pero, como dicen los publicistas de hoy día, “le han dado una vuelta”. La vuelta es obra del director de la serie, Mike Flanagan, que pone sobre la mesa una historia mil veces contada e inmersa con todos los galones en el imaginario colectivo como son las casas encantadas. “La falta de imaginación que demuestran las nuevas producciones audiovisuales empieza a ser un lastre”, musité entre dientes. Bueno, en realidad fue un “qué mala pinta tiene esta serie”, que no soy tan redicho, copón.
Pero a medida que seccionamos con bisturí sus verdaderas intenciones, nos topamos con una historia donde el miedo prevalece más allá de los fantasmas (que también los hay, de todos tamaños y formas), demostrando que el auténtico terror vive dentro de uno y tiene que ver con cuestiones apegadas a la cotidianeidad y los miedos que florecen en nuestro interior, sin necesidad de aderezo de atrezzo fantasmagórico mediante. El pavor está a veces más relacionado con la rutina que con seres de ultratumba, y la serie lo sabe y lo explota.
Un fotograma de la serie / Netflix
Es este matiz, el de plasmar sobre una trama fantasmagórica un drama familiar donde salen a la luz rencillas e inseguridades , lo que otorga a la serie este halo tan especial. Aquí va el argumento, sin spoilers de esos que admiten merecida venganza instantánea. Un matrimonio (los Crain) muy bien avenido y exquisitamente educado que decide restaurar un antiguo y tétrico caserón y llevar allí a sus cinco hijos durante unas cuantas semanas. Lo que comienza siendo una mala idea acaba siéndolo también después.
El fallecimiento de la madre en extrañísimas y terroríficas circunstancias y todo lo que ello conlleva es el hilo argumental sobre el que se desarrolla la trama. Con saltos temporales, regresiones explicativas y una belleza visual acojonante, que agrupa los dos significados posibles de la palabra: 1) adverbio de calidad y 2) que da mucho miedo.
La serie juega con los crujidos de escalones de madera, la presencia de espíritus horripilantes y las puertas que no se pueden abrir pero albergan horrores intramuros. Pero en su desarrollo apreciamos una analogía fabulosa entre cada uno de los personajes y su forma de superar una pérdida. Ya sea mediante el escepticismo, la ira, la evasión abrazando placeres prohibidos, la negación e incluso la aceptación. Leyendo entre líneas, somos capaces de entender que cada capítulo gira en torno a la forma que tiene cada uno de los vástagos de sobreponerse y afrontar la despedida. Para quitarse el sombrero.
Mención especial merece el capítulo sexto, que lleva por nombre Dos Tormentas y supone un auténtico prodigio audiovisual, donde se entrelazan cinco planos secuencia de complejísima ejecución, sin cortes para trampear y sin CGI (imágenes generadas por ordenador) de por medio. Una de las piruetas visuales más interesantes que hemos visto jamás en una serie. Para su ejecución, tan solo una cifra para que os hagáis a la idea de la envergadura del asunto: la producción de la serie quedó paralizada durante 100 días de ensayo para que esta escena plagada de coreografías y con niños de por medio quedara niquelada.
Es La Maldición de Hill House una serie que disfrutarás aunque el género terrorífico no te haga el más mínimo tilín, hasta ahí llega su grandeza. Del final mejor no decimos nada por el momento, pero también da para sentarse horas y horas y debatir con virulencia. Hay gente que se ha enfadado mucho. Entre ellos no está el genio del género, Stephen King, que ha mostrado en Twitter una más que conformidad hacia este producto original de Netflix que se ha colado, a la chita callando y formar demasiado barullo, en la lista de las mejores-cosas-que-consumir-en-tu-vida.
