El renacimiento de la abeja reina: Beyoncé asciende a lo más alto y se reafirma como la gran diva de su generación
“La artista, siempre dispuesta a renacer y ascender a lo más alto para reafirmarse y homenajearse”
Es difícil explicar con palabras lo vivido este jueves en el Estadi Olímpic de Barcelona con Beyoncé, pero me he propuesto intentar que el lector que llegue al final del texto pueda sentir, al menos, una milésima parte de lo que yo sentí anoche en el que – sí, lo digo – ha entrado directamente a ser uno de los mejores conciertos de mi vida. No era mi primera vez con Beyoncé. Hace siete años, en el 2016, tuve la oportunidad de verla con The Formation World Tour. Ese, hasta la fecha, ostentaba el título del mejor, por eso pensaba que, muy difícilmente, Queen B podría superar semejante espectáculo. No me atrevo a decir si lo superó o no, pero desde luego lo igualó y reafirmó por enésima vez que es la gran diva de su generación.
Reconozco que no tenía muy trabajado Renaissance. Tuve en bucle Break My Soul y Alien Superstar cuando salió, y recuerdo esa primera escucha del disco en el coche durante las vacaciones de verano para sumergirme en esos sesenta minutos de la sesión house y dance con reminiscencias del R&B que se marcó la de Texas para su trabajo discográfico número siete. Esta gira es un homenaje a ese disco. No es una gira de grandes éxitos. Beyoncé ha maquetado un espectáculo medido milimétricamente en torno a Renaissance y a toda la base estética. No canta Single Ladies ni Halo. Se las ha cargado sin ningún tipo de reparo. Tampoco incluye en el setlist Deja vu, Listen, Drunk in Love, y otros de los tantos hits por los que se la recuerda. Tampoco le hace falta. Dos horas y media después del concierto te das cuenta que la abeja reina hace a su antojo y todo, absolutamente todo, está bien.
El renacimiento de Beyoncé
Beyoncé dividió su espectáculo en cinco actos: la apertura con The Singboard, incluyendo temas como Dangerously in Love o el pack de 1+1 + I'm Goin Down; El Welcome to Renassince, con la producción dance de Cozy y Alien Superstar a la cabeza; Mother Board, con Cuff It y la brutalísima Break My Soul; Opulance, liderado por el trío Formation - Diva - Run The World; Anointed, con Church Girl, Love on Top y la icónica Crazy in Love; Y Mind Control, que es la recta final y es cuando canta Pure/Honey y remata con Summer Renaissance. Este es el resumen de un concierto donde canta hasta 35 canciones. Sin embargo, el valor de Beyoncé reside en el concepto y en la conexión directa que hay entre ella y su colmena de abejas obreras.
“Guau”. Esta fue la primera palabra con la que se dirigió a Barcelona después de cantar el primer tema. “Gracias por la lealtad de todos estos años, espero que tengáis un buen show”. Hablo de la conexión porque en ese estadio, con cincuenta mil personas a sus pies, se vivió una especie de catarsis colectiva. Un espacio seguro en el que cada uno podía expresarse como le diera la gana mientras ella, la Beyonsebe que diría María Patiño, nos daba lo que habíamos ido a ver: el show de nuestras vidas. Hablo por mí, por mi novio y por la amiga escocesa que me eché durante el concierto – y que representaba perfectamente la emoción y la sobreexcitación que allí se respiraba – cuando digo esto y lo mantengo después de unas horas de reposar lo visto y lo vivido.
Como fan y seguidor de todas las grandes divas de nuestro tiempo, creo que ninguna es capaz de reproducir lo de Beyoncé. Y no es desmerecer a las otras, sino reconocerle a ella todo el mérito que tiene. Y creo que es justo, porque ella también lo hace. Decía que el concierto es un homenaje a su álbum homónimo, pero es que detrás de ese disco y de todo el concepto de la gira se esconden muchos homenajes. Todos los que ella rinde a la cultura de la música disco, a la música negra y a todas las grandes que le abrieron camino y le han convertido, con sus referencias y su lucha, en la artista que es hoy: desde Mary J Blige a Tina Turner, pasando por contemporáneas como Megan Thee Stallion. Todas ellas tienen su particular momento, ya sea en forma de covers o, directamente, siendo recitadas una a una por la mismísima Beyoncé (ese momento “Queen mother Madonna” fue de pelucas al aire).
Igual de justo es reconocer que, si las grandes tienen su hueco, la artista también deja que las nuevas generaciones se abran paso. No solo por ese momento coreografía con su hija Blue Ivy que te habrás cansado de ver en Tik Tok. El cuerpo de baile de Beyoncé, sus coristas, sus músicos… todos los que la acompañan tienen su momento. Porque todos tienen una pequeña gran parte de responsabilidad en que lo que vimos ayer fuese tan, tan grande. Y es que, si por si fuese poco una exquisito repertorio, una producción y un sonido tan limpios que por momentos te llevaban a dudar de que aquello pudiese ser directo, y un cuerpo de baile capaz de llenar con su energía y sus movimientos semejante escenario, mención aparte merecen los visuales. Un espectáculo en sí mismos. En serio, has pagado por ver en cine superproducciones menos espectaculares que los vídeos que servían de interludio y de presentación entre actos.
El ascenso a lo más alto para perdurar
Beyoncé hizo anoche dos cosas. La primera fue demostrar absoluto respeto y admiración por su familia, por su equipo y por su público. Lo segundo fue, después de dos horas y media, dejar constancia que por muchos que vengan detrás de ella, que a pesar de que muchas de sus homólogas permanezcan con el cartel de cerrado por vacaciones, ella perdurará en el tiempo como la gran diva de su generación, siempre dispuesta a renacer y ascender a lo más alto las veces que hagan falta para reafirmarse y homenajearse. ¡Larga vida a la abeja reina!
Adriano Moreno
Periodista de LOS40 y escritor. Me gustaría vivir...