¿Son potenciales psicópatas los amantes del cine de terror? Mitos y realidades de un género maldito
Un psicólogo resuelve los debates en torno a este tipo de cine por el estreno de 'El Exorcista: Creyente'
Un asesino enmascarado que va a matar a aquella chica inocente que solo ha atendido una llamada de teléfono, un tiburón que se acerca sigilosamente a una bañista que terminará tiñendo el agua de rojo, un payaso apareciendo por sorpresa detrás de un infantil globo rojo... Todas estas escenas tienen un elemento común: hacer sufrir a muchos espectadores a la vez que les enganchan mucho más a la historia. El terror tiene un componente adictivo que desagrada y encanta a la vez, y que por difícil que parezca, es una antítesis que tiene explicación.
Desgranar este tipo de realidades siempre es interesante, aunque el mejor momento es descubrirlo con el estreno de El Exorcista: Creyente. Esta secuela trae los exorcismos al frente del cine de terror como se ha hecho en varias ocasiones a lo largo de los últimos años; aunque en esta ocasión sigue el legado de una de las películas de terror más conocidas de la historia, El Exorcista. Estrenada en 1973, sus efectos, trama y decisiones de trama políticamente incorrectas no solo revolucionaron al público, sino todo el género. Algo que a día de hoy sigue consiguiendo.
En esta nueva película, dos familias se reencontrarán con sus respectivas hijas tres días después de su desaparición, y verán como actúan de manera extraña. El diablo ha entrado en ellas, por lo que tendrán que luchar contra su propio escepticismo y evocar el poder de Cristo para salvar a sus pequeñas. Por supuesto, la cinta volverá a pegar a sus butacas a los espectadores con escenas que conseguirán atemorizarles, ya sea horrorizándoles o provocando que cada vez estén más dentro de la película. Y el porqué es rebuscado, aunque lógico.
Todo apunta al mismo elemento común, el miedo. Como emoción, es algo que los seres vivos compartimos y que nace de la necesidad de protección ante las amenazas: el instinto de supervivencia ha sido vital para todas las especies desde el inicio de los tiempos —de lo contrario, no prosperarían a través de la historia—. Si nuestros antepasados no hubieran huido de las bestias que les incluían en su dieta, ahora no estaríamos aquí.
Así lo explicaba Alberto Soler en una conferencia vinculada al estreno de El Exorcista: Creyente, en la que primero contó cuál se considera la primera experiencia de terror en el cine. Fue en el año 1895, cuando los hermanos Lumière presentaron La llegada del tren a la ciudad. Era una escena que apenas llegaba al minuto, y simplemente mostraba un tranvía llegando a una estación, pero el miedo llegaba puesto por su mero contexto: los espectadores, aún sin experiencia audiovisual previa, tomaron el punto de fuga y la profundidad de campo de la escena como la prueba irrefutable de que el vehículo iba a traspasar realmente la proyección y arroyarles por encima. Se mostraron aterrorizados.
La respuesta fisiológica
A aquellos espectadores de hace más de dos siglos seguramente les vino una respuesta fisiológica, que tratándose del miedo activa el sistema nervioso. La respuesta al estímulo que lo causa es ponerte en alerta; algo que pasa por el córtex visual. En otras palabras, notamos la amenaza y la vemos, con dos respuestas posibles: la vía rápida, en la que la percepción de la amenaza va la amígdala y termina resultando una respuesta conductual y fisiológica, en apenas unas milésimas de segundo; o la vía en la que va del córtex visual al córtex prefrontal, con activación a nivel cardiovascular, músculo esquelético o endocrino —en esta última categoría se encajaría, chistes aparte, la expresión “cagarse de miedo”, o lo que es lo mismo, evacuar esfínteres para asegurar una huida más liviana—.
Aquí entra en juego la amígdala, que forma parte del sistema límbico y se ocupa del procesamiento de las emociones y sus reacciones —de nuevo, la supervivencia—, que en el caso de estar ante una película de terror se activaría. De esta manera, no somos nosotros los que decidimos reaccionar con miedo ante una película de terror, sino nuestro sistema. Aunque es el cómo nos lo tomemos lo que nos diferencia y da una explicación exacta del fenómeno.
Por qué gustan las películas de terror, pese a todo
Ver una película de miedo activa los mismos mecanismos cerebrales que una amenaza real. Los seres humanos estamos predispuestos a creer que lo que perciben nuestros sentidos es real, haciendo que la observación de un estado emocional determinado—en este caso, podría atribuirse a la angustia de una final girl en escena, por ejemplo— desencadene una copia fisióloga conductual de ese estado. Actúan las llamadas neuronas espejo: copiamos la mismo reacción que otra persona. Y ahí no hay que irse hasta un ejemplo que incluya asesinos en serie, sino al mero hecho de ver a alguien bostezar y copiarlo de manera involuntaria.
Pero pasemos de lo malo —relativamente malo, atendiendo a sus orígenes evolutivos— a lo bueno. Lo que nos causa sentir miedo es la empatía, un elemento increíblemente revelador y bastante más importante de lo que a priori parece en cuanto al visionado de películas de terror. Se hace recreando escenas verosímiles: al inicio de El Exorcista: Creyente, por ejemplo, se ve que cuando el protagonista ve que su mujer puede morir y tiene que elegir entre ella y el bebé; o el sufrimiento de la madre de Regan en la película original. Cuando hemos conectado con esa emoción, el resto de las emociones van en cascada. Pero no tienen por qué ser todas positivas, por lo que el hecho de disfrutar de una película de terror sigue sin encajar.
El cine de terror entra en la larga tradición humana de contar historias y advertirnos de peligros. No siempre hemos hablado de diablos, fantasmas y exorcismos; pero sí de otras cosas. Atendiendo a paralelismos, es como una vacuna: meternos una sustancia para que nuestro sistema lo detecte, lo reconozca y pueda crear defensas y reaccionar de manera eficiente a una amenaza. Con una película de terror estamos entrenando una reacción que podemos encontrarnos, un “gimnasio cerebral” que se practica en un contexto de seguridad —la sala de cine, el salón de una casa…—. Y la liberación de neurotransmisores que sucede durante el procesamiento rápido del estímulo amenazante es muy similar a la que se libera cuando algo nos resulta excitante y nos hace sentir bien. Y sí, no a todos. Pero ahí hay otro hecho diferencial.
Por qué hay gente que odia el terror y gente que lo adora
La palabra que da sentido a todo es la personalidad. El perfil del espectador que disfruta con el terror, pase miedo o no, es aquel que gusta de una buena búsqueda de sensaciones, alguien ávido de querer experimentar nuevas aventuras. Y aquí volvemos a la empatía: los que tengan mucha empatía no les va a gustar la peli de terror por ponerse en la piel de los que sufran en escena, pero los que la tengan baja sí disfrutarán aprovechando la inquietud que supone averiguar si un personaje se salva a tiempo de un peligro o no.
Además de la empatía, hay otra variable de lo más reveladora en cuanto a estadísticas se refiere: el género. Los hombres se sienten más atraídos por el género de terror por la educación tradicional que les ha reprimido durante años de mostrar emociones; mientras que el mismo patriarcado hace lo contrario con los sentimientos de las mujeres. De nuevo: una variable estadística y muy volátil.
¿Son psicópatas los amantes del terror?
Al igual que el estigma de los videojuegos, las películas de terror corren el riesgo de alcanzar fama de peligrosas en cuanto a su audiencia se refiere. Si disfrutas de un descuartizador enmascarado, ¿podrás llegar a serlo algún día? Salvando el tremendo trecho entre ficción y realidad que siempre ha existido, lo cierto es que el punto de la baja empatía puede hacer llegar a pensar que puede haber una relación directa entre ambos elementos.
Lo cierto es que sí existe la neurosis cinemática, y se han documentado casos con las películas de Tiburón, La noche de los muertos vivientes y El Exorcista. Eso sí, todos ellos coinciden en ser sujetos que ya presentaban un contexto muy complicado por circunstancias vitales.
En definitiva, ver películas de terror no te va a hacer desarrollar un instinto asesino; pero sí puede llegar a provocarte un nivel de sugestión que acabe haciendo que vayas al baño a mitad de la noche y enciendas todas las luces que encuentres a tu paso por ese "ruido extraño" que crees haber oído. De nuevo, la consecuencia más habitual del cine es el miedo, que suele alterar la realidad que vivimos por ponernos en exceso de alerta.
El Exorcista: Creyente ya está en cines.
Javier Rodrigo Saavedra
Cine y música. Música y cine. Y más, claro. Me...