Pablo Vierci, autor de ‘La sociedad de la nieve’, asegura que medio mundo está dentro del avión: “No es una película, es una experiencia emocional”
El escritor uruguayo siempre fue optimista con los logros de esta película
Pablo Vierci estudió en el Stella Maris y, aunque no formó parte del grupo que viajó en el avión que se estrelló en Los Andes, conocía a muchos de ellos. Desde entonces, esta historia le ha acompañado, ha ido forjando su carácter y le ha convertido en el responsable de la transmisión de un legado. Una responsabilidad que ha asumido él y que ahora ha compartido con J.A. Bayona que se emocionó leyendo su libro, La sociedad de la nieve, mientras terminaba el rodaje de Lo imposible.
Y no es para menos. Su libro cuenta el relato de los 16 supervivientes del accidente aéreo y, pese a que empezó a escribirlo al poco de su vuelta a la vida, lo dejó aparcado más de treinta años. Cuando lo retomó ya con la madurez necesaria para afrontarlo, logró generar la empatía que recoge la película del director español con la que estuvo involucrado desde que recibió un email suyo en 2011. Juntos han cuidado hasta el mínimo detalle de esta historia.
El Premio Nacional de Literatura de Uruguay en dos ocasiones ha estado ligado a este suceso prácticamente toda su vida y aparte de los protagonistas, pocas voces están tan autorizadas para hablar del tema como él. Y lo ha hecho con nosotros, vía zoom desde Montevideo, tras conocer las nominaciones a los Oscar con dos candidaturas para la película española.
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La sociedad de la nieve, nominada en los Oscar, ¿cuál fue su primera reacción al enterarse?
Obvio, la alegría, pero para Bayona y el equipo yo soy el optimista del grupo, siempre dije que España la iba a elegir y que íbamos a estar nominados. No es ninguna sabiduría especial. Conozco la historia desde siempre, desde el 72, y conozco el potencial de la historia, he escrito dos libros sobre el tema y hemos hecho muchas presentaciones y veo en vivo la potencia. Si a la potencia de la historia se le suma la potencia creativa de Bayona y el equipo con profesionales de tanta categoría, en cierto modo, era muy optimista porque conozco las dos patas. Bayona hace justicia a una frase que a mí fascina que dice: ‘La bondad es inteligencia pura’ y en él se cumple.
En ese carácter positivo que tiene usted, ¿se ve ya recogiendo el Oscar?
Jejejeje… ahora cambia. Mi optimismo cambia. Creo que depende de nuestro esfuerzo. Si la película la ven, los votantes la quieren, pero tienen que verla. Hablé con Jota hace unos días por teléfono el día antes de cerrarse las votaciones para las nominaciones y él había hablado con mucha gente de Hollywood que no la habían visto, amigos de él. El mundo del cine es angloparlante y tienen su derecho porque han llevado la voz cantante.
¿Cuántas veces ha visto La sociedad de la nieve?
Infinitas veces porque no sólo la vi en cine con Jota, la primera vez que la trajo a Uruguay, con Coche Inciarte, que estaba enfermo y terminó muriendo en julio del año pasado, sino que la veía en la pantalla porque tenía que hacer correcciones del uruguayo.
¿Cuál fue su reacción la primera vez que la vio de principio a fin?
La tengo clara porque fue en Montevideo, ese día que vino solo Jota de España para presentársela solo a Coche Inciarte y su mujer, Soledad González, y terminó la película y yo estaba en absoluto éxtasis y llamamos por FaceTime a Belén Atienza y Sandra Hermida, que estábamos en un bar al lado del cine, y lo primero que dije fue, ‘esto es una estafa Belén, esto no es una película, esto es otra cosa, es otro tipo de experiencia, una experiencia emocional. Hay que ponerle otro nombre’. Era una especie de terremoto emocional, me faltan las palabras. Yo siempre lo dije en el rodaje, estamos corriendo una liga diferente, la liga emocional. Esa cosa que llaman inmersiva, que te permite sumergirte, que te permite estar dentro del avión. Medio mundo está ya dentro del avión.
El espectador está siguiendo con esa carrera de postas. Recuerda esta consigna que nos pusimos cuando empezamos, hay 16 vivos porque hay 29 muertos, parece ambiguo, pero no lo es, es una simbiosis, hay vida porque hay muerte y la muerte se entrega para que haya vida.
¿Ese era el primer objetivo a conseguir?
El primer objetivo era que los sobrevivientes y, particularmente, los familiares de los que no volvieron, estuvieran dentro del avión. Fue nuestro primer gran desafío. Era una carrera de postas de compromisos. Ellos nos dieron carta blanca, confianza absoluta y ninguno leyó una línea de guion nunca y llevamos trabajando desde 2016. Yo tenía que verles la cara al día siguiente, Jota se volvía a España. Si colocas en el avión a los sobrevivientes y a los familiares sienten empatía, algo tan difícil de sentir en el mundo de hoy. El espectador se formulan las mismas preguntas que los del avión, los mismos dilemas. ¿Sigo? ¿Paro? ¿Hasta cuándo sigo? ¿Hasta cuándo me entrego para los demás? Cuando la vieron los familiares, aquí en Montevideo, el primero de septiembre de 2023, lo que hubo después, fue el momento más conmovedor de mi vida, una especie de abrazo muchas décadas postergado. Se derrumbó un muro de silencio, como dice Jota. Una suerte de reconciliación y la paz que surge con la empatía de saber que todos sufrieron por igual, unos volvieron y otros, no y los que no volvieron son el ejemplo de mayor generosidad que yo he visto en la historia del ser humano. El hecho de decir, ‘si yo muero, úsame para que tú salgas en representación mía atravieses la montaña, llegues a mi casa y cuentes qué me pasó’. Eso está escrito en la carta de uno de los chicos que murió, no es una romantización posterior, no es una racionalización, está documentado y escrito.
Viendo la película y leyendo el libro uno se queda con la sensación de que hay una permanente deuda con los que no volvieron, ¿con este proyecto se ha saldado esa deuda o eso no es posible?
Nunca es posible porque estos temas no son perfectos. Si son perfectos, cristalizan y no se mueven más, no se abordan desde diferentes luces. Es un proceso, es un avance. Lo que uno hace es avanzar y superar cómo lo vivía, lo sentía y lo pensaba ayer. Si yo hoy lo veo y lo siento y lo transmito de una manera distinta que ayer, conseguí el objetivo. El espectador está siguiendo con esa carrera de postas. Recuerda esta consigna que nos pusimos cuando empezamos, hay 16 vivos porque hay 29 muertos, parece ambiguo, pero no lo es, es una simbiosis, hay vida porque hay muerte y la muerte se entrega para que haya vida. No creo que haya un cierre definitivo nunca como no hay un cierre definitivo el sentido de nuestra vida. Como decía Canessa, cuando moría uno de los chicos no tenían lástima por el muerto sino por mí porque soy el siguiente, estoy en la lista de espera. Esa situación que es irrepetible que es como un experimento humano perverso, no tiene respuestas concluyentes, no tiene respuestas perfectas.
De hecho, Roberto Canessa describe lo que ocurrió como si hubiera sido un reality de supervivencia, que seguro que así lo entienden mejor las generaciones que se han criado con estos formatos, pero claro, nada que ver con lo que vemos en televisión.
La diferencia es que el reality es un juego y esto no es un juego, es un reality donde, como ellos decían, ‘con cada uno que se muere, nos moríamos un poco’. Eso no lo puedes reproducir en forma de juego y otra cosa que no puedes reproducir en forma de juego es la debilidad gradual que van teniendo cada uno en el 72 y en el rodaje en el que se vivía un clima en el set como en la sociedad de la nieve porque no era un juego. Yo estaba presente y soy mucho más veterano, añádale a estar rodando en la montaña en Sierra Nevada con las ventiscas y las nevadas, agrégale la pandemia. Yo no sabía si salía vivo de allí. Estuve seis meses lejos de mi casa, rodeado de la gente técnica y creativa más magistral que he conocido, pero estábamos en una especie de exploración navegando en territorio desconocido y con una pandemia encima. En eso nos aproximamos un poquito a lo que ellos vivieron. Yo estaba con mucha angustia y con mucha gloria porque estábamos haciendo honor a esta historia que me acompaña desde que tenía 22 años y haciendo honor a los que vivieron y los que murieron y haciendo un aporte al debate universal sobre temas que a veces soslayamos porque son incómodos, la vida y la muerte, la generosidad y el egoísmo, la entrega o el ensimismamiento… temas que no se ven todos los días.
Hay una frase que yo le decía en el rodaje a Jota cuando terminábamos el día: ‘Si ahora me muero, me muero en paz’. Un día le dije que no me gustaba nada esa frase y la dejé de decir, pero eso ocurrió.
Unos temas que vemos en esa burbuja que vemos en los 72 días que duró esta tragedia, en unas circunstancias muy concretas. Pero, ¿todos esos valores y reglas que regían la sociedad de la nieve, serían trasladables a la sociedad general o es una utopía?
Estoy completamente de acuerdo a que es una utopía, pero nadie pretende trasladar aquella situación extrema. Lo que sí creo es que esta historia, a mí Pablo, que no quiero ser presuntuoso, me ha ayudado a entender y posicionarme en la vida de una manera distinta de que tengo 22 años. Si a mí me ha ayudado de esa manera, quiero compartir en lo que a mí me ayudó. Jota cuando leyó el libro, le pasó lo mismo, por eso se apasionó con esta historia. Le resultó transformador. El objetivo es que, si a nosotros nos pasó por causa de lo que pasó en el 72, eso tiene un potencial, algo que estaba escondida y que podemos ir descubriendo poco a poco. De ahí ese mail que Bayona me escribe en el 2011 en el que pone que conocemos apenas la punta del iceberg.
Viven es un gran libro, y una buena película, pero se llaman Viven, ¿y los que no viven dónde están? La proeza de 16, absolutamente merecida y justificada, dejó en la sombra a 29 y era el momento de ser más justos.
Cuando Bayona se puso en contacto con usted, ¿qué referencias tenía de él y qué le convenció de su proyecto?
Había visto El orfanato que me había encantado. Todavía no había hecho Lo imposible. Pero el grupo ya había trabajado en El laberinto del fauno y tenía referencias. Pero especialmente, y eso es el poder de las palabras y los matices, en una carilla y media, que es lo que dura ese mail que compartí enseguida con los supervivientes, porque esto es una obra coral, sentimos que acá estaba una persona que hablaba nuestra lengua, que tenía nuestra cultura y que estaba dispuesto a tomar la antorcha y seguir para adelante. Vimos que esta persona estaba dispuesta a todo. A veces me dice, ‘¿me acompañas a hacer tal cosa?’ y le digo, ‘sí, hasta morir’. Se lo digo en broma, pero luego me pregunto, ¿por qué lo digo? Y te voy a confesar otra cosa que no había contado, pero que me surge. Hay una frase que yo le decía en el rodaje a Jota cuando terminábamos el día: ‘Si ahora me muero, me muero en paz’. Un día le dije que no me gustaba nada esa frase y la dejé de decir, pero eso ocurrió. No me gustaba decírselo, pero se lo decía al ver lo que se había logrado después de tanto sufrir.
El grupo de actores es muy joven y muy alejado de aquella generación del 72 que sufrió esta tragedia, ¿cómo vivió la integración de estos jóvenes en esta historia?
Ahí estaba mi labor, retrotraerlos constantemente al 72. Me quedé ronco y eso que no tuve covid, fui de los pocos que no lo tuvo. Era mi desesperación cuando veía que estábamos fuera de época porque había que ser realista. Jota me decía que esto tenía que ser milimétricamente realista porque solo así se llega a la esencia y a la verdad que es universal. Cuando nos estábamos alejando sentía desesperación porque no lograba trasladar que estábamos en otra época. Tenía que llevarlos en un viaje por el tiempo a gente que son de otro mundo y otro universo. Nos criamos en los años 50 y 60, es otro planeta.
Una de sus premisas cuando escribió el libro es que estuvieran presentes los 16 sobrevivientes, sin embargo, en la película se le da cierto protagonismo a Numa que, entre los jóvenes se ha convertido en una auténtica revelación, ¿entiende la predilección que se ha generado en torno a este personaje?
Yo era amigo de los que vivieron y los que murieron. A los 30 años de lo ocurrido, yo escribí un pequeño ensayo que se titulaba Nosotros, los otros que está contado desde la perspectiva de los muertos. Viven es un gran libro, y una buena película, pero se llaman Viven, ¿y los que no viven dónde están? La proeza de 16, absolutamente merecida y justificada, dejó en la sombra a 29 y era el momento de ser más justos. La mayor parte se entregaron en vida, ese elemento es categórico a mi juicio. Elegir a uno, que fue una idea maravillosa de Jota, ese último que muere, es también hacer un homenaje que los héroes en esta historia, como dice Antonio ‘Tintín’ Vizintín, ‘no son los que salimos, son los que entregaron todo y no tuvieron recompensa’.
Supongo que tuvo que ser complicado para usted, que tiene todo el mapa de la historia, seleccionar qué encajaba en la película y qué se dejaba fuera, ¿no?
Yo sabía lo que para cada uno era muy importante y eso muy importante lo era para él, pero no necesariamente lo era para una película. La cercanía fue imprescindible para el libro, pero no tan buena para estar en el guion, me pareció sublime que J. Bayona asumiera la antorcha.
El problema era dar la talla, no para ganar un premio, sino con seres humanos que habían perdido a sus familiares en un suceso trágico.
Como decíamos, una de sus premisas es que en el libro estuvieran los 16 sobrevivientes, y no fue fácil conseguirlo porque alguno quería olvidarse del tema y no estaba interesado en revivirlo, ¿tiene usted fuertes dotes de persuasión o es que al final era necesario hablar para sanar y cerrar capítulos?
Soy bastante confiable, la gente confía en mí. Ninguno leyó ni una línea del guion y genero un poco esa confianza. Creo que el grupo que formamos con Bayona nos potenciábamos, somos muy parecidos en muchas cosas. Hay una frase que dice uno de los padres que dice que ‘es de bien nacidos ser agradecidos’ y son esas cuestiones de principios rectores. Yo no podía traicionar a nadie, me resultaba ser falso con los chicos y a Jota también, aunque no conoció a los que murieron, pero estaba entrando en la sociedad de la nieve.
Para usted, ¿cuál es el mayor logro de esta película?
Esto es subjetivo. Hay como un logro íntimo y un logro exterior. El íntimo de Pablo que me lo llevo mientras viva es esa exhibición del primero de septiembre en el que estuvieron juntos los sobrevivientes y los familiares de los que no vivieron y hubo ese abrazo postergado. Desde el 2016, cuando empezamos a trabajar, yo le decía a jota que esto lo tenían que ver las madres, los hermanos… yo los tenía que ver en el supermercado o en la playa. No es un tema de cobardía o coraje sino de responsabilidad. Fue un proyecto muy complejo y azaroso que estuvo a punto de caer muchas veces, pero el logro íntimo fue seguir adelante para llegar a ese abrazo. Valió la pena y estuvimos a la altura, el problema era dar la talla, no para ganar un premio, sino con seres humanos que habían perdido a sus familiares en un suceso trágico. Lo otro es un juego.
Empezó a escribir el libro al poco de suceder la tragedia, pero lo dejó y lo retomó treinta y pico años después, ¿habría cambiado mucho la visión si lo hubiese terminado en ese momento?
Claramente no. No tenía la madurez. Todo este tema es de madurez. El aura que se está generar es un tema que permite madurar nuestras zonas que han quedado más postergadas, más infantiles. Me faltaba el entrenamiento y estaba muy cercano a los personajes. Mi primer abordaje fue a los 30 años en ese artículo Nosotros, los otros, una especie de ensayo desde la perspectiva de los muertos. Fue psicoterapéutico para mí, a partir de ahí, dejé de soñar con muchos chicos con los que soñaba de manera recurrente, de los que murieron. Me dio paz y me di cuenta de que necesitaba seguir con esa antorcha para que me diera más paz. Este libro y la película me dieron mucha paz, pese a todos los obstáculos.
Si no hubiera habido esa solución no tendríamos 16 sobrevivientes que ahora son 150 con sus descendientes.
Los chicos que volvieron de la muerte tuvieron que adaptarse de nuevo a la vida y el resto tuvo que aprender a darles la bienvenida, ¿cree que hubo un buen equilibrio?
La sociedad maduró con ellos, los aceptó muy rápidamente. en el 72 no existía el concepto de donación de órganos, no existía ese concepto de vivo en otro, es un concepto posterior. El primer transplante cardíaco fue en 1967, cinco años antes. No solo que la sociedad los acogió, sino que los padres de los chicos que murieron escribieron cartas públicas en los diarios diciendo que no tenían que pedir perdón. Hubo mucha empatía y eso ayudó a que no hubiera traumas. Los psicoterapeutas dicen que los traumas se generan por tres cosas: un hecho, un recuerdo bloqueado y la imposibilidad de integrarte al medio de donde venís. Es lo que les pasa a los soldados de las fuerzas derrotadas. Acá ocurrió el hecho, pero no bloquearon el recuerdo, los libros ayuda, y fueron acogidos por la sociedad.
El tema de la comida fue el más polémico y el que sigue generando más morbo. ¿Entiende todos los puntos de vista respecto a este tema?
Mi sensación, cuando me lo contaron en el primer momento del todo me pareció inteligente, disruptivo y, particularmente, muy generoso. No había otra solución. Si no hubiera habido esa solución no tendríamos 16 sobrevivientes que ahora son 150 con sus descendientes. Creo que todos los que ven la película se hacen esa pregunta, ¿yo hubiera escrito una carta de haber estado en el avión que dijera ‘si yo no vivo pueden usar mi cuerpo’? Posiblemente sí, porque como digo en el documental, yo estaba en un estado de conciencia diferente, ellos saben más de la muerte y la vida que yo. Para mí sigue en una burbuja. Hablo por teléfono todos los días y tienen una burbuja, saben más de la muerte que yo porque ya lo vivieron.
¿Queda algo por contar de este suceso?
Sí, sin duda. La historia verdadera tiene un rescate de dos días, el 22 y el 23 y en la película se resume en uno. El primer día salieron seis en el helicóptero y dos, Roberto y Nando salieron por sí mismo. Pero quedaban ocho que pasaron una noche con los rescatistas. Dos mundos completamente diferentes en una noche y solo uno de los rescatistas fue a dormir con ellos al fuselaje. Los otros quedaron fuera en una carpa. Eso es otra historia infinita. Otra historia, el padre de uno de los chicos que murió que fue a buscar los restos de su hijo. O la búsqueda de los familiares, esa es otra historia.
Lleva implicado con este tema desde que tenía 22 años, son muchas décadas, ¿llegará el momento de soltar esta historia o no es posible?
Soltarlo en cuanto a hacer otra obra, sí. Me parece que es bueno que otros tomen la antorcha. Soltarlo en mi fuero íntimo, no, es parte de mí. Es como otros hechos de mi vida que han sido duros o gloriosos que forman parte de tu personalidad. Yo no sería quien soy sin esto. A mí todo esto me ha enseñado muchísimo. Yo sé lo que es ser íntegro, por ellos. Sé lo que es tener coraje, por ellos. Sé lo que no es claudicar y no bajar los brazos nunca, por ellos. El proyecto estuvo por caer cien veces, pero Jota, Sandra, belén y yo íbamos a seguir adelante costase lo que costase, por ellos. ¿Cómo vamos a claudicar?
Nos despedimos con una frivolidad, Don pablo, ¿tiene ya ensayado el discurso para los Oscar?
Jajajaja… No, muchas gracias, muy lindo, pero no lo tengo.
Cristina Zavala
Periodista enamorada de todo el entretenimiento. Enganchada a la tele, los libros, los últimos lanzamientos...