Carta abierta a ‘OT 2023’: la telerrealidad que casi se come al fenómeno
Termina la edición más intensa y controvertida del programa
Confieso que a mis 34 años pensaba que lo de Operación triunfo ya no era para mí. Me costaba imaginarme todos los lunes, durante tres meses, sentándome en el sofá para ver otra edición del talent musical más importante de este bendito país. La vida, sin embargo, te sorprende y, a pesar de todo, terminas aprendiendo a no decir tanto lo de "este agua no beberé”.
Cada semana he acudido a la cita de OT 2023 religiosamente. Y lo he hecho como lo hace un devoto en la iglesia, con la intensidad que merece y haciendo los deberes gracias a la rapidez y el ingenio de los usuarios que utilizan las redes sociales mejor que yo. Se me han vuelto a pegar esos nervios en el estómago cuando le tocaba cantar al concursante que, según mi opinión siempre subjetiva, merecía todos los dineros en su cuenta. Me he mordido más de un padrastro esperando a que Chenoa abriera el dichoso sobre y desvelara el nombre del expulsado. He gritado como un forofo del fútbol con alguna que otra nominación y shippeado y deshipeado – ¿eso existe? – a casi todas las personas que han estado encerradas dentro de esas cuatro paredes.
No me ha gustado leer faltas de respeto semana sí y semana también. Tampoco las campañas desproporcionadas que incitaban al odio. Todo eso no es Operación triunfo
Digamos que he vivido la experiencia completa. Me he involucrado al cien por cien y he tenido la sensación de que lo que estaba viendo, de una u otra manera, iba a macar y perdurar en el tiempo. Me ha pasado, lo he sentido y lo he vivido así hasta el final de sus consecuencias. Sin embargo – y aquí la razón por la que me he animado a escribir estas líneas – OT 2023, o más bien la narrativa que han explorado las cámaras y ha sido volcada después en redes sociales, también me ha decepcionado. Me ha hecho pensar que, tal vez, este formato se ha despistado. Que se ha alimentado demasiado del reality. Que, en ocasiones, OT era más un Gran Hermano al uso que OT. La telerrealidad la carga el diablo y un concurso como este debe siempre encontrar un equilibrio entre el talent y lo que las cámaras captan. El éxito de Operación triunfo necesita de ambos, necesita de esa conexión entre el espectador y el artista, pero cuando la balanza se inclina demasiado hacia el lado equivocado pueden pasar cosas que generan rechazo y desilusión, especialmente entre los que, como yo, llevan pendientes del programa desde 2001 .
Me he sentido incómodo escuchando según qué comentarios de algunos concursantes. No me ha gustado ver a chicos y chicas tan jóvenes tener un dominio del medio tan extraordinario. La carne del reality es un reclamo, pero la inocencia ha sido siempre una parte fundamental de este programa. He visto que, por momentos, eso se perdía completamente, haciendo que el espíritu del programa se resquebrajara en pedacitos muy pequeños. Como un rayón en un espejo. No se nota a simple vista, pero ya no es perfecto. No se trata de buscar culpables, sino de volver al punto de partida y hacer un ejercicio de reflexión para no repetir los errores del pasado y, sobre todo, no alimentar el pozo de toxicidad que muchas veces ha sido X (anteriormente Twitter). No me ha gustado leer faltas de respeto semana sí y semana también. Comentarios absolutamente inaceptables que se vomitaban gratuitamente. Tampoco las campañas desproporcionadas que incitaban al odio. Todo eso no es Operación triunfo. Hay que vivir cada edición con ese sentimiento de euforia, pero siendo muy consciente de los límites que no hay que cruzar tanto de un lado como del otro.
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La carne del reality es un reclamo, pero la inocencia ha sido siempre una parte fundamental de este programa
OT 2023 es, indudablemente, un fenómeno de masas, pero he sufrido lo mío viendo que la telerrealidad y todo lo que va ligado a ella casi se zampa al fenómeno y dejar en la estacada a esos futuros aspirantes a hacer carrera en la industria musical. Por suerte o por desgracia, Operación triunfo es real y tiene sus demonios. Lo bueno es que, de alguna forma, consigue volver a su sitio. Ayer, sin ir más lejos, viendo a los 16 concursantes escuchar el himno de la edición he recordado que el camino que empezó el pasado 20 de noviembre ha merecido la pena. He recordado que, al final, Operación triunfo es muchas cosas y, como todo en la vida, la parte más fea a veces nos hace olvidarnos de todo lo bueno que hay delante y detrás de un formato como este. Sin embargo, la emoción en los ojos de Noemí Galera y Manu Guix viendo a esos chicos y chicas en sus últimos días en la Academia me hace pensar que – menos mal – OT vuelve a estar en lado bueno de la historia.
Adriano Moreno
Periodista de LOS40 y escritor. Me gustaría vivir en la película ‘Chicas malas’ y Russell Tovey lleva...