Los conciertos como centro de nuestra vida: ¿de qué manera ha cambiado nuestra forma de hacer planes?

La experiencia y la sobredemanda en torno al directo se ha magnificado de tal manera que los fans deben organizar su año con gran margen de antelación

Taylor Swift con una fan en el concierto de The Eras Tour en Sidney, Australia (Photo by Don Arnold/TAS24/Getty Images for TAS Rights Management) / Don Arnold/TAS24

En los últimos tiempos estamos asistiendo a un suceso sin parangón dentro de la industria musical: conciertos que se anuncian con más un año de antelación. Giras (y cantantes que quieren girar) que encuentran un hueco en salas para dentro de, mínimo, doce meses. Shows cuya venta de entradas produce adrenalina, pero, sobre todo, estrés por la velocidad a la que vuelan o por el FOMO de querer estar presente en el acontecimiento del artista del momento.

Todo esto se debe a la gran demanda de hacer espectáculos en directo. La producción de este tipo de eventos se ha disparado desde 2022 —como consecuencia de querer recuperar el tiempo perdido tras del parón total y absoluto que supuso la COVID-19—. Tal como recogió el IV Observatorio de música en vivo publicado por Ticketmaster, el estudio centrado en el impacto de los conciertos como reclamo cultural y económico, el año pasado se superaron datos de antes de la pandemia.

"La venta de entradas aumentó un 48% en 2023 con respecto a 2022. No obstante, también ascendió el precio de las entradas: del año 200 a 2023, las entradas pasaron de una media de 58 a 80 euros; es decir, un 37% más. A pesar de este significativo aumento de precio, la plataforma vendió más de 550 millones de entradas en todo el mundo en el último año", recoge mencionado informe.

"La pela es la pela", que dicen en Cataluña. Y ya que nos gastamos nuestros buenos ahorros para disfrutar de nuestro ídolo (en ocasiones, más allá de nuestras fronteras), somos capaces de organizar un viaje completo en torno a esa cita tan especial que llevamos meses marcando en el calendario.

Porque ya no nos conformamos con salir de la oficina o de clase para ir a las inmediaciones del recinto unas horas antes en el mejor de los casos. Ahora estamos dispuestos a gastarnos un poco más con tal de crear un itinerario que nos permita hacer turismo y conocer la ciudad.

Y es que en los últimos años, no pedimos días libres en nuestro trabajo y organizamos nuestras vacaciones en torno a esas semanas. Últimamente, primero adquirimos los tickets y luego decidimos cuántas jornadas de ausencia vamos a solicitar a nuestra empresa, entre show y show al que queremos acudir.

Ejemplos en nuestro país encontramos varios: desde Taylor Swift con The Eras Tour, pasando por Karol G y su Mañana será bonito Tour o Lola Índigo con La bruja, la niña y el dragón en el Bernabéu, hasta las ocho citas de Dani Martín en el Wizink Center de Madrid. Como fans, melómanos o aficionados a la música mainstream, la experiencia del directo ha cambiado de forma radical.

Del lado negativo, el proceso de compra puede hacerse eterno y no llegar a completarse con la saturación de las colas virtuales; y, del lado más positivo, el sentimiento de comunidad, de pertenencia y de unión también parece haber crecido gracias a iniciativas como el dress code.

Ana Escobar Rivas

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