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Gabriela Vázquez (Ecologistas en Acción): “El consumismo no nos hace felices"
Hablamos de consumo con Gabriela Vázquez, del área de Agroecología, Soberanía Alimentaria y Medio Rural de Ecologistas en Acción.
Estos días, El Eco de LOS40 pone el foco en el consumo, algo que de una forma u otra nos afecta a todos. Reflexionar sobre cómo comemos, gastamos energía o nos vestimos es un acto clave para ser conscientes de la huella que dejamos en el planeta y, en muchos aspectos, tratar de cambiarla. Gabriela Vázquez (Santander, 1989) es activista y forma parte del área de Agroecología, Soberanía Alimentaria y Medio Rural de Ecologistas en Acción. Con su ayuda, reflexionamos sobre todo ello.
Cada vez se habla más de soberanía alimentaria. ¿Podrías explicar en qué consiste?
La soberanía alimentaria es un derecho de los pueblos para decidir la manera en la que se alimentan, en la que producen, distribuyen y consumen sus alimentos. A menudo pensamos que las decisiones sobre nuestra alimentación las tomamos en nuestros hogares, pero muchas de ellas a lo mejor se están tomando en juntas de accionistas. Por ello, la lucha por la soberanía alimentaria es la que trata de recuperar esa toma de decisiones precisamente para los territorios, para los pueblos y para la propia gente.
El mundo rural también forma parte de tu trabajo. ¿Cómo ves la situación en este sentido de la llamada España vaciada?
En la España actual existen una serie de problemáticas muy afianzadas, fruto de décadas de Gobiernos que no se han preocupado del medio rural porque no les resultaba electoralmente rentable. Esto, combinado con las políticas neoliberales y con una cultura que históricamente ha tratado a la gente de los pueblos como gente atrasada, ha generado un resentimiento bastante justificado en el ámbito rural, que a su vez se ha traducido en fenómenos como las protestas recientes. Estas manifestaciones están relacionadas, también, con un resentimiento contra los mercados y contra otro tipo de dinámicas del sistema agroalimentario. Pero creo que hay alianzas posibles entre el sector agrario y el movimiento ecologista.
Hablemos de consumo, y más concretamente de consumo responsable. ¿Por qué crees que es importante una reflexión colectiva en este aspecto?
Cuando pensamos en las preocupaciones que tenemos respecto al planeta, vemos que existen dinámicas sistémicas muy grandes que van más allá de nuestra capacidad de acción individual, que nos parece pequeña o inútil. Pero ambas cosas son muy importantes. Las corrientes de opinión más amplias se mueven cuando cambia el sentido común, que se genera cuando las personas vamos cambiando poco a poco nuestras maneras de pensar y de actuar. Empezamos a hablar de algo en el bar y eso va subiendo a estratos más amplios. Eso lo hemos visto, por ejemplo, con el feminismo: aunque estemos muy lejos de estar en una situación siquiera aceptable, hemos visto que lo que era el sentido común de hace unos años es muy diferente del actual.
La alimentación ha de ser algo algo consciente, algo a lo que le demos valor
En lo referente a la alimentación, ¿también son importantes esos cambios individuales?
Sí. Es verdad que generalmente no tenemos la capacidad de incidir en las políticas europeas, o en las decisiones que toman desde organismos como la FAO. Pero todos debemos pensar cuál es nuestra relación con la alimentación y qué es lo que nos aporta. Hay que tratar de ir un poco más allá del cortoplacismo, del hecho de que algo está riquísimo y me da placer comerlo cuando tengo hambre. Porque existen otro tipo de beneficios en la alimentación que tienen más que ver con su significado, con algo más profundo. La alimentación ha de ser algo consciente, algo a lo que demos valor y destinemos tiempo, presupuesto y energía. Este cambio de mentalidad puede suponer toda una serie de cambios más amplios que se vayan traduciendo en cómo la sociedad percibe la alimentación. Insisto: las soluciones individuales no son nada si no van acompañadas tanto de la acción colectiva como de cambios a nivel político y económico. Pero es tarea de todos acercarnos al concepto que comentaba antes de la soberanía alimentaria, de que la toma de decisiones se encuentre más abajo, porque desde más abajo se puedan realizar más cambios.
Las verduras de temporada, además de ser más baratas, normalmente tienen un impacto medioambiental mucho menor
Ese cambio de paradigma o de mentalidad también está relacionado con un fenómeno como el desperdicio alimentario, algo desgraciadamente muy habitual en las sociedades desarrolladas…
Ahora mismo está pendiente de aprobarse la Ley de Prevención de Pérdidas y Desperdicio Alimentario. Es la primera ley de estas características en nuestra historia, por lo que su mera existencia ya es un cambio positivo. Pero sigue teniendo ciertas carencias importantes. A quien le interese informarse más sobre esto, le recomiendo que busque un colectivo que se llama Ley sin Desperdicio, que precisamente la semana pasada grabaron un webinario muy interesante con la Red de Municipios por la Agroecología. A nivel de nuestros hogares, donde tiene lugar parte de ese desperdicio, todo pasa por tener una relación más consciente con la alimentación. Cosas evidentes como no comprar más de lo que se vaya a poder consumir e informarse sobre qué significa esto de la caducidad o el consumo preferente. También hay que recordar que, a menudo, el desperdicio se produce en otros lugares. Por ejemplo, en el campo hay muchas veces que determinada fruta no se recoge porque es fea, porque no da el tamaño, porque no tiene la forma adecuada. Estamos acostumbradas a ver fruta perfecta en el supermercado y pensamos que esa es la única que está bien, cuando no es así. Del mismo modo, también es fundamental tener presente cuáles son los alimentos de temporada en las zonas en las que vivimos, porque las producciones más intensivas van a tener un consumo de recursos y una generación de residuos mayor. Es decir: las verduras de temporada, además de ser más baratas, normalmente tienen un impacto medioambiental mucho menor.
Creemos que la solución a los problemas pasa por consumir más y más, pero luego nos damos cuenta de que no es así
¿Crees que la gente más joven tiene todas estas cosas más presentes? Por una parte, cada vez existe mayor conciencia. Por otra, da la sensación de que vivimos en un mundo cada vez más consumista.
En general, a la hora de pensar en cómo de concienciada está la juventud hoy en día se pueden apreciar paralelamente las dos cosas. Hay colectivos de gente muy joven y muy concienciada como Futuro Vegetal o Juventud por el Clima. Y al mismo tiempo, vivimos inmersos en una cultura que incita al consumo y al despilfarro: la inercia por defecto te lleva a eso. A no ser que te hayas parado a pensar en que quieres hacer las cosas de forma diferente, lo normal es que los mensajes que recibes constantemente te lleven a pensar que, cuanto más consumas, mejor vas a estar. Que tus inquietudes, o la ansiedad que tienes dentro, se va a solucionar consumiendo algo que está fuera de ti. En una situación en la que la juventud cada vez sufre más precariedad y vive más acelerada, creemos que la solución a los problemas pasa por consumir más y más. Pero luego nos damos cuenta de que no es así. Cuando piensas en comprar algo, lo que sea, tienes sensación de subidón. Pero se limita al rato en el que estás esperando hasta que lo compras: Y luego, una vez lo compras, vuelves a meterte otra vez en la rueda.
Esto está relacionado con la dopamina que se genera al satisfacer ese impulso, ¿verdad?
Exacto. Pero esa dopamina ni siquiera está relacionada con el hecho de consumir, sino con la perspectiva de hacerlo. Eso se ve muy claro en la gente que se está intentando desenganchar, por ejemplo, de la adicción a las compras: a menudo lo que hacen es llenar el carrito en la web y luego no comprarlo. Porque hay una cierta satisfacción que obtienen solo de ese proceso de llenar el carrito. La dopamina no es un neurotransmisor que tenga que ver con la satisfacción, sino con la anticipación. Y a lo que estamos enganchados no es a una sensación de satisfacción, que sería más las endorfinas o la serotonina, sino que estamos enganchados a esa promesa de una satisfacción que va a venir. Esa promesa es la base del consumismo. Y no: el consumismo no nos hace felices, porque si no ya lo seríamos todos. Al fin y al cabo todos hemos comprado cosas. Yo creo que ya cada vez más gente se está dando cuenta de esto.
Afortunadamente, existen recursos para que se puedan cubrir las necesidades de todas las personas
También es cada vez más la gente que habla del decrecimiento como la solución a todos estos problemas.
El decrecimiento es una propuesta que se viene trabajando desde hace unas décadas. Consiste en que, como sociedad, pasemos a tener otros indicadores de éxito que no sean el crecer cada vez más y más, porque es evidente que no es posible en un planeta que tiene recursos finitos. La buena noticia es que el bienestar de las personas no está relacionado con ese crecimiento. Cuando alguien está en su lecho de muerte, no suele pensar cosas como “ojalá me hubiera comprado más cosas”, “ojalá el PIB hubiera crecido más rápido”, sino en otras como las relaciones con sus seres queridos, con haber podido explorar el mundo, o haber podido tener cierta autonomía para relacionarse con aquello que le habría gustado hacer. El decrecimiento tiene que ver con pensar qué es lo que necesitamos realmente consumir, ver cómo se puede producir aquello que es socialmente necesario y ver también cómo podemos obtener satisfacción de otras formas que están desligadas del consumo y que, en realidad, son las que sí tienen que ver con el que merezca la pena estar vivas.
Hay quien dice que va a llegar sí o sí. Que no quedará otra.
Así es. Lo cierto es que puede llevarse a cabo de una manera planificada y ordenada o de formas imprevistas y dañinas, que generalmente lo serán más para la gente que tiene menos poder. Por eso es necesario poner encima de la mesa cuáles son los intereses de los diferentes grupos, cuáles son los conflictos que surgen en torno a los recursos disponibles y cuáles son las mejores maneras de cubrir las necesidades que realmente tenemos, que no siempre tienen que ver con los deseos. Las necesidades están mucho más claras, y afortunadamente existen recursos para que se puedan cubrir las de todas las personas. Lo que no hay son recursos para cubrir todos los deseos, porque los deseos son ilimitados.