¿Por qué está en peligro de extinción el oso polar?
Es uno de los símbolos de la emergencia climática. El oso polar se deshace como un cubito de hielo al sol. Te explicamos por qué.

El oso polar, en peligro. / Johnny Johnson
Hay algo profundamente hipnótico en el oso polar. Esa mole blanca que camina sobre el hielo con la elegancia de quien se sabe dueño de un territorio tan extremo como frágil. Una postal de otro mundo. Y casi, también de otro tiempo. Porque, de seguir así, pronto solo será eso: una imagen enmarcada, un recuerdo congelado.
El oso polar está en peligro. Y no por capricho de la naturaleza, sino por culpa de la especie más destructiva que ha pisado este planeta: la humana.
Y es que el principal enemigo del oso polar no lleva garras ni colmillos. Lleva corbata, maneja informes de crecimiento económico y niega el cambio climático mientras el Ártico se funde bajo sus pies. Literalmente. Porque el hielo marino es el hogar del oso polar. No solo camina sobre él: caza, se reproduce y vive gracias a él. Pero el calentamiento global, ese monstruo silencioso que sigue creciendo mientras algunos discuten si lo provocamos nosotros o una alineación de planetas, está derritiendo el Ártico a una velocidad que ni el más pesimista habría podido anticipar.
Menos hielo, menos osos
Los veranos sin hielo ya no son una excepción: son la norma cada año. Y sin hielo, los osos no pueden cazar focas, su principal fuente de alimento. Resultado: osos más delgados, más débiles, más desesperados. Algunos se acercan a pueblos humanos en busca de basura. Otros mueren. Muchos ni siquiera llegan a nacer.

El deshielo amenaza al Ártico. / Paul Souders

El deshielo amenaza al Ártico. / Paul Souders
Pero no toda la culpa es del cambio climático: la cosa va más allá. Las prospecciones petrolíferas en el Ártico, por ejemplo, han abierto toda una serie de heridas profundas en ecosistemas ya de por sí delicados. La contaminación química y los derrames acechan incluso en esas regiones remotas donde solo el viento debería reinar. A eso hay que sumarle el tráfico marítimo cada vez más intenso por rutas que antes eran inaccesibles: ruido, colisiones, alteración de hábitats.
Y sí, también está el turismo. Ese deseo tan humano de ir hasta el último rincón del planeta con una cámara en la mano. Selfies con hielo, cruceros por el Polo Norte, pero sin rastro de reflexión sobre el impacto que tiene nuestra presencia para quienes viven allí desde hace miles de años.
El oso polar se ha convertido en símbolo del cambio climático por una razón: su caída representa nuestra arrogancia. Pensamos que el mundo gira en torno a nosotros, pero la desaparición del oso polar es una señal. Un grito blanco que nos dice que algo se está rompiendo. Las predicciones más oscuras hablan de una población reducida en un 80% para finales de este siglo. Algunas subpoblaciones ya están colapsando. Otras apenas sobreviven.
Sin hielo, sin osos, sin equilibrio, también nosotros estamos en peligro
¿Hay solución? No parece tarea fácil. Especialmente porque requieren de algo que escasea tanto como el hielo: voluntad política y acción colectiva. De entrada, es necesario reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. También, apostar por energías limpias, proteger hábitats clave, y sí, dejar de pensar que lo que pase en el Ártico no tiene nada que ver con nosotros. Porque lo tiene.
Salvar al oso polar no es sólo salvar a una especie carismática. Es reconocer que el mundo natural no es un decorado a nuestro servicio. Es asumir que formamos parte de algo mucho más grande y que, sin hielo, sin osos, sin equilibrio, también nosotros estamos en peligro. Pero aún estamos a tiempo de cambiar la historia: sólo hay que decidir si queremos formar parte del problema… o de la solución.