Cómo Pink Floyd exprimió el rock progresivo en las ruinas de un anfiteatro vacío de Pompeya
‘Live at Pompeii - MCMLXXII’ se reestrena ahora en versión restaurada y con mejor sonido

Pink Floyd, en una imagen de 1973. / Michael Ochs Archives
En 1974, Pink Floyd, que en aquel momento estaban en la cúspide de su fase de rock progresivo, estrenaron una película muy singular: un concierto grabado en las ruinas del anfiteatro romano de Pompeya (Italia), sin público, en el que los cuatro componentes de la banda inglesa aparecían tocando en el centro del coso, rodeados de todo tipo de instrumentos (incluido un gong) y grandes amplificadores, concentrados en su inmersión en largos pasajes instrumentales al gusto de la época. Aquella cinta, titulada Live at Pompeii – MCMLXXII (la cifra en número romanos es 1972, cuando se grabó), trascendió la música y se convirtió en una pieza de arte en sí misma que ahora, en abril de 2025, se reestrena en todo el mundo restaurada y con sonido mejorado.
Aquella grabación no se lanzó en su día como un disco de Pink Floyd, y sin embargo se considera una obra única e histórica. Para empezar, por su particular enclave. Y la razón por la que un grupo británico de rock eligió el anfiteatro de Pompeya, que quedó sepultado por la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. y encontrado en 1748 tras las pertinentes labores de excavación, es bastante curiosa.

La idea de actuar y registrar un concierto en las ruinas romanas no partió del grupo, sino del realizador audiovisual Adrian Maben, interesado en rodar un evento de música en directo de una banda de rock. Tras centrar su interés en Pink Floyd, propuso al mánager del grupo, Steven O’Rourke, la filmación de un concierto con imágenes intercaladas de pintores surrealistas. Tanto el mánager como la banda declinaron la oferta, pero Maben no desistió.
Durante unas vacaciones en Nápoles, Maben perdió su pasaporte. Creyó haberlo extraviado durante su visita al anfiteatro de Pompeya, por lo que regresó al recinto para buscarlo. Lo hizo fuera de los horarios turísticos, por lo que se lo encontró vacío, en completo silencio, y quedó hechizado por el poder magnético que ejercía sobre él. Pensó que era la localización perfecta para llevar a término su proyecto; con el respaldo de un profesor de la Universidad de Nápoles que era fan de Pink Floyd, presentó una nueva propuesta a la banda, que esta vez aceptó.
En esos días Pink Floyd acababan de publicar el disco Meddle (1971), el cual destacaba por incluir el tema Echoes, cuya duración de 23 minutos ocupaba toda la segunda cara del vinilo. Muy atrás había quedado la primera etapa de la banda, aquella en la que el cantante y guitarrista Syd Barrett llevaba las riendas de la composición hacia el formato de canciones psicodélicas. Solo dos discos había grabado Barrett con el grupo, y después de que el abuso por su parte de sustancias alucinógenas hubiera deteriorado su capacidad mental, fue apartado de la formación, a la que entró el también guitarrista Dave Gilmour. Por esas fechas, Pink Floyd se adentró en el rock progresivo, subgénero que se caracterizaba por piezas largas, a menudo instrumentales, en las que se anteponía el efecto de atmósferas etéreas al concepto tradicional de canción con estrofas y estribillo.

En unos tiempos en que los conciertos multitudinarios estaban en pleno auge, el de Pink Floyd en Pompeya representaba la antítesis: no había público en el anfiteatro, más allá de los cámaras y técnicos de sonido que aparecen en muchos planos rodeando a los músicos. Aquella solemne soledad causó impactó entre los primeros espectadores de la película, fascinados ante tal experiencia inmersiva: porque el despliegue técnico lograba situar a la audiencia muy cerca de los músicos, casi entre ellos, como si asistiera a un ensayo de la banda a medio metro de Gilmour, el bajista Roger Waters, el teclista Richard Wright y el batería Nick Mason, mientras contemplaba cómo la caída de la tarde en Pompeya oscurecía el coliseo y los músicos, algunos de los cuales habían empezado a tocar sin camiseta, se abrigaban para protegerse de la caída de temperatura.
Live at Pompeii - MCMLXXII fue una película realmente innovadora, que con estética de los años setenta mostraba que con el rock aún podían hacerse cosas hasta entonces impensadas. Pink Floyd siguieron publicando discos, cada vez mejores, como The dark side of the moon (1973), Wish you were here (1975), Animals (1977) o The wall (1979), hasta que discrepancias internas entre el bajista y letrista Roger Waters y sus compañeros desembocaron en la salida de Waters en 1983, engorrosas batalles legales y la posterior disolución de uno de los grupos más interesantes del rock de todas las eras. Syd Barrett, por su parte, falleció de cáncer en 2006 a los 60 años, completamente apartado de la música y en un estado de dejadez absoluta.