Lana Del Rey cumple 40: la dama de la melancolía que reescribió el pop
La artista estadounidense nació el 21 de junio de 1985

Lana del Rey, en febrero de 2012. / Michael Kovac
Cuando Lana Del Rey canta, parece que el tiempo se detiene. No hay prisas, ni algoritmos; no hay tendencias. Solo una voz que flota sobre una autopista americana, un atardecer en tonos pastel y el eco de una nostalgia que no pertenece a ninguna época concreta. Este 21 de junio, Elizabeth Woolridge Grant —ese es su nombre real— cumple 40 años, y con ellos celebra también más de una década reconfigurando el paisaje emocional del pop con un estilo que no admite imitaciones.
Apareció en 2011 como si viniera de otro mundo. “Video games” sonaba a algo nuevo y antiguo al mismo tiempo: una canción que parecía haber salido de un jukebox olvidado en alguna cafetería de los años sesenta, pero con una producción que hablaba el lenguaje contemporáneo. Desde entonces, Lana Del Rey no ha dejado de pulir su universo personal, ese en el que conviven las chicas tristes, las reinas del drama y los suburbios de Los Ángeles convertidos en terreno poético.
En una industria que premia la inmediatez y el single pegajoso, Lana apostó por lo contrario: el relato largo, el álbum que se escucha de principio a fin, la canción como refugio. Su figura se construyó desde la contradicción —la fragilidad envuelta en arrogancia, el glamour decadente, la sumisión romántica teñida de ironía— y de ahí su potencia simbólica. No era solo su estética lo que cautivaba, sino la sensación de que bajo cada palabra se escondía algo más: una referencia literaria, una herida real, una crítica velada al propio juego de la fama.
LOS40 Classic
LOS40 Classic
Desde Born to die (2012), su primer gran disco, hasta Did you know that there’s a tunnel under Ocean Blvd (2023), Lana ha sido una constante disonancia dentro del pop. Ha trabajado con productores de moda pero nunca ha seguido modas; ha coqueteado con el hip hop, el folk, la electrónica y el rock clásico, sin dejarse absorber por ninguno. Y, sobre todo, ha sido una cronista de la soledad moderna, de la obsesión por el pasado, del amor como un abismo dulce.
Su influencia es innegable. Artistas tan distintos como Billie Eilish, Lorde u Olivia Rodrigo reconocen su deuda con ella. No tanto por copiarle el estilo —Lana es, por definición, incopiable— sino por abrir una puerta: demostrar que el pop podía ser lento, introspectivo, poético, y aun así conectar con millones de personas. En tiempos de stories de quince segundos, ella apostó por letras largas, por melodías que se desarrollan con paciencia, por álbumes que requieren tiempo y atención.

Lo suyo nunca ha sido la corrección política ni el mensaje cómodo. A lo largo de su carrera ha sido criticada por romantizar supuestamente relaciones tóxicas, por sus declaraciones ambiguas, por sus silencios incómodos. Pero eso también forma parte del personaje que ha construido con una coherencia brutal: Lana Del Rey no es ejemplo de nada. Es solo una mujer que escribe canciones sobre lo que le duele, lo que le obsesiona, lo que no entiende. Y esa honestidad radical es, paradójicamente, lo que más la ha acercado a su público.
Lana es la voz de los que sienten demasiado. De quienes se enamoran con intensidad, de quienes no superan fácilmente las despedidas, de quienes encuentran belleza en lo sombrío. Su estética —cuerpos en la piscina, flores en el pelo, banderas americanas ondeando al viento— puede haber generado parodias, pero también ha creado escuela. Hoy es imposible entender el pop alternativo sin ella.
A los 40, Lana Del Rey no parece dispuesta a encajar en ninguna narrativa ajena. Su madurez artística se percibe más libre, más arriesgada. Ocean Blvd es quizá su disco más introspectivo, más experimental y más consciente de su legado. Y aunque sigue cantando sobre la muerte, el deseo y el desarraigo, lo hace con una serenidad que no tenía al principio.
Quienes esperaban que fuera una moda pasajera no entendieron nada. Lana Del Rey no ha sido un fenómeno de un verano, sino una grieta en el muro del pop donde se han colado la melancolía, la ambigüedad y la poesía. En un mundo cada vez más ruidoso, su música sigue siendo ese susurro que, de pronto, lo dice todo.