Los ataques de elefantes hacen saltar las alarmas en Zimbabue
La sequía y el cambio climático explican el cambio de comportamiento de estos grandes animales.
Un elefante africano, junto a su cría. / Matthias Hempel / 500px
Es una imagen que sirve como reclamo turístico: gigantescos elefantes caminando pausadamente con una espectacular puesta de sol de fondo. La vida salvaje en todo su esplendor. Pero esa realidad esconde también un problema: estos hermosos animales pueden ser letales. Y el número de ataques se viene disparando de un tiempo a esta parte.
Es la situación en Zimbabue, al sur de África. Concretamente, en regiones como Kariba, a 350 kilómetros al noroeste de la capital del país, Harare. Sólo en los tres primeros meses de 2025, los conflictos entre humanos y fauna salvaje, en especial elefantes, dejaron 18 personas muertas en todo el país. En los últimos cinco años, las víctimas mortales ascienden a más de 300, según datos de la Autoridad de Parques Nacionales y Vida Silvestre de Zimbabue (ZimParks). En mayo, tres personas murieron por ataques de elefantes solo en Kariba, mientras que otras cuatro resultaron heridas al intentar huir.
Zimbabue alberga cerca de 100.000 elefantes, la segunda mayor población del mundo tras la vecina Botsuana. Esta sobrepoblación, sumada a la presión humana y los efectos del cambio climático, especialmente una sequía intensa, está provocando una escalada en los enfrentamientos entre personas y animales.
"En Kariba, el crecimiento demográfico ha invadido los antiguos corredores silvestres", explica Amos Gwema, conservacionista comunitario, en una entrevista concedida a El País. "La reducción del hábitat provoca más encuentros con elefantes, que también buscan comida y agua". La región padece patrones climáticos erráticos, con lluvias cada vez más escasas y temperaturas extremas. En este contexto, humanos y animales compiten por los mismos recursos en un espacio cada vez más limitado.
El sacrificio como recurso polémico
La situación en algunas reservas ilustra el desequilibrio ecológico. En la reserva Save Valley Conservancy, al sur del país, habitan actualmente unos 2.550 elefantes, aunque la capacidad del ecosistema se estima en apenas 800. Por ello, ZimParks ha anunciado su intención de sacrificar 50 ejemplares en esta área. Se trata de una medida polémica, que ha reavivado el debate sobre cómo gestionar la población de elefantes de forma sostenible y ética.
Son animales con alta capacidad cognitiva, capaces incluso de buscar venganza si se los mata
Desde el Centro para la Gobernanza de los Recursos Naturales (CNRG), su director, Farai Maguwu, rechaza el sacrificio masivo: "Es un remedio violento y a corto plazo. Los elefantes tienen estructuras sociales complejas y pueden reaccionar de forma agresiva si un miembro de la manada es eliminado". Para Maguwu, "matar elefantes de forma aleatoria puede agravar el problema, ya que no se distingue entre individuos agresivos y pacíficos. Además, son animales con alta capacidad cognitiva, capaces incluso de buscar venganza".
Zimbabue ya recurrió a esta estrategia el año anterior, cuando anunció la eliminación de 200 elefantes debido a la grave sequía. Sin embargo, expertos como Gwema proponen alternativas como la translocación —el traslado de elefantes a zonas menos densas— o el uso de tecnologías disuasorias, como barreras de colmenas o pistolas de chile. También sugiere explorar la venta controlada de ejemplares a otros países o el aumento de cuotas legales de caza, siempre bajo un modelo que garantice ingresos para programas de conservación.
Los elefantes son fascinantes, pero también pueden ser letales. / Martin Harvey
Pero en un contexto de recursos escasos y falta de infraestructura, estas opciones se enfrentan a múltiples obstáculos. Henry Varandeni, responsable de medio ambiente en Nyaminyami y antiguo guarda forestal, reconoce que el número de agentes es insuficiente. "No se cumple la proporción recomendada por la UICN de un guarda por cada 20 kilómetros cuadrados, y las radios no tienen cobertura en muchas zonas", explica.
El reto en Zimbabue no es solo conservar una especie icónica, sino garantizar una convivencia segura y equitativa entre las personas y los animales. Un equilibrio difícil de alcanzar en un país con recursos limitados, hábitats en retroceso y un clima cada vez más impredecible.