ROSALÍA anuncia su gira 'LUX Tour'. Fechas, ciudades, entradas y más

¿Qué lleva a un pirómano a provocar un incendio?

Tras el acto delictivo de provocar un incendio puede haber muchas y muy variadas causas.

Tras los fuegos intencionados hay toda clase de motivaciones. / kirilllutz

Los incendios copan estos días los telediarios. A los fuegos de Las Médulas, Galicia o Cádiz se sumó este lunes otro en la localidad madrileña de Tres Cantos, que obligó a desalojar a miles de vecinos y ha provocado una víctima mortal.

Aunque generalmente se trate de imprudencias o accidentes, también hay fuegos intencionados

Tras la mayoría de los incendios está la mano del hombre. Pero aunque generalmente se trate de imprudencias o accidentes, como una desbrozadora, una chispa o una colilla mal apagada, también existen los fuegos abiertamente intencionados. Aquellos que, al presentar varios focos simultáneos, denotan que ha habido una determinación de causar el mayor daño posible.

Esa realidad lleva a hacerse una pregunta: ¿qué lleva a una persona a iniciar un incendio? ¿Qué ocurre en la mente del pirómano?

Fascinación por el fuego

El fuego tiene un poder magnético difícil de comprender para la mayoría, pero cuando alguien lo enciende de forma deliberada, entra en juego una intención firme de dañar o beneficiarse. Iniciar un incendio es un acto consciente, cargado de significados ocultos.

Algunas personas buscan una sensación de dominación sobre el entorno, una manera de afirmar control frente al caos. Esta afirmación puede tener raíces emocionales profundas, traumas pasados o vulnerabilidades que se expresan a través del fuego.

Otros encuentran motivación en una fascinación absorbente por las llamas: el calor, el brillo, el rugido del fuego. Esa experiencia hipnótica, que todos sentimos al sentarnos delante de una chimenea, puede cautivar a algunos hasta el punto de perder el control y pasar a la acción para verlo en grandes dimensiones.

Los pirómanos también pueden actuar movidos por un mensaje extremo de repudio o dolor, sembrando fuego como forma de hacerse notar o infligir daño simbólico. Quemar es, para ellos, una lengua violenta cuando no encuentran otra manera de comunicarse.

Y no faltan los que buscan un desafío extremo a las normas sociales, una forma de romper la rutina, desafiar límites, buscar excitación en lo prohibido. La clásica adrenalina que se genera al llevar a cabo una acción extrema.

Los objetivos pasan por especular con terrenos quemados, obtener subvenciones para restauración, desplazar a vecinos o aliviar cargas fiscales

Sin embargo, todas estas causan explican muy pocos incendios: según una investigación de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, solo el 3 % de los incendios deliberados pueden atribuirse a piromanía como trastorno mental.

En la mayoría de los casos, detrás del incendio intencionado se esconden beneficios económicos encubiertos: especular con terrenos quemados, obtener subvenciones para restauración, desplazar a vecinos o aliviar cargas fiscales. El fuego se convierte, pues, en una herramienta para generar oportunidades materiales.

Un agosto negro

En España, los incendios forestales arrasan cada año miles de hectáreas. Y este 2025 está siendo especialmente trágico, debido al repunte de agosto: el fuego ya ha arrasado más monte de todo el que quemó en 2024. El Sistema de Información Europeo de Incendios Forestales (EFFIS) cifra en casi 60.000 hectáreas la superficie quemada en menos de ocho meses, una cifra que ya supera las 47.711 reportadas por el Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO) en su balance del año pasado.

2025 está siendo un año especialmente trágico en materia de incendios forestales / Brais Seara

El impacto ambiental es profundo: erosión del suelo, pérdida de biodiversidad, liberación masiva de CO₂ y alteraciones duraderas en los ecosistemas más frágiles. Los bosques quemados dejan suelos expuestos, propensos a inundaciones y aludes. La fauna desaparece o se desplaza, y el paisaje tarda años —a veces décadas— en recuperarse. Además, la combustión libera dióxido de carbono y partículas contaminantes que alimentan el cambio climático y deterioran la calidad del aire, poniendo en riesgo la salud de todos.

Las penas, de 2 a 10 años

No es fácil cazar a un pirómano con las manos en la masa. De hecho, el entorno facilita el delito: zonas despobladas, bosques secos por sequía, poca vigilancia y el calor extremo de las últimas semanas aumentan las posibilidades de iniciar un fuego y escapar sin ser visto.

Si hay peligro para la vida o integridad de personas, las condenas pueden llegar a 20 años

En caso de que se detenga al causante, las penas van desde 2 a 10 años de prisión si no hay agravantes. Si hay peligro para la vida o integridad de personas, o si el fuego se extiende por terreno forestal, las condenas pueden elevarse a hasta 20 años de cárcel, además de multas considerables. Asimismo, se exige generalmente la obligación de reparación o indemnización a los afectados.

Comprender el fenómeno no justifica el acto. La prevención activa y colaborativa —vigilancia vecinal, concienciación ambiental y apoyo psicológico temprano— puede frenar el próximo desastre. Al fin y al cabo, poner freno a esta pesadilla que cada verano tiene en vilo a todo el país es tarea de todos.