España arde: ¿A quién le importan los animales?
Mientras hablamos de hectáreas calcinadas, miles de animales mueren o quedan gravemente heridos en los fuegos que arrasan medio país.
Los animales son las víctimas olvidadas en los incendios forestales. / solarseven
Cuando los informativos abren estos días con la aterradora cifra de casi 350.000 hectáreas arrasadas, lo hacen para dar una medida de la magnitud del desastre. Pero detrás de ese dato frío se esconde otra tragedia silenciosa: la de los animales que habitaban los montes. Desde aves hasta reptiles, desde ciervos hasta pequeños invertebrados. Todos ellos forman parte de un equilibrio natural que el fuego arrasa en cuestión de horas.
No hay estadísticas fiables sobre el número exacto de víctimas, pero sí estimaciones que ayudan a hacerse una ligera idea del alcance. La Fundación Franz Weber calculó en su día que en los incendios de 2022 podrían haber muerto más de un millón de animales —domésticos y salvajes— en base a densidades de fauna por hectárea. Hoy, con cifras similares de superficie quemada, el panorama no es muy diferente. Y aunque sean meras aproximaciones, basta pensar en la vida que late bajo cada metro de bosque para comprender un drama del que apenas se habla.
Víctimas invisibles
En las últimas semanas se han difundido imágenes devastadoras en las redes sociales. Ovejas carbonizadas, un jabalí atrapado por las llamas, aves que caen mientras intentan huir del humo. Son escenas que estremecen porque hacen visible lo que normalmente permanece oculto: la muerte silenciosa de miles de criaturas que no tienen voz ni escapatoria posible frente al fuego.
Las pequeñas especies cumplen un papel clave en los ecosistemas
Más allá de los animales considerados de caza o de las especies más reconocibles, aquellas que el ser humano utiliza habitualmente en su propio beneficio, los incendios destruyen a millones de organismos menos visibles. Erizos, anfibios, insectos o murciélagos que cumplen papeles clave en el control de plagas, la polinización o la regeneración del bosque. Sin ellos, los ecosistemas pierden engranajes vitales y su recuperación se vuelve mucho más lenta. Y si hablamos de especies protegidas como el lince ibérico o el águila imperial, la amenaza es aún mayor: poblaciones enteras pueden ver comprometida su supervivencia.
Las zonas afectadas por las llamas pueden tardar décadas en recuperar su biodiversidad. / Lucas Ninno
El daño no se mide solo en víctimas mortales. Animales heridos por el fuego, intoxicados por el humo o desplazados de su hábitat se enfrentan a un futuro incierto. Los centros de recuperación de fauna silvestre reciben cada verano decenas de ejemplares afectados, pero sus recursos son limitados y no pueden cubrir la magnitud del problema ante una crisis de estas dimensiones.
Las consecuencias a largo plazo son demoledoras. Los expertos advierten de que los bosques arrasados por las llamas pueden tardar décadas en recuperar su biodiversidad, y algunos hábitats nunca volverán a ser los mismos. El fuego no solo calcina árboles, sino que fragmenta corredores ecológicos, rompe cadenas tróficas y empobrece el suelo.
La mano humana
Conviene recordar, además, que el origen de la mayoría de estos incendios no es natural. La mano del ser humano está detrás en más del 80% de los casos, según datos oficiales. Y aunque las olas de calor y las sequías juegan un papel igualmente clave, lo cierto es que la chispa inicial suele tener responsables concretos: negligencias, descuidos o, directamente, actos intencionados.
En este contexto, la prevención es esencial. Los especialistas insisten en la necesidad de una gestión forestal más activa, con limpieza de montes, creación de cortafuegos y refuerzo de medios humanos. Algo que choca con los recortes presupuestarios y con decisiones tomadas muchas veces lejos del territorio. La voz del campo, que conoce cada sendero y cada risco, reclama ser escuchada.
Mientras tanto, las imágenes de animales muertos se convierten en símbolo de un fracaso colectivo. Los incendios no solo destruyen árboles, sino también vidas invisibles que forman parte del alma de nuestros paisajes. Recordarlo debería ser el primer paso para tomarnos en serio la protección de la naturaleza.