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Tiburón: 50 años de la película que nos metió (sin motivo) el miedo en el cuerpo

En el verano de 1975, la película de Steven Spielberg cambió para siempre nuestra manera de ver a estos poderosos animales.

Cartel de la película 'Tiburón', de 1975.

Un par de notas graves y medio mundo dejó de meterse en el mar. Aquel sonido inquietante, lento y creciente en intensidad, anunciaba la llegada de algo imparable, salvaje, monstruoso. Y todo sin mostrarlo apenas. En 1975, Steven Spielberg tenía 28 años y un puñado de problemas técnicos con el tiburón mecánico que debía protagonizar 'Jaws' ('Fauces'), que en España fue traducida directamente como 'Tiburón'. Así que como no funcionaba bien, decidió insinuarlo más que mostrarlo. El resto es historia del cine y, para los escualos, una maldición que aún arrastran medio siglo después.

Spielberg, en una imagen del set.

Hace 50 años que un animal salvaje fue convertido en icono del terror con colmillos de plástico. ‘Tiburón’ fue la primera película en recaudar más de 100 millones de dólares en EEUU, lo que dio origen al concepto de 'blockbuster' veraniego. Pero también fue la película que transformó a los tiburones —criaturas majestuosas, antiguas, complejas— en un sinónimo de amenaza. Aquella silueta negra deslizándose bajo el agua y esa aleta asomando entre las olas quedaron grabadas en la retina de millones de personas. De pronto, el tiburón blanco ya no era un pez: era el coco del océano.

Una película perfecta

Desde un punto de vista cinematográfico, ‘Tiburón’ es impecable. Su ritmo, la construcción del suspense, la música de John Williams, la tensión in crescendo, los personajes y sus dinámicas, la forma en que Spielberg utiliza la mirada del espectador como arma narrativa… Todo contribuye a una obra maestra del cine popular. Pero su impacto cultural fue tan profundo que desbordó la pantalla.

Los tiburones pasaron a ocupar el mismo rincón mental que los monstruos. No ayudó que, durante años, los medios amplificaran cada ataque como si fuera una epidemia, subiéndose a la ola del interés (incluso la fiebre) por los tiburones que generó la película. El problema es que no lo era. Según el International Shark Attack File, los ataques no provocados de tiburones a humanos rondan los 70 casos anuales en todo el planeta. Las muertes, en la mayoría de años, no superan las cinco. Para ponerlo en contexto: cada año mueren muchas más personas por caídas de cocos, selfies arriesgados o picaduras de abejas que por ataques del temido tiburón blanca. 

El gran tiburón blanco (Carcharodon carcharias). / Stephen Frink

La ciencia lleva décadas intentando limpiar el nombre de los estos animales. Son especies clave en el equilibrio de los ecosistemas marinos, y muchas de ellas en peligro por la pesca intensiva, la caza deportiva y la destrucción de su hábitat. Pero la sombra de Spielberg es alargada. Incluso Peter Benchley, autor de la novela original en la que se basa la película, pasó los últimos años de su vida convertido en activista por la conservación de los tiburones, arrepentido del monstruo que ayudó a crear.

Miedo, verano y VHS

Aun así, hay algo entrañable en recordar cómo nos marcó ‘Tiburón’. Los que ya tienen unos años la vieron en cines, en pases televisivos veraniegos y, más tarde, en aquellos VHS que se rebobinaban una y otra vez. Nadie olvidará al jefe Brody diciendo aquello de “vamos a necesitar un barco más grande”, ni el monólogo estremecedor de Quint sobre el USS Indianapolis. Forma parte de la educación emocional cinéfila de toda una generación, junto a clásicos como ‘Los Goonies’ o ‘Regreso al Futuro’. Eso sí: ‘Tiburón’ siempre fue más salvaje y adulta.

El filme también la chispa que encendió la pasión por estudiar y proteger a la especie

El miedo que sembró fue real, pero también lo fue la fascinación. Muchos biólogos marinos actuales reconocen que su vocación nació viendo aquella película. No deja de ser paradójico: un filme que demonizó a una especie fue también la chispa que encendió la pasión por estudiarla y protegerla. Porque si algo dejó claro ‘Tiburón’ es que los humanos tenemos una capacidad infinita para sentir miedo… y también para convertirlo en amor, curiosidad y respeto.

Cincuenta años después, el tiburón blanco sigue siendo un símbolo. Pero ya no solo de terror veraniego, sino de un debate sobre el poder del cine para moldear nuestra percepción del mundo natural. Spielberg no creó un monstruo: lo inventamos nosotros, proyectando sobre un animal real nuestros propios fantasmas. Quizá ha llegado el momento de devolverle su dignidad al rey del océano.