Glastonbury cumple 55 años: El festival que inspiró Led Zeppelin por el que ahora se pagan casi 350 euros por entrada

El Festival de Glastonbury, tal y como lo conocemos hoy, tuvo su origen el 19 de septiembre de 1970, en una granja lechera en Somerset, Inglaterra. Este viernes está de celebración porque cumple 55 años.

En aquella primera edición contaron con unas 1.500 personas que, pagaron una libra por cada entrada. La última edición de este año reunió a unas 130.000 personas que pagaron 300 libras (casi 350 euros) por entrar. Una evolución que se ha dado a lo lardo de estas más de cinco décadas.

Cuando pensamos en festivales legendarios, pocos alcanzan la dimensión de Glastonbury. No solo por la música: por su alma, su compromiso, sus contradicciones y su capacidad de reinventarse manteniendo esa esencia primigenia de comunión al aire libre. Este junio de 2025, Glastonbury volvió a demostrar por qué sigue siendo referente mundial. Pero, ¿cómo llegó hasta aquí? Hagamos un viaje por su historia, sus hitos clave, sus retos y lo que lo define hoy.

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Los primeros pasos: de farolillos en Worthy Farm al mito

Todo comenzó en 1970, cuando Michael Eavis organizó un festival llamado Pop, Blues & Folk en su granja de Worthy Farm, en Pilton, Somerset. Era una idea sencilla: reunir amigos, música folk, blues, algo de amor libre bajo un cielo campestre.

Ese germen se extendió al año siguiente con Glastonbury Fair of 1971, donde ya apareció por primera vez la idea del Pyramid Stage, escenario que se convertiría en símbolo del festival. Aquella edición mezclaba música, poesía, teatro, y una atmósfera casi utópica, heredera espiritual de los movimientos contraculturales.

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Durante los 70s y 80s, Glastonbury creció con pausas, conflictos con permisos locales, lluvias legendarias que transformaban los campos en pantanos... Pero cada interrupción le dio carácter. Se convirtió en algo más que música: una declaración de principios, un espacio donde lo alternativo convive con lo popular.

De expansión, headliners y la globalización del cartel

En los 90, los 2000, y sobre todo desde 2010 en adelante, Glastonbury se profesionaliza mucho más. Escenarios más grandes, infraestructuras más complejas, una gestión de multitudes descomunal, y carteles que ya no solo incluyen bandas de culto, sino nombres gigantescos del pop, el rock, la electrónica, el rap, etc.

En 2000 se estimó una asistencia de unos 200.000 espectadores. Esa dimensión ya exigía logística, seguridad, permisos, responsabilidad. Eso llevó a que en 2002‐2003 se realizaron mejoras notables en la seguridad (vallas, cercados de perímetro) para delimitar el festival y evitar entradas informales.

En los últimos años, la diversidad de estilos ha sido notable: artistas de rap, R&B, pop indie, leyendas vivas, nuevas promesas. Esa variedad ha ayudado a mantener Glastonbury relevante para varias generaciones.

Actuaciones míticas en Glastonbury

Grandes nombres han pasado por este festival en estas cinco décadas y media. Uno de los más destacados, David Bowie, que había tocado en Glastonbury en 1971, pero fue en el año 2000 cuando protagonizó uno de los conciertos más recordados de la historia del festival. Con su carisma intacto, repasó clásicos como Heroes o Life on Mars?, en una actuación que se considera el ejemplo perfecto de lo que significa ser cabeza de cartel en Glastonbury: una comunión total entre artista y público.

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Otro momento clave fue cuando después de la pausa forzada por la pandemia, Glastonbury regresó en 2022 con un cartel espectacular. Uno de los momentos más emotivos llegó con Paul McCartney, que ofreció un concierto de más de dos horas a sus 80 años. Invitó a Bruce Springsteen y a Dave Grohl, y hasta proyectó un dueto virtual con John Lennon. Fue un homenaje al pasado, al presente y al poder eterno de la música en uno de los escenarios más emblemáticos del planeta.

Aunque no todo ha sido tan idílico en su historia, ha habido momentos de tensión como aquella vez que se escogió a Jay Z como cabeza de cartel y se desató la polémica. Había voces que pensaban que el hip hop no tenía cabida en un festival históricamente dominado por el rock. El rapero respondió de la mejor manera: abriendo su concierto con una versión de Wonderwall de Oasis y demostrando que Glastonbury era un espacio para la diversidad. Ese día se marcó un antes y un después en la apertura de estilos musicales dentro del festival.

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Cambios recientes: comodidad, seguridad, experiencia

Glastonbury no es solo nostalgia. En 2025 se han visto varios ajustes y mejoras pensadas para responder a problemas que ya no se pueden ignorar.

Se ha reducido la venta de entradas con respecto a ediciones anteriores para evitar la masificación. La idea es mejorar la fluidez, que no haya aglomeraciones insoportables en escenarios secundarios.

Se han incorporado nuevas áreas como Dragon’s Tail para ofrecer espacios de descanso dentro del festival, lejos del bullicio principal.

También se han rediseñado zonas populares como Shangri-La, Silver Hayes, The Glade, que se han ampliado. Se han añadido nuevos escenarios pequeños y se han mejorado los servicios básicos, como bloques de baños en puntos críticos.

Un cambio importante ha sido en el sistema de venta de entradas: desde noviembre de 2024 se introdujo una cola automática para evitar que los usuarios tengan que andar refrescando la página, y así mejorar la equidad del acceso.

El 'fallow year': pausas que regeneran

Una particularidad fundamental es que no todos los años se celebra el Festival. Hay lo que se llama 'fallow years', años en los que se toma un descanso para permitir que la tierra se recupere, que las comunidades locales respiren, que la infraestructura se ajuste. Este parón no es algo menor: forma parte del ADN de Glastonbury, del compromiso con la tierra, el medio ambiente y con el bienestar de quienes ayudan a montar el festival.

Después de 2025 vendrá uno de esos años sin festival, lo que hace que esta edición haya tenido aún más atención, porque muchos lo ven como una especie de “último suspiro antes del descanso”.

Voz e impacto cultural

Glastonbury ha sido escenario de momentos que trascienden la música. Es donde se han dado discursos históricos, se han visto regresos esperados o nuevas estrellas han emergido al gran público. Y también donde festivales soñadores, que en su momento parecían marginales, se convierten en referencia masiva.

En 2019, por ejemplo, Stormzy fue el primer artista británico negro en encabezar el festival como solista; fue un momento simbólico de inclusión.

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En 2025, Olivia Rodrigo, The 1975 y Neil Young destacaron como cabeza de cartel, mostrando el equilibrio entre frescura, vigencia y leyenda.

Retos que siguen estando al frente

Con todos los logros, hay sombras que acompañan Glastonbury como el manejo del hacinamiento: aunque se redujeron números de tickets, siempre hay presión intensa sobre los accesos, los escenarios menores, los puntos de encuentro.

También el impacto ambiental: residuos, desgaste del suelo, transporte masivo, ruido, estructuras temporales… muchos detallistas señalan que el festival no puede descuidar lo ecológico si quiere mantener su reputación.

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Equilibrio cartel vs autenticidad: hay quienes sienten que el festival corre el riesgo de convertirse en una feria de grandes nombres si pierde su vínculo con lo alternativo, con lo imprevisto. Pero la apertura de nuevos escenarios, de apuestas, sigue siendo una de sus armas para contrarrestar eso.

¿Qué esperar de Glastonbury en el futuro?

Si 2025 ha sido una edición tan cuidada, con ajustes reales de espacio, mapa, experiencia de público, etc., la mirada ya está puesta en lo que vendrá después del “fallow year”. Cómo recuperar lo que haga falta, cómo innovar sin perder identidad, cómo hacer que la comunidad local, los fans de siempre y los recién llegados se sientan parte de algo que es más grande que cada edición.

Glastonbury sigue siendo la prueba de fuego de que un festival no se define solo por quién sube al escenario, sino por cómo se construye lo que sucede alrededor: las historias, las lluvias, las madrugadas, lo inesperado. En cada edición renace esa tensión mágica entre caos y música, entre barro y éxtasis, entre leyenda y vida real.

Glastonbury no es solo un festival: es un espejo de lo que queremos que los festivales sean en un mundo que ya no tolera lo descartable, lo superficial. Y, si algo queda claro en 2025, es que el futuro de Glastonbury está en la mirada sincera hacia atrás con agradecimiento, hacia adelante con responsabilidad… y hacia arriba, con la promesa de que la siguiente lluvia puede traer la canción que marque el recuerdo.