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Muere Claudia Cardinale, una de las últimas divas del cine clásico, a los 87 años

El mundo se despide de una de las grandes divas del cine clásico

Claudia Cardinale, retratada en Roma en 1959. / Archivio Cameraphoto Epoche

Muere a los 87 años un icono del cine italiano que conquistó Hollywood con su belleza, su talento y su carisma. Claudia Cardinale ha fallecido, rodeada de sus hijos en Nemours (Francia). Así lo ha comunicado su representante, Laurent Savry, a la AFP este miércoles23 de septiembre.

El alcalde de Cannes, David Lisnard, era de los primeros en reaccionar al fallecimiento: "Su talento solo era comparable a su ardiente belleza. Su carrera fue en sí misma una obra maestra. Claudia Cardinale deja una huella indeleble en la historia del cine y, por lo tanto, intrínsecamente, en la de Cannes". Ella fue la protagonista del cartel del Festival de Cannes en la 70ª edición.

Orígenes humildes, destino de estrella

Nacida el 15 de abril de 1938 en La Goulette, un barrio de Túnez, en el seno de una familia de inmigrantes sicilianos, Claudia Joséphine Rose Cardinale tenía ya su destino en el cine, aunque no lo supiera aún. La mayor de cuatro hermanos, recibió una cultura italiana pese a vivir en un protectorado francés.

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Su belleza fue reconocida desde muy pronto. De joven, ganó un concurso de belleza en Túnez (La chica italiana más bella de Túnez) que le abrió las puertas de la industria cinematográfica italiana y, poco después, internacional. El trampolín fue irresistible, con ese concurso ganó una invitación para el Festival de Venecia. Fue el origen de su carrera, fue allí donde empezó a caminar su propio sendero entre cine de arte, compromisos estéticos y papeles que exigían algo más que belleza.

Su debut fue junto a Omar Sharif, en Goha (1958), lo que le hizo ganar renombre en Hollywood.

La sombra de los grandes directores

Su filmografía es un paseo por los nombres indispensables del cine europeo de los años dorados: Fellini, Visconti, Leone. Papeles en Ocho y medio, El Gatopardo, La amante de Mussolini, Las Petroleras o La pantera rosa, entre muchos otros, la convirtieron en musa y en fuerza creativa.

No solo mostraba gracia frente a la cámara, sino arrojo para elegir personajes complejos, mujeres con contradicciones, con dolor, con fuerza, con sensualidad, con dignidad. No se dejó encasillar. Esa capacidad le ganó reconocimiento, premios, admiración y una carrera que duró décadas.

Compartió pantalla con actores míticos como John Wayne, Rita Hayworth, Anthony Quinn, Brigitte Bardot o Burt Lancaster con los que compartió esa edad dorada del cine.

Batallas personales, resistencia

Detrás de la elegancia y la sonrisa hubo momentos difíciles. A los 17 años sufrió una violación y de aquella situación, de aquel acto trágico, nació su hijo Patrick, cuya paternidad tuvo que mantener en secreto durante años para proteger su imagen.

También vivió una etapa en que un productor poderoso, Franco Cristaldi, ejercía un control fuerte sobre su carrera y su vida privada mientras estuvieron casados. Esa relación profesional y personal fue condicionante, y su ruptura fue también una forma de alzar la voz.

Aunque ella siempre defendió que el único hombre de su vida había sido el cineasta napolitano Pasquale Squiteri, fallecido en 2017, de quien se enamoró rodando I guappi (1974) y con quien tuvo su segunda hija, Claudia.

Reconocimientos y legado

Actriz de más de cien películas (y según algunas fuentes, cerca de 130) se convirtió en musa, referencia, punto de inspiración para muchos. Obtuvo premios de carrera: el León de Oro en Venecia, reconocimientos en Berlín, y se convirtió en una voz respetada hasta los últimos años.

Era también mujer de convicciones: rechazó roles cómodos, rechazó ser simplemente un objeto de admiración, mantuvo una dignidad ante los compromisos del star system.

Llegó a Hollywood donde fue respaldada por amigos como Alfred Hitchcock, Barbra Streisand o Steve McQueen, pero allí nunca llegó a sentirse como en casa y decidió volver a Europa. Pasó sus últimos años en París huyendo de la presión mediática de Roma.

Claudia Cardinale y Steve McQueen, en los Premios de la Academia en 1965. / Bettmann

Se volvió abanderada de muchas cusas como la defensa del medio ambiente o la lucha contra la violencia machista llegando a crear, incluso, su propia fundación.

Reacciones ante su adiós

Su muerte ha producido una ola de despedidas en Europa y el mundo entero. Críticos de cine han hablado de “una era que se extingue”, de “la última gran diva del cine clásico europeo”. Medios como Le Figaro, Libération, La Repubblica la han llevado a sus portadas y; Francia, Italia, Túnez la lloran en su despedida.

Colegas, actores, directoras jóvenes comentaron que su paso por el cine fue una escuela: aprender de Cardinale era aprender a negociar belleza y carácter, glamour y autenticidad.

En redes sociales, muchos recordaron escenas icónicas: su Angelica en El Gatopardo, su papel en Once Upon a Time in the West, su risa, su mirada. Multitud de fans han publicado fotos, fragmentos de entrevistas, fragmentos de películas, fragmentos de energía pura.

El eco de su presencia

Claudia Cardinale amó el cine, lo vivió con pasión y lo transformó con su personalidad: sensible, rebelde, libre. No fue solo una gran belleza: fue belleza con voz, presencia con decisión, actriz con conciencia.

Ella misma dijo alguna vez que había interpretado muchas vidas: la mujer seductora, la revolucionaria, la madre, la víctima, la que ama con intensidad, la que camina sin pedir permiso. Y es esa multitud de vidas lo que hace que su partida duela como si el cine perdiera también sus posibilidades más auténticas.

Claudia Cardinale se va, pero no su legado; no sus películas, no sus gestos, no esa forma de ser mujer en una época que esperaba sumisión. Se va una leyenda, pero queda su luz.