La vida personal de Luis Zahera, el prota de ‘Animales’ en Netflix: Identidad gallega, trabajo en Nueva York o soledad elegida

Este viernes 3 de octubre, Netflix ha estrenado Animal, una serie española que nos traslada a Galicia para observar el choque que se produce entre los boombers y los zetas y, también entre lo urbano y lo rural. Una comedia blanca y familiar que protagonizan Luis Zahera y Lucía Caballero.

Él abandona esos personajes de malvado y duro a los que nos tiene acostumbrados para encarnar a un hombre más tierno. Un veterinario en sus horas bajas económicamente hablando que se ve forzado a aceptar un trabajo en una tienda de mascotas de lujo.

Tiene pinta de que se va a colar en el ranking de lo más visto en seguida. 8 capítulos de apenas 25 minutos destinados a sacarnos una sonrisa.

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Zahera, un prota reservado

Zahera es uno de esos actores a los que nos hemos acostumbrado a ver en pantalla, pero no todo el mundo conoce la historia que hay tras de sí. Con esta serie vuelve a sus orígenes, ya que nació en Santiago de Compostela. Además, en esta ronda de promoción ha podido volver a los recuerdos de su infancia cuando sus padres alquilaban una casa en una aldea gallega donde ordeñaba vacas, daba de comer a los cerdos y las gallinas.

Luis Zahera, ese actor gallego de presencia potente, voz profunda y mirada casi siempre seria, también carga con un equipaje emocional tan rico como complejo. Detrás de sus personajes (que muchas veces interpretan al tipo bronco, al que incomoda, al malo) hay un hombre que ha asumido duelos, carencias, silencios y decisiones que le han marcado tanto o más que sus éxitos.

Aunque no es muy dado a entrar en su intimidad, de vez en cuando se abre con una buena dosis de generosidad y sinceridad que nos han permitido conocerle un poco mejor. Pero ni sus redes sociales las gestiona él.

Orígenes: Galicia, casa de 4 hermanas, madre resistente

El actor era el hermano pequeño de cuatro hermanas. Creció en un entorno tradicional, ese de madres que trabajan, lavan, cocinan, arreglan la casa, ayudan con los deberes. La suya fue un pilar fundamental en su vida, un sostén silencioso. Él en alguna ocasión ha admitido que era de las que lo solucionaban todo, desde lo doméstico hasta lo emocional, incluso trabajando fuera de casa. No vivió la infancia del foco y las cámaras, sino del esfuerzo cotidiano, que templa al carácter.

Por otro lado, estaba su padre, figura mucho más distante. No hubo abrazos, no hubo besos, muchas veces ni palabras de aliento. Era un hombre de pocas muestras de afecto, atravesado por el humor negro, por gestos que eran una mezcla de incomodidad y protección ruda. De él recuerda frases duras: “Mucho tienes que trabajar para no trabajar”, o “¿por qué no te suicidas?”.

Un humor que no cura, que hiere un poco, como ha reconocido Zahera en alguna ocasión. También ha admitido que tuvo miedo de acabar como él: aislado, en un silencio casi autoimpuesto.

Aceptar el acento, la identidad gallega y la soledad elegida

Luis Zahera no nació con la fama: antes de dedicarse al arte, trabajó en Nueva York, en empleos que nada tienen que ver con los focos. Pintaba casas, atendía el ropero de restaurantes, hacía demolición incluso en las Torres Gemelas para una empresa portuguesa. Él cuenta que esos tiempos lo despertaron, lo obligaron a sobrevivir, a espabilarse. Fue allí donde aprendió que la vida no espera a quien piensa demasiado, que hay que moverse.

Pero volvió con su marcado acento gallego que, en ocasiones, le dificultó encontrar personajes. No siempre notó una buena aceptación cuando su forma de hablar marcaba tanta diferencia y no lo seleccionaban por este motivo para muchos proyectos. Eso le dolió en su momento, pero ahora celebra que haya una diversidad creciente de acentos en el cine español. Su tierra siempre ha estado presente en su vida.

Y en cuanto a la soledad que se le percibe, él la acepta voluntariamente en muchos casos. Ha dicho que tiene miedo a acabar solo, como su padre, y que eso le pesa, aun cuando ha logrado reconocimiento, premios, cariño del público. Esa soledad es al mismo tiempo compañera de viaje: actor, premios, éxito, pero también muchos días sin nadie esperándolo.

Salud, arrepentimientos y decisiones

En entrevistas recientes, Zahera ha sido muy claro sobre su salud: durante el rodaje de Animal sufrió un problema serio de próstata. Tuvo que ser sondado, convivir con malestar intenso, con síntomas muy incómodos e incluso ser hospitalizado teniendo que detener su trabajo.

Esa experiencia lo hizo caer en cuenta del paso del tiempo, de la fragilidad, de que no todo se puede con fuerza, que el cuerpo también habla. Ha dicho que le dio tristeza, que lo hizo miedoso, que despertó una consciencia de cuidarse más, de valorar lo que antes quizá descuidaba.

Y este hombre que tan seguro parece en sus papeles también confiesa errores, decisiones que, si pudiera volver atrás, cambiaría. “Me arrepiento de no haber tenido hijos”, ha reconocido. El motivo, cuenta, no fue por no querer, sino por una adicción al trabajo, por ese afán profesional de escalar, de llegar, de probar, que le hizo dejar cosas pendientes: relaciones afectivas que podrían haber sido distintas, opciones vitales que sacrificó por cargar con los tiempos del rodaje, las giras, los compromisos. Esa reflexión la hace en voz alta, sin drama impostado, como quien admite que algo se escapó.

Relaciones públicas, amistades y límites

No le gustan los titulares que hablen de su vida privada: sus romances, sus sentimientos, sus noches de tristeza. Ha dicho más de una vez que prefiere mantener bajo perfil en lo sentimental. Valora la gente que habla honestamente de su intimidad, pero reconoce que eso no es lo suyo. Cuando le preguntan por mujeres o parejas, responde con cortesía, pero poco revelador. Su madre le enseñó a guardar ciertas cosas para uno mismo, y él lo hace.

También ha sorprendido con amistades poco esperadas. Por ejemplo, su relación cordial con el político Alberto Núñez Feijóo: su parecido físico les ha unido mediáticamente, pero Zahera dice que no va más allá de una simpatía y algún reencuentro público, de respeto mutuo, de buena relación. No busca polémicas, aunque a veces las declaraciones saltan a titulares.

Y ya en su vida profesional, admira a directores que lo creen, que lo ven más allá del acento o del cliché de tipo duro. Rodrigo Sorogoyen, por ejemplo, lo fichó para El reino sin muchas vueltas: sabía lo que quería, como actor, como individuo. En ese tiempo aprendió a aceptar roles diversos, a no encerrarse en la casilla de malo, aunque disfrute la intensidad que conllevan. Y Animal, es una de esas oportunidades que ha tenido de mostrar otro perfil.

No pretende ser un ejemplo, ni dar lecciones; simplemente habla de sus decisiones, de sus heridas, de lo que soñó y lo que dejó escapar. En sus palabras está el retrato de un hombre que trabaja porque ama, que actúa porque no le queda de otra, que ríe, que llora, que recuerda. Y al final, que decide: mejor vivir siendo auténtico, con las marcas, con los silencios, con el acento, con lo que algunos llaman rudeza. Porque Luis Zahera es eso: una suma de afectos y distancias, de orgullo gallego y sensibilidad guardada, de historias que solo puede contar alguien que las ha vivido.