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El vertedero en el espacio: la amenaza invisible que rodea la Tierra

No todo lo que sube al espacio desaparece: miles de objetos flotan alrededor de la Tierra y representan un riesgo creciente para satélites, astronautas y el futuro del planeta.

La basura espacial supone una seria amenaza de la que apenas se habla. / MARK GARLICK/SCIENCE PHOTO LIBRA

Cuando pensamos en contaminación, casi siempre nos imaginamos ríos con plástico, coches emitiendo humo o vertederos saturados. Pero hay un tipo de basura que rara vez aparece en los titulares: la basura espacial. Se trata de los restos de satélites fuera de uso, cohetes abandonados, herramientas perdidas por astronautas e incluso fragmentos que chocan y se multiplican en órbita.

Según la Agencia Espacial Europea (ESA), actualmente hay más de 34.000 objetos mayores de 10 cm orbitando nuestro planeta, y cientos de miles de fragmentos menores, imposibles de rastrear con precisión. Estos objetos no desaparecen solos: permanecen flotando durante años, décadas y en algunos casos, siglos, aumentando la congestión en órbita y el riesgo de accidentes.

¿Por qué importa tanto? Porque cada uno de esos objetos viaja a velocidades de hasta 28.000 km/h. A esa velocidad, un simple tornillo podría perforar un satélite o dañar gravemente la Estación Espacial Internacional. Las colisiones generan aún más fragmentos, multiplicando el problema en un efecto conocido como síndrome de Kessler, que podría hacer ciertas órbitas prácticamente intransitables.

El número de objetos que orbitan alrededor de la Tierra no ha parado de incrementarse. / MARK GARLICK/SCIENCE PHOTO LIBRA

Esto no es solo un problema teórico: en 2009, la colisión entre un satélite de comunicaciones ruso y uno estadounidense creó más de 2.000 fragmentos que siguen orbitando y representan peligro constante para otras misiones. Cada año, la cantidad de objetos aumenta y, con ella, los riesgos para futuros satélites y misiones tripuladas.

Los métodos para limpiar la órbita terrestre aún son experimentales

A diferencia de la basura en la Tierra, en el espacio no hay cubos de basura ni sistemas de reciclaje automáticos. Los métodos para limpiar la órbita aún son experimentales: satélites equipados con redes, brazos robóticos o láseres que desvían fragmentos, y “remolcadores” que empujan satélites viejos hacia la atmósfera para que se desintegren al reentrar. Sin embargo, estas soluciones son muy costosas y técnicamente complejas, y el número de objetos sigue creciendo. Según la NASA, se lanzan alrededor de 1.500 nuevos satélites cada año, muchos de ellos para constelaciones de Internet como Starlink, lo que multiplica la densidad de tráfico en órbita baja y hace que cada lanzamiento tenga un impacto potencial sobre toda la red orbital.

Un riesgo… a muchos niveles

La basura espacial también tiene consecuencias indirectas sobre nuestro planeta. Cuando los objetos caen a la atmósfera y se queman, algunos liberan residuos metálicos o químicos, que pueden llegar a la superficie. Además, los satélites y sistemas orbitales son fundamentales para la vida moderna: GPS, telecomunicaciones, pronósticos meteorológicos, vigilancia climática y hasta la predicción de desastres naturales dependen de ellos. Una colisión o un fragmento perdido puede interrumpir estos servicios durante días o semanas, con consecuencias directas para millones de personas.

Cada cohete, satélite y tornillo perdido puede afectar al planeta y las generaciones futuras

La responsabilidad del problema es compartida: desde agencias espaciales hasta empresas privadas, pasando por la legislación internacional que regula el uso del espacio. La ONU ha establecido directrices para minimizar la basura orbital, pero no son vinculantes, por lo que la gestión depende de la buena voluntad de cada país o compañía. Por eso, la próxima vez que veas un lanzamiento, recuerda que cada cohete, satélite y tornillo perdido contribuye a un vertedero flotante que puede afectar nuestro planeta y las generaciones futuras.

La basura espacial no es ciencia ficción: es la contaminación del siglo XXI que orbita sobre nuestras cabezas. Y, como ocurre con los problemas ambientales en la Tierra, cuanto antes empecemos a gestionarla, menos difícil será proteger el espacio… y nuestra propia vida en él.