Alerta medioambiental: la Tierra alcanza niveles nunca vistos de CO2
El planeta marca un nuevo récord histórico de gases de efecto invernadero y la tendencia no muestra señales de frenarse.

Las emisiones no se detienen. / picture alliance
La Tierra acaba de romper otro récord que nadie quería celebrar. En 2024, la concentración de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera alcanzó su nivel más alto desde que existen mediciones modernas, según el último informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). En solo un año, el planeta sumó 3,5 partes por millón (ppm) de CO₂, el mayor salto desde 1957.
Traducido a un lenguaje más cotidiano: estamos acumulando gases que atrapan el calor a un ritmo nunca visto. Y eso significa un planeta más caliente, más inestable y más expuesto a fenómenos extremos como olas de calor, incendios, sequías o inundaciones.
Seguimos quemando combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) a gran escala
El CO₂, principal gas de efecto invernadero, se ha disparado desde los años sesenta. Entonces, el ritmo de aumento era de 0,8 ppm al año. Hoy, la media se sitúa en 2,4 ppm anuales, y el último salto ha sido más del doble. La secretaria general adjunta de la OMM, Ko Barrett, lo resume así: "El calor retenido por el CO₂ sobrealimenta nuestro clima".
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Las causas son conocidas: seguimos quemando combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) a gran escala, y los ecosistemas que antes ayudaban a absorber parte de ese carbono, como bosques, suelos y océanos, están perdiendo eficacia. Los incendios, las sequías y el calentamiento del mar reducen su capacidad para "respirar" CO₂, lo que agrava aún más el problema.
En 2024, la concentración media global alcanzó las 423,9 ppm, frente a las 377,1 ppm registradas hace apenas dos décadas. La mitad de esas emisiones permanece en la atmósfera; el resto la absorben los océanos y la vegetación. Pero este equilibrio está cambiando.
Un planeta que pierde sus pulmones
Los llamados "sumideros de carbono" funcionan como los pulmones del planeta. Sin embargo, la OMM advierte que su capacidad se está agotando. A medida que el planeta se calienta, los océanos absorben menos CO₂ y los bosques sufren sequías más prolongadas. Durante 2024, un episodio intenso de El Niño redujo drásticamente la eficacia de esos sumideros: la sequía y los incendios en la Amazonia y el sur de África liberaron más carbono del que pudieron retener.

El planeta se calienta a un ritmo alarmante. / ThomasVogel

El planeta se calienta a un ritmo alarmante. / ThomasVogel
El resultado es un círculo vicioso: más calor, menos absorción natural de CO₂ y, por tanto, todavía más calor. La OMM alerta de que las consecuencias de las emisiones actuales se sentirán durante siglos, incluso aunque mañana se dejaran de emitir gases contaminantes.
El dióxido de carbono no está solo en esta ecuación. El metano (CH₄) y el óxido nitroso (N₂O), segundo y tercer gas de efecto invernadero más abundantes, también marcaron máximos históricos en 2024.
El metano —que proviene en un 60 % de actividades humanas como la ganadería o el cultivo de arroz— se situó en 1.942 partes por mil millones, un 166 % por encima de los niveles preindustriales. Aunque su presencia en la atmósfera dura menos que la del CO₂, su poder de calentamiento es mucho mayor.
El óxido nitroso, por su parte, alcanzó 338 partes por mil millones, un 25 % más que antes de la Revolución Industrial. Este gas procede en buena medida del uso de fertilizantes agrícolas, además de fuentes naturales como los océanos.
No se trata solo de proteger el clima, sino también la economía y el bienestar social
El informe de la OMM no deja lugar a dudas: si no reducimos drásticamente las emisiones, la Tierra se adentrará en una fase de calentamiento prolongado con consecuencias impredecibles para la vida tal y como la conocemos. No se trata solo de proteger el clima, sino también la economía y el bienestar social. Cada ola de calor, cada incendio o cada cosecha perdida supone un coste que se multiplica año tras año.
La buena noticia es que aún hay margen para actuar: las energías renovables, la reforestación y la reducción del consumo de combustibles fósiles pueden marcar la diferencia. Pero el reloj corre. Y el aire que respiramos ya nos está recordando que no hay planeta B.












