25 años de ‘Pequeño cabaret ambulante’: la reinvención de Bunbury
Fue su primer álbum en directo tras la disolución de Héroes del Silencio
Bunbury, en concierto en Madrid en 2010. / Pablo Blazquez Dominguez
A finales de los noventa, Enrique Bunbury era un artista en plena encrucijada. Tras la separación de Héroes del Silencio en 1996, el zaragozano se encontraba frente al vértigo de la libertad total. Había pasado casi una década al frente de una de las bandas más influyentes del rock español y latinoamericano, con giras multitudinarias y una legión de seguidores que lo consideraban una especie de mesías eléctrico. Pero aquel ciclo había terminado. El carisma del líder sobrevivía intacto, aunque la pregunta era inevitable: ¿qué hacer después de haberlo sido todo?
La respuesta llegó en forma de espectáculo errante, casi circense. Bunbury decidió reconstruirse desde cero, renunciar al exceso de distorsión y abrirse a nuevos sonidos. Así nació Pequeño cabaret ambulante, continuación de Pequeño (1999), el primero en directo y con el que consolidó su nueva identidad. El título no era casual: evocaba un universo de artistas itinerantes, de canciones como números de una carpa poética, de personajes que viven al margen y reinventan su mundo cada noche.
En aquel momento, Bunbury buscaba algo más que una carrera en solitario: perseguía una estética. Después de Radical sonora, que había coqueteado con la electrónica y el trip hop, quiso acercarse a una paleta más orgánica, con arreglos acústicos, influencias latinas, jazzísticas y gitanas. Grabado en vivo en Ciudad de México en abril de 2000, Pequeño cabaret ambulante era, en esencia, un manifiesto: un disco de ruptura y búsqueda, pero también de reconciliación con la canción como relato.
LOS40 Classic
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El álbum abría con “Infinito”, un tema que se convertiría en uno de los grandes himnos de su repertorio. Con su tono melancólico y su letra de desamor devastado, mostraba a un Bunbury introspectivo, más humano, sin la coraza épica de sus tiempos en Héroes. Le seguían piezas como “El viento a favor”, “El extranjero” o “De mayor”, donde exploraba su identidad artística y sus contradicciones. Había guiños a la chanson francesa, a la copla, al tango, incluso a la música balcánica, pero todo filtrado por un lenguaje propio, barroco y emocional.
La producción, a cargo del propio Bunbury, aportó al disco un sonido cálido y cinematográfico, con secciones de cuerda, acordeones, trompetas y percusiones que construían una atmósfera teatral. Era un disco que no pretendía gustar a todos, sino abrir una nueva etapa. Y lo consiguió.
Desde el punto de vista conceptual, Pequeño cabaret ambulante representó el nacimiento de un personaje: el Bunbury trovador nómada, con aire de poeta decadentista y cantante de feria, que desde entonces se convertiría en su seña de identidad. Cada canción parecía una escena: unas veces sombría, otras luminosa, siempre impregnada de ironía y dramatismo. Esa teatralidad, tan propia de su ADN artístico, encontró aquí su punto de equilibrio.
La gira fue una declaración estética. Bajo una carpa simbólica y con un elenco de músicos que parecían salidos de una troupe bohemia, Bunbury recorrió España y América Latina. Los conciertos eran más que recitales: eran pequeños espectáculos de variedades, donde la voz profunda del aragonés se movía entre el cabaret, el rock y la poesía recitada. Esa gira, que quedó registrada en un álbum en directo, consolidó su estatus como solista de culto.
En cuanto a su recepción, Pequeño cabaret ambulante no fue un éxito de masas inmediato, pero sí un álbum de consolidación artística. Alcanzó el disco de oro en España y vendió más de 200.000 copias en Latinoamérica, especialmente en México, donde Bunbury ya gozaba de una devoción casi religiosa. Las críticas fueron diversas: algunos antiguos fans de Héroes se mostraron desconcertados por el viraje estilístico, mientras que otros celebraron su audacia. Con el paso del tiempo, el álbum ha sido reivindicado como uno de los más importantes de su carrera, el que marcó el nacimiento definitivo del “universo Bunbury”.
Hoy, veinticinco años después, Pequeño cabaret ambulante suena como el punto exacto en que un artista se atreve a reinventarse y gana la apuesta. Fue el disco que permitió a Bunbury ser todos los que quiso: crooner, dandi, peregrino, profeta y bufón. Una obra que rompió con el pasado sin renegar de él, que abrió la puerta a la experimentación de discos posteriores como Flamingos o El viaje a ninguna parte.
Más allá de su sonido, su legado radica en su coherencia. Bunbury entendió que el arte no consiste en repetir fórmulas, sino en ponerlas en riesgo. Pequeño cabaret ambulante no fue solo un disco: fue una declaración de independencia. Sigue recordándonos que, en la música como en la vida, los artistas verdaderos son aquellos que no temen desmontar su propio escenario para levantar otro más grande.
