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El Mar de Aral: así se produjo el mayor desastre ecológico del siglo XX

De oasis azul a desierto salado en apenas unas décadas, el Mar de Aral es el ejemplo perfecto de cómo la acción humana puede transformar la naturaleza hasta casi borrarla del mapa.

Barcos varados en el Mar de Aral. / Getty Images

A mediados del siglo XX, el Mar de Aral era el cuarto lago más grande del planeta. Situado entre Kazajistán y Uzbekistán, ocupaba una extensión similar a toda Andalucía y albergaba una intensa vida: barcos pesqueros, pueblos enteros dedicados a la industria del pescado y una biodiversidad que sustentaba a miles de personas. Pero todo cambió cuando la Unión Soviética decidió desviar los dos ríos que lo alimentaban, el Amu Daria y el Sir Daria, para irrigar plantaciones de algodón en medio del desierto.

Lo que parecía una obra maestra de la ingeniería pronto se convirtió en una catástrofe ambiental de dimensiones colosales. El agua dejó de llegar al lago, que comenzó a reducirse a pasos agigantados. En apenas veinte años, el nivel descendió varios metros, la salinidad aumentó de forma brutal y los peces desaparecieron. Los pueblos pesqueros quedaron varados a kilómetros de la orilla: sus barcos, oxidados, se convirtieron en esqueletos sobre la arena.

Desierto, miseria y muerte

El retroceso del Mar de Aral no solo borró un ecosistema: también cambió la vida de los habitantes del lugar. La economía local se hundió, provocando migraciones masivas. Los que se quedaron se enfrentaron a problemas de salud inesperados: el viento levantaba polvo cargado de sal y pesticidas acumulados en el fondo del lago, lo que disparó enfermedades respiratorias, cánceres y malformaciones congénitas.

Las cifras hablan por sí solas: en los años sesenta, el Mar de Aral tenía 68.000 km². A principios de los noventa ya había perdido más de la mitad de su superficie, y hoy está dividido en varias masas de agua mucho más pequeñas, algunas casi desaparecidas. En el lado kazajo, gracias a una presa construida en 2005, una parte del norte del lago ha logrado recuperarse en parte. Pero el sur, en Uzbekistán, sigue siendo un desierto salino.

El caso muestra cómo un proyecto mal planificado puede destruir un ecosistema entero en apenas una generación

El caso del Aral es paradigmático porque muestra cómo un proyecto económico mal planificado puede destruir un ecosistema entero en apenas una generación. Además, es un recordatorio incómodo de que la gestión del agua es un asunto político tanto como ambiental. Lo que en los años sesenta se vendió como "oro blanco" (el algodón) resultó ser un espejismo con un precio altísimo para el territorio y sus gentes. El pensamiento cortoplacista y la búsqueda del beneficio por encima del medio ambiente terminó pasando factura.

Hoy el Mar de Aral es también un lugar de memoria. Sus barcos abandonados, oxidados y cubiertos de arena son fotografiados por viajeros como símbolos del colapso. Y sus antiguos habitantes cuentan a sus nietos cómo un mar que parecía eterno desapareció delante de sus ojos. Un espejo roto de lo que fue el mayor desastre ecológico del siglo XX, y una advertencia para el presente: cuando se exprime la naturaleza sin pensar en las consecuencias, el coste siempre termina llegando.