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Un año de la DANA en Valencia: las lecciones medioambientales que deberíamos aprender

La tragedia dejó 237 muertes y un paraje desolador. También una pregunta en el aire: ¿qué hacer para que no vuelva a repetirse?

Se cumple un año de la DANA de Valencia. / soniabonet

Hace un año, la DANA del 29 de octubre de 2024 descargó sobre la provincia de Valencia una violencia sin precedentes. En pocas horas cayeron más de 700 litros por metro cuadrado en algunas zonas, arrasando barrios enteros y desbordando barrancos que llevaban décadas sin limpiarse. Aquel episodio se saldó con 237 víctimas mortales y miles de personas desplazadas. Hoy, la Comunitat recuerda a sus muertos y mira al cielo con un temor nuevo: el de saber que el cambio climático hace cada vez más probables episodios extremos como aquel.

Las cifras de entonces siguen estremeciendo. Municipios como Paiporta, Silla o Torrent quedaron sepultados bajo el agua, y las pérdidas económicas superaron con creces cualquier previsión inicial. Pero más allá del drama humano, la DANA dejó al descubierto una verdad incómoda: la catástrofe no fue solo meteorológica, también fue de gestión y planificación. Los sistemas de alerta fallaron, los cauces estaban obstruidos, y demasiadas viviendas se levantaron donde nunca debieron construirse.

El papel del cambio climático

Los expertos coinciden en que fenómenos así son más intensos en un planeta cada vez más cálido. Según estudios del 'World Weather Attribution y ClimaMeter', el cambio climático hizo que la DANA valenciana fuera un 12% más intensa de lo que habría sido antes del calentamiento global. En el Mediterráneo, donde el mar se ha calentado 1,3 grados desde 1940, las danas encuentran un caldo de cultivo ideal: una atmósfera más húmeda, un mar más caliente y suelos resecos por las sequías que luego no pueden absorber el agua. El cóctel definitivo para la tormenta perfecta.

La localidad de Paiporta tras el paso de la DANA. / SGAPhoto

A ello hay que añadir un factor clave: en muchos municipios valencianos, la expansión urbanística descontrolada ha ocupado antiguas ramblas y zonas inundables. Lo que antes era cauce natural, hoy son urbanizaciones, centros comerciales o carreteras. Y cuando el agua busca su camino, no encuentra salida. Por eso, los expertos insisten en la necesidad de revisar los mapas de riesgo, recuperar espacios naturales que sirvan de "esponjas" y renaturalizar ríos y barrancos. Otros hablan, directamente, de replantearnos seriamente la manera de construir.

El 112 recibió más de 19.000 llamadas antes de que se activara la alerta oficial

La DANA del 29-O también evidenció la fragilidad del sistema de emergencias. El 112 recibió más de 19.000 llamadas antes de que se activara la alerta oficial, y muchos protocolos de evacuación no se aplicaron a tiempo. En un contexto de crisis climática, mejorar la coordinación institucional y la educación ciudadana es tan vital como levantar nuevos diques o muros de contención.

Recordar para prevenir

En los últimos meses, se han iniciado obras de emergencia y nuevos planes de prevención, pero la sensación general es que la respuesta sigue siendo lenta e insuficiente. Las ayudas tardan en llegar y hay familias que aún no han podido regresar a sus casas. A ello se suma la indignación por la gestión del presidente de la Comunitat, Carlos Mazón, cuya dimisión se ha pedido en numerosas ocasiones en multitudinarias manifestaciones.

La tragedia dio paso a una ola de solidaridad. / SGAPhoto

La DANA dejó también lecciones de humanidad. Bomberos que trabajaron durante días sin descanso, vecinos que rescataron a desconocidos, voluntarios que limpiaron barro calle a calle. Esa resiliencia colectiva es, quizá, la mayor enseñanza de la catástrofe. Pero no puede convertirse en una excusa para la inacción institucional.

Un año después, la Comunitat Valenciana sigue curando sus heridas y preguntándose si hemos aprendido lo suficiente. La respuesta aún está en construcción. Lo que está claro es que la memoria no puede quedarse en el homenaje: debe convertirse en acción. Prevenir, planificar y respetar el territorio son los únicos antídotos frente a una naturaleza cada vez más imprevisible. Porque una cosa parece clara: el agua volverá. Está en nuestras manos evitar que vuelva a cobrarse vidas.