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Treinta años de ‘Wonderwall’, de Oasis: el himno que definió una generación

Es el sencillo más recordado del grupo de los hermanos Gallagher

Liam Gallagher (dcha.) y Noel Gallagher, de Oasis, en Londres en 1995. (Photo by Dave Hogan/Getty Images) / Dave Hogan

Cuando Oasis lanzó “Wonderwall” el 30 de octubre de 1995, ya era mucho más que una banda británica en ascenso: era el corazón palpitante de una revolución cultural. En apenas dos años, los hermanos Gallagher habían pasado de tocar en clubes de Manchester a liderar el fenómeno del britpop, ese movimiento que devolvió al Reino Unido la confianza en su propio sonido después de una década dominada por el grunge americano. Pero fue con “Wonderwall” cuando todo cambió. En tres minutos y medio, Oasis dejó de ser un grupo de moda para convertirse en mito.

Antes de aquel sencillo, la banda había publicado su segundo álbum, (What’s the story) Morning glory?, apenas unas semanas antes, el 2 de octubre de 1995. El primer adelanto, “Roll with It”, había protagonizado la célebre “batalla del britpop” contra Blur en las listas, pero fue “Wonderwall” la que rompió todas las fronteras. Escrita por Noel Gallagher, producida por Owen Morris y Noel, y cantada con ese acento nasal y desafiante de Liam Gallagher, la canción condensaba la esencia de Oasis: arrogancia, melancolía y una fe ciega en el poder de la melodía.

En su origen, “Wonderwall” no pretendía ser un himno. Noel la compuso en un hotel de Londres y la dedicó, según confesó entonces, a su pareja y futura esposa Meg Mathews. Más tarde, se desdijo: “No es sobre nadie en particular, es sobre un sentimiento”. El título provenía de la banda sonora del filme experimental Wonderwall (1968), compuesto por George Harrison, un guiño beatle que no pasaba desapercibido. Musicalmente, el tema se apartaba del sonido áspero de Definitely maybe y apostaba por una producción más acústica, con guitarras de doce cuerdas, arreglos de cuerda y una percusión casi hipnótica.

La letra, simple y ambigua, fue clave en su magnetismo. “You’re my wonderwall” no significa exactamente nada, y a la vez lo significa todo. Es una frase abierta, maleable, perfecta para proyectar sobre ella cualquier emoción. Esa universalidad hizo que la canción conectara con millones de oyentes: no hablaba de política ni de clase, sino de vulnerabilidad, de esperanza, de creer que alguien puede salvarte cuando el mundo se derrumba. En una época en que el rock británico se definía por su ironía, “Wonderwall” era un acto de sinceridad.

Su éxito fue inmediato y global. En Reino Unido alcanzó el número dos en las listas, frenada solo por Robson & Jerome, pero en el resto del mundo se convirtió en un fenómeno. En Estados Unidos fue el primer gran hit británico de la era post-grunge, alcanzando el número ocho en el Billboard Hot 100. En Australia, Canadá, Suecia o España sonó hasta el hartazgo. El videoclip —dirigido por Nigel Dick, en blanco y negro con toques psicodélicos— contribuyó a su aura melancólica y elegante, con Liam Gallagher en primer plano, inmóvil, cantando con su mirada desafiante y su postura icónica.

Pero “Wonderwall” fue mucho más que una canción de éxito: se convirtió en el emblema emocional de una generación. En 1995, Oasis representaba la idea de que los sueños podían nacer en los barrios obreros de Manchester y conquistar el mundo. “Wonderwall” era el sonido de esa utopía, un tema que combinaba épica y fragilidad. Desde entonces, ha sido interpretada en miles de versiones —desde Paul Anka hasta Ryan Adams— y se ha colado en innumerables películas, series y eventos deportivos. Incluso quienes no han escuchado a Oasis reconocen sus primeros acordes.

El impacto cultural fue tal que el propio Noel Gallagher llegó a cansarse de ella. “Si tuviera una libra por cada vez que alguien la toca en una guitarra, sería más rico de lo que ya soy”, bromeó años después. Y, sin embargo, sigue siendo el centro de sus conciertos: un momento en que toda una multitud, desde adolescentes hasta veteranos del britpop, canta al unísono. En festivales, en pubs o en fiestas improvisadas, “Wonderwall” ha sobrevivido a modas, décadas y generaciones.

Treinta años después, su magnetismo permanece intacto. No hay en ella artificio ni grandilocuencia: solo una progresión de acordes sencilla, una voz imperfecta y una emoción universal. Wonderwall fue la prueba de que el rock todavía podía emocionar sin disfraces, que bastaba una guitarra acústica y una melodía inolvidable para unir a millones de personas.

Oasis nunca volvió a ser el mismo grupo después de esa canción. La fama, las tensiones y el ego acabarían por fracturar a los Gallagher, pero “Wonderwall” quedó como su bandera, como el punto donde el rock británico se reencontró con la emoción pura. Porque hay canciones que envejecen y canciones que se quedan a vivir. Y “Wonderwall”, tres décadas después, sigue sonando como la primera vez: sencilla, inmortal y necesaria.