Bailando con lobbies: la COP30 se llena de delegados de la industria de los combustibles fósiles
La cumbre del clima de Belém vuelve a encender las alarmas sobre la influencia corporativa en las negociaciones climáticas.
Los lobbistas tienen un papel protagonista en las negociaciones. / gremlin
Pasan casi desapercibidos, pero están ahí. Ejerciendo un papel clave a la hora de hacer presión sobre los gobiernos. Jugando sus cartas para que las decisiones que se tomen en los momentos importantes vayan en línea con sus intereses. Actuando lejos del foco mediático, pero de manera decisiva. Son los lobbies, y aunque casi nadie habla de ellos, es esencial hacerlo para entender el avance o el retroceso en la lucha contra el cambio climático. Y sí: como no podía ser de otra manera, están muy presentes en la COP30 de Belém, que tiene lugar estos días en Brasil y cuyas conclusiones serán decisivas para el futuro de la humanidad.
Uno de cada 25 asistentes a la COP30 responde a intereses corporativos directamente vinculados al petróleo, el gas y el carbón
La presencia de estos grupos de presión no es nueva en las cumbres climáticas, pero este año ha alcanzado una magnitud sin precedentes. Según la coalición internacional Kick Big Polluters Out (KBPO), más de 1.600 lobistas de la industria de los combustibles fósiles han obtenido acreditación para participar en la COP30 de Belém. Esto significa que uno de cada 25 asistentes responde a intereses corporativos directamente vinculados al petróleo, el gas y el carbón. Su cifra supera a la de casi todas las delegaciones nacionales: solo Brasil, el país anfitrión, ha enviado a más personas. KBPO calcula además que la presencia fósil ha crecido un 12 % respecto a la COP29, convirtiendo esta edición en la más saturada de representantes corporativos desde que hay registros.
David contra Goliath
El desequilibrio es especialmente llamativo cuando se compara con quienes sufren en primera línea los impactos de la crisis climática. Los lobistas superan en casi 50 a 1 a la delegación de Filipinas, una de las más afectadas por tifones devastadores, y multiplican por 40 la de Jamaica, aún reconstruyéndose tras el reciente paso del huracán Melissa. En total, la industria fósil ha recibido dos tercios más de acreditaciones que los diez países más vulnerables juntos. Buena parte de esta presencia llega a través de asociaciones empresariales como la IETA, en la que están gigantes como Exxon, BP o TotalEnergies, y distintas cámaras de comercio con fuerte peso en los mercados energéticos globales.
Los intereses de las grandes corporaciones están bien representados en las COP. / Boris Zhitkov
A ello se suma un factor especialmente polémico: 599 lobistas entraron a la COP con acreditaciones otorgadas por gobiernos, lo que da acceso privilegiado a áreas internas de negociación. Países como Francia, Japón o Noruega invitaron a decenas de representantes corporativos. Y aunque por primera vez se exige a las organizaciones no gubernamentales declarar públicamente sus fuentes de financiación, esta obligación no afecta a quienes acceden con credenciales oficiales, lo que para muchos supone una brecha que desactiva cualquier avance hacia la transparencia.
"No se puede solucionar un problema dando poder a quienes lo causaron"
El resultado, denuncian más de 450 organizaciones de la coalición KBPO, es una "captura corporativa" del proceso climático. Voces de América Latina, organizaciones ecologistas, redes feministas e indígenas subrayan que la presencia masiva de la industria fósil convierte las COP en espacios para lavar imagen, frenar regulaciones y bloquear una transición justa. "No se puede solucionar un problema dando poder a quienes lo causaron", insisten. Por eso reclaman reformas urgentes: reglas claras de conflicto de intereses, mecanismos de sanción y límites que frenen la influencia de los grandes contaminadores.
Tras las negociaciones hay acuerdos entre lobbistas que no siempre salen a la luz. / Scarlette
Las críticas también van dirigidas al propio diseño de las negociaciones, donde el consenso se utiliza a menudo como herramienta para ralentizar decisiones clave. Varias organizaciones piden introducir procedimientos de voto que impidan que unos pocos países, a menudo alineados con intereses fósiles, bloqueen acuerdos necesarios para acelerar la eliminación progresiva de carbón, petróleo y gas. Sin estos cambios estructurales, alertan, la COP seguirá siendo un espacio vulnerable a la presión corporativa.
Para los colectivos que integran KBPO, liberar las cumbres de la influencia fósil es una condición imprescindible para encarar de verdad la crisis climática. No se trata solo de proteger la integridad del proceso, sino de garantizar que las voces de los países más vulnerables, de las mujeres, de los pueblos indígenas y de la sociedad civil puedan decidir el rumbo de unas negociaciones que marcarán el futuro del planeta. Mientras tanto, Belém ofrece un escenario donde se vuelve a repetir la misma pregunta incómoda: ¿puede haber justicia climática en una pista de baile dominada por los grandes contaminadores?