Open Rivers: ¿Por qué eliminar las barreras fluviales es una buena idea? 

Derribar presas en desuso no es un gesto simbólico: es una forma de frenar la crisis climática, recuperar ecosistemas y ahorrar millones en daños futuros.

Los ríos han de fluir sin barreras artificiales, siempre que sea posible. / Sergey Alimov

Fue una de esas 'fake news' que circularon como la pólvora en las redes sociales, impulsadas por cuentas estrechamente relacionadas con el negacionismo climático o la extrema derecha: el Gobierno de España está demoliendo presas y vaciando embalses, lo que se traduce en escasez de agua y desastres naturales. Pero una vez más, se trataba de un bulo. Eso sí, como casi todos, tenía algo de media verdad: nuestro país está siendo un referente en la demolición de barreras fluviales, en su gran mayoría, azudes y pequeñas presas que ya no tienen utilidad y que interrumpen el cauce natural de los ríos.

Eliminar estas pequeñas estructuras en desuso no es una excentricidad ecologista, sino una necesidad urgente. Así lo defiende el Open Rivers Programme (ORP), que advierte de que mantener estas estructuras convierte los ríos en focos de gasto y degradación ambiental. Por eso, su objetivo es ir acabando con ellas poco a poco. 

Muchas de estas barreras fueron levantadas hace décadas para mover molinos, derivar agua de riego o generar electricidad, pero hoy no cumplen ninguna función real, según los responsables de ORP. Dejar que sigan ahí implica riesgos de derrumbe, acumulación de sedimentos, pérdida de biodiversidad y un mayor peligro de inundaciones.

Imagen de la Ribeira Sacra, en Galicia. / Enrique Díaz / 7cero

El ORP, financiado por la fundación británica Arcadia, nació precisamente para revertir esta situación. Su objetivo: ayudar a eliminar barreras y restaurar ecosistemas fluviales en toda Europa. El programa ya ha superado las cien demoliciones, con más de 1.480 kilómetros de ríos liberados en 18 países. El reto es inmenso: se calcula que existen más de un millón de barreras en el continente, muchas sin inventariar o abandonadas, y alrededor de 171.000 solo en nuestro país.

Lo que el río no se lleva

Cuando los ríos se bloquean, no solo se detiene el agua: también se frena la vida. Los sedimentos, nutrientes y materia orgánica que deberían desplazarse aguas abajo quedan atrapados, lo que provoca erosión, pérdida de playas y deltas y daños en los cauces y en infraestructuras como puentes. Además, el agua estancada libera gases de efecto invernadero, como el metano, y favorece la proliferación de cianobacterias. A todo esto se suma que los embalses o estanques sin uso pierden enormes cantidades de agua por evaporación, un lujo difícil de justificar en plena crisis climática.

Dejar que el agua fluya es una manera de proteger tanto a las personas como al entorno

En zonas urbanas, eliminar azudes también puede prevenir inundaciones. Al desaparecer estructuras que elevan el nivel del agua, los ríos recuperan su capacidad natural de absorber caudales altos sin desbordarse. Dejar que el agua fluya es, al final, una manera inteligente de proteger tanto a las personas como al entorno.

Aunque pueda parecer una acción enfocada solo a la naturaleza, el principal beneficiado de esta restauración es el ser humano. Quitar las barreras mejora la calidad del agua, reduce los costes de mantenimiento y favorece la recuperación de especies migratorias. En otras épocas, los ríos europeos eran una fuente local y sostenible de alimento: peces como el esturión, el sábalo o la anguila eran comunes y accesibles. Hoy, muchos están al borde de la extinción. Recuperar sus hábitats no traerá de vuelta el pasado, pero sí puede evitar nuevas pérdidas.

Sin embargo, no todos lo ven igual. Países como Francia o España, que lideraban la eliminación de barreras fluviales, han frenado proyectos por la presión de los citados bulos y la desinformación difundida en redes y algunos medios. El resultado es una parálisis que cuesta dinero y biodiversidad. El mensaje del Open Rivers Programme es claro: dejar que los ríos vuelvan a ser ríos no es un gasto, sino una inversión de futuro.