¿Qué son las macrogranjas y por qué se oponen a ellas los ecologistas?
Las grandes explotaciones ganaderas intensivas en el punto de mira: impactos ambientales, salud pública, agua, dignidad rural y bienestar animal. Este sábado, una performance las denunciará en Madrid.

Las macrogranjas generan oposición entre colectivos ecologistas y animalistas. / Andrey Kulagin
Desde hace unos años, las macrogranjas están en boca de todos. Un fenómeno que tiene en pie de guerra a ecologistas, animalistas y vecinos de las zonas afectadas, que se han manifestado en numerosas ocasiones para denunciar las consecuencias de este modelo. Casos como los de Noviercas y Fuentearmegil, en Soria, o el proyecto de construir 25 macroganjas en varios municipios de Aragón han vuelto a poner de relevancia un serio problema que va más allá de lo medioambiental.
Pero, ¿qué es exactamente una macrogranja? A grandes rasgos, se trata de una explotación ganadera de gran tamaño en la que se concentran miles de animales para producir carne, leche o huevos a gran escala. Un modelo que implica una fuerte industrialización del sector, con procesos estandarizados, grandes infraestructuras y una elevada demanda de agua, piensos y energía. En España, este tipo de instalaciones se han multiplicado en los últimos años: según Greenpeace, en 2013 había alrededor de 1.500 explotaciones consideradas macrogranjas y en 2022 ya superaban las 3.600, lo que supone un incremento del 135% en menos de una década.
Veneno en el subsuelo
El crecimiento de este modelo de producción ha despertado la preocupación de organizaciones ecologistas, que alertan de los efectos negativos que provoca en el medio ambiente, la salud de las personas y la vida de los pueblos. Uno de los problemas más graves está relacionado con la gestión de los purines, los residuos orgánicos generados por miles de animales en espacios reducidos. Estos purines son ricos en nitrógeno y, cuando no se tratan adecuadamente, acaban filtrándose al suelo y contaminando acuíferos y ríos. En 2023, más de la mitad de las mediciones de agua subterránea realizadas por la Red Ciudadana de Vigilancia de Nitratos registraban niveles de contaminación, y en 257 municipios españoles se superó el límite legal de nitratos en agua de consumo, lo que afectó a más de 220.000 personas.
LOS40
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Vacas en una explotación lechera. / Bloomberg Creative

Vacas en una explotación lechera. / Bloomberg Creative
El impacto no se limita al agua. Las macrogranjas también emiten gases como el amoníaco y el metano, que contribuyen al cambio climático y afectan a la calidad del aire. En los últimos diez años, las emisiones de metano del sector porcino en España han aumentado un 94% y las de amoníaco un 33%. Este último es especialmente problemático porque contribuye a la formación de partículas en suspensión, dañinas para la salud respiratoria. A ello se suman los malos olores, la proliferación de insectos y la presión que ejercen sobre los ecosistemas locales, que ven cómo se incrementa la demanda de piensos y tierras agrícolas destinadas a alimentar a los animales.
Los ecologistas subrayan que las macrogranjas concentran beneficios en grandes empresas mientras los costes los asumen los territorios
Los riesgos también alcanzan a la salud humana. El exceso de nitratos en el agua de consumo puede provocar problemas graves como el "síndrome del bebé azul" en lactantes, además de estar vinculado con distintas patologías crónicas. Los gases y olores emitidos por estas explotaciones pueden generar molestias continuas y problemas respiratorios en la población cercana. No es extraño, por tanto, que en muchos pueblos donde se proyectan macrogranjas surjan plataformas vecinales que intentan frenar su instalación.
El debate no es únicamente ambiental o sanitario, sino también social, ético y económico. Los ecologistas subrayan que las macrogranjas concentran beneficios en grandes empresas mientras los costes los asumen los territorios: pérdida de atractivo turístico, degradación del paisaje, problemas de convivencia y presión sobre los servicios públicos locales. Además, estas instalaciones compiten de forma desleal con la ganadería extensiva o de pequeña escala, que cuida el territorio y que resulta clave para mantener vivos muchos pueblos.
Hacinados
A todo esto se suma un aspecto que a menudo queda en segundo plano: el bienestar animal. En las macrogranjas, los animales suelen vivir en espacios reducidos, sin acceso al exterior y en condiciones que priorizan la productividad frente a sus necesidades naturales. Miles de cerdos, pollos o vacas pasan toda su vida en naves cerradas, con apenas movimiento, sometidos a un sistema que los trata más como piezas de una cadena industrial que como seres vivos. Organizaciones de defensa de los animales denuncian que esta realidad no solo plantea un problema ético (el sufrimiento evitable de millones de animales cada año), sino también sanitario, ya que la concentración en masa aumenta el riesgo de enfermedades y el uso abusivo de antibióticos.

Gallinas en una granja destinada a la producción de huevos. / Olga Rolenko

Gallinas en una granja destinada a la producción de huevos. / Olga Rolenko
Organizaciones como Greenpeace y Ecologistas en Acción han denunciado en numerosas ocasiones que la expansión de las macrogranjas es incompatible con un mundo rural sano y sostenible. Reclaman moratorias a nuevos proyectos, controles estrictos sobre las emisiones y la gestión de purines, y apuestan por la ganadería extensiva y los modelos agroecológicos. También proponen un cambio en los hábitos de consumo, reduciendo la dependencia de la carne producida de forma intensiva y apostando por alimentos locales y de proximidad.
Otras voces, como la de muchos colectivos animalistas, inciden en que toda forma de ganadería es, por definición, devastadora para el medio ambiente y cruel con los animales, y recuerdan que la forma más ética y respetuosa de alimentarse pasa por una dieta basada en productos 100% vegetales y libre de explotación animal.
Con todo ello encima de la mesa, este sábado 29 de noviembre la Coordinadora Stop Ganadería Industrial celebrará en la Cuesta de Moyano (Madrid) la performance 'La subasta de nuestros pueblos'. La acción, enmarcada en la Semana de Lucha Europea Contra la Ganadería Industrial, denunciará cómo este modelo afecta a la salud pública, degrada los recursos naturales y compromete el futuro de las zonas rurales.
Las macrogranjas se han convertido en símbolo de un modelo de producción intensiva que ha crecido de forma acelerada en España, impulsado por la exportación y la demanda global de carne barata. Sin embargo, sus consecuencias ambientales, sociales, sanitarias y éticas plantean un dilema de fondo: hasta qué punto merece la pena seguir apostando por un sistema que compromete recursos tan básicos como el agua o el aire limpio y que además implica un sufrimiento animal difícil de justificar.












