ROSALÍA anuncia su gira 'LUX Tour'. Fechas, ciudades, entradas y más

Queen y los 50 años de ‘A night at the opera’: el salto al vacío que los llevó a la cima

Medio siglo después, el álbum que alumbró ‘Bohemian rhapsody’ sigue siendo el gran punto de inflexión en su carrera

Queen, en una imagen tomada en Japón en 1975.

Antes de que el piano solemne de “Bohemian rhapsody” abriera una de las canciones más famosas de la historia, Queen estaba en una situación mucho menos gloriosa. Tenían tres discos publicados, un puñado de éxitos y fama creciente, sí, pero también líos contractuales y problemas de dinero: a comienzos de 1975, según han contado Brian May y Roger Taylor, la banda estaba casi en números rojos pese a girar sin parar. En ese contexto, A night at the opera no fue solo un nuevo álbum: fue el todo o nada.

El grupo venía de Queen, Queen II y Sheer heart attack, trabajos que ya mostraban su mezcla peculiar de hard rock, teatralidad y melodías casi de music hall. “Killer queen” les había dado su primer gran éxito, pero todavía faltaba ese disco que los colocara en la liga de los intocables. La apuesta para el cuarto álbum fue clara: tirar la casa por la ventana. Grabaron en varios estudios, usaron técnicas de multipista hasta el límite y construyeron un repertorio que iba del rock más contundente a la balada, del vodevil a la épica casi operística. El presupuesto se disparó —se habla de unas 40.000 libras, una barbaridad para la época—, pero el grupo y el productor Roy Thomas Baker estaban convencidos de que el riesgo merecía la pena.

El resultado, publicado el 28 de noviembre de 1975, fue A night at the opera: un álbum que sonaba a todo lo que Queen había querido ser desde el principio. Guitarras afiladas, armonías vocales imposibles, cambios de ritmo constantes y un sentido del espectáculo que no necesitaba escenario para funcionar. Dentro del disco convivían el rock casi progresivo de “The prophet’s song”, la delicadeza de “Love of my life”, el pop perfecto de “You’re my best friend” o el guiño al music hall de “Lazing on a Sunday afternoon”. Era como si la banda hubiera decidido meter en 43 minutos todas sus obsesiones musicales y ver qué pasaba. Y, por supuesto, estaba “Bohemian rhapsody”.

El single principal del álbum era, sobre el papel, una locura: casi seis minutos de duración, sin estribillo reconocible, dividida en bloques (balada, pasaje operístico, tramo de rock duro y coda final) y con letras enigmáticas que todavía hoy se discuten. Compuesta por Freddie Mercury y construida en el estudio como un pequeño Frankenstein de cintas, capas de voces y guitarras, “Bohemian rhapsody” rompía todas las normas de la radio comercial de la época. La discográfica pensaba que era demasiado larga, demasiado rara, demasiado arriesgada… y, sin embargo, se convirtió en un fenómeno inmediato.

Queen – Bohemian Rhapsody (Official Video Remastered)

La canción llegó al número uno de las listas británicas y se quedó allí nueve semanas consecutivas, convirtiéndose en el single más exitoso de Queen en su país. Años después volvería al número uno tras la muerte de Mercury, y hoy figura entre los temas más vendidos y más escuchados en streaming del siglo XX. Con su estructura imposible, su vídeo pionero y ese tramo operístico que medio planeta se sabe de memoria, “Bohemian rhapsody” no solo definió el disco: redefinió lo que una canción de rock podía ser.

El impacto sobre el álbum fue inmediato. A night at the opera se convirtió en el primer número uno de Queen en la lista de álbumes del Reino Unido, donde se mantuvo en lo más alto durante cuatro semanas no consecutivas. En Estados Unidos alcanzó el número cuatro en Billboard y fue el primer trabajo del grupo en conseguir certificación de platino allí. Con el tiempo, ha acumulado millones de copias vendidas y suele aparecer en prácticamente todas las listas de “mejores discos de la historia del rock”.

Pero más allá de los números, lo importante es lo que supuso para la carrera de la banda. A night at the opera consolidó definitivamente la personalidad de Queen: una mezcla irrepetible de rock duro, sensibilidad pop, humor británico, barroquismo sonoro y un punto de desparpajo teatral que nadie más podía imitar sin parecer una copia. A partir de ahí, la banda dejó de ser “prometedora” para convertirse en referente. El disco les dio estabilidad económica, les abrió del todo el mercado internacional y les permitió seguir arriesgando en trabajos posteriores.

También fijó algo fundamental en su relación con el público: la idea de que con Queen nunca sabías exactamente qué iba a venir en el siguiente disco, pero sí que sería ambicioso. El grupo se atrevió a lanzar como buque insignia una pieza que parecía una ópera comprimida en seis minutos, y el público la abrazó. Ese pacto de confianza —vosotros hacéis lo que os dé la gana, nosotros lo escuchamos— explica buena parte de su vigencia.

“Bohemian rhapsody” se ha convertido en himno intergeneracional, “Love of my life” emociona en cada concierto, “You’re my best friend” permanece como una de las grandes declaraciones de amistad del pop, y el disco en conjunto conserva esa mezcla de riesgo y diversión que lo hizo único. Fue el momento en que Queen dejó de mirar hacia arriba y empezó a mirar al frente, sabiendo que ya estaban en la cima.