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¿Te causa ansiedad el Spotify Wrapped? Buscamos justificar nuestra manera de sentir

Un espejo algorítmico que nos obliga a explicar hasta nuestras escuchas más inocentes

Aitana durante su actuación en LOS40 Music Awards 2025.

Ayer irrumpió de nuevo en nuestras pantallas este ritual anual que ya es casi una tradición navideña más: el Spotify Wrapped. Ese recuento de minutos exactos que te recuerda, con una precisión casi quirúrgica, desde cuántas horas has pasado con tus artistas favoritos hasta qué cantidad de géneros has recorrido durante el año. Las redes sociales se han inundado de capturas, comparaciones y confesiones "musicales". Y sin embargo, el ruido no está en los nombres que se repiten, sino en lo que parece esconderse detrás de ellos.

Hace unos años empezamos a registrar los pasos diarios; después, el tiempo que pasamos con el móvil. Ahora medimos los minutos que dedicamos a cada artista. ¿Cómo no vamos a ser perfeccionistas? Si este año Spotify ha decidido asignarnos una edad según la época de las canciones más antiguas que escuchamos. Y, casi sin darnos cuenta, pasamos el año entero anticipando qué etiqueta nos caerá en diciembre.

El debate que ha estallado en redes tampoco es una novedad: ¿resultamos más interesantes si consumimos ciertos estilos? ¿Tiene más valor quien exhibe un Wrapped plagado de rarezas que quien muestra, sin pudor, a la chica del pop liderando su estadística? A ratos da la impresión de que la música deja de ser refugio para transformarse en una declaración pública. En un escaparate que debemos curar con la precisión de un diseñador gráfico. Este fenómeno no nos convierte en vanidosos ni en incoherentes. Nos encanta sentirnos parte de algo y, al mismo tiempo, destacar un poco dentro del grupo. Tal vez podríamos permitirnos escuchar una canción sin preguntarnos qué historia va a contar de nosotros.

Miley Cyrus en el Billions Club Series Paris / Kevin Mazur

Quizá el problema de fondo no sea el Wrapped en sí, sino esa inquietante sensación de que cualquier experiencia que no se exhibe públicamente deja de existir. Como si escuchar música se hubiera convertido en un ejercicio de branding personal. Una coreografía involuntaria en la que cada reproducción pesa, y cada deslizamiento del dedo moldea una identidad que elaboramos de forma plenamente consciente, aunque luego la tratemos como si hubiera surgido de manera espontánea.

¿Escuché esta canción porque me emocionó, o porque quedaba bien en mi perfil? ¿Volví al disco experimental ese martes, o simplemente necesitaba asegurarme de que mi Wrapped no me dejara como una persona que escucha demasiados hits pegadizos? Esa presión silenciosa, casi absurda, va calando.

Por eso este año he preferido no publicarlo, aunque sí lo he visto: me gusta reconocer mis fases musicales. Tiene su encanto mirarlo y pensar: 'ah, claro, esta fue mi canción de crisis existencial en abril'. Me basta con saber que en junio fui alguien que reprodujo ese tema 300 veces —y sobrevivió. Al final, lo que más sorprende del Wrapped no es lo que revela, sino lo que nos exige: que justifiquemos nuestra manera de sentir.

Lola Rabal

Recién graduada en Periodismo y Comunicación...