Presley, Nixon y una pistola: cuando el Rey del Rock fue a la Casa Blanca y salió como agente antidrogas
Reunión en la cumbre: Presley se reunió con el presidente hace 55 años y le llevó un revólver de regalo
El presidente y el Rey: cita de alto nivel el 21 de diciembre de 1970 en Washington. / National Archives
El 21 de diciembre de 1970, hace ahora 55 años, Estados Unidos asistió a una de esas escenas que parecen escritas por un guionista con resaca: Elvis Presley cruzando los pasillos de la Casa Blanca para reunirse con Richard Nixon, en plena cruzada presidencial contra las drogas. El encuentro duró apenas media hora, pero dejó material suficiente para décadas de chistes, teorías y camisetas. Aquel día, el Rey del Rock quiso salvar a la juventud americana… y de paso intentó regalarle una pistola al presidente. Nada fuera de lo normal, si uno es Elvis.
Para entender la escena hay que situarse en el Elvis de 1970: ya no era el chico flaco de caderas escandalosas, sino un icono hipertrofiado, vestido con capas, anillos imposibles y un creciente gusto por las fuerzas del orden. Tras su regreso triunfal con el ’68 Comeback Special, Elvis vivía una paradoja muy americana: era un símbolo de la contracultura juvenil, pero detestaba a los hippies, el rock psicodélico y cualquier cosa que oliera a pelo largo sin disciplina. Mientras el país se incendiaba entre Vietnam, protestas estudiantiles y LSD, Presley se veía a sí mismo como un bastión del orden; aunque su botiquín personal dijera lo contrario.
La obsesión concreta que le llevó a Washington fue su deseo de convertirse en agente federal antidroga honorario. Elvis estaba convencido de que su fama podía ayudar a combatir el consumo de estupefacientes entre los jóvenes, especialmente porque —según él— nadie sospecharía de un tipo con patillas, gafas XXL y un mono de terciopelo. En su lógica interna, impecable como pocas, ser Elvis le convertía en el infiltrado perfecto. Así que escribió una carta a Nixon asegurando que quería “ayudar a la nación” y que The Beatles eran, básicamente, una amenaza comunista. Nixon, que tampoco iba sobrado de rockeros aliados, aceptó la cita.
El día del encuentro, Elvis llegó a la Casa Blanca cargado como si fuera a pasar un control de aduanas: llevaba consigo un revólver Colt .45, que pretendía regalar al presidente como gesto de respeto. El Servicio Secreto, poco dado al surrealismo, confiscó el arma antes de que la cosa pasara a mayores. Aun así, Nixon accedió a recibirlo. Las fotos del momento —que durante años fueron las más solicitadas del Archivo Nacional— muestran a dos hombres mirándose con una mezcla de fascinación y desconcierto: uno, paranoico profesional; el otro, vestido como un emperador de Las Vegas.
Elvis Presley-Heartbreak Hotel-1968-Comeback Special
La conversación giró, oficialmente, en torno a las drogas y la seguridad nacional. Elvis expresó su preocupación por el consumo de sustancias entre músicos y jóvenes, y ofreció su colaboración como embajador moral del buen comportamiento. Nixon, encantado de sumar a Elvis a su cruzada, escuchó con atención y terminó concediéndole lo que el cantante más deseaba: una placa honoraria de la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas. Para Presley, aquello era poco menos que un Grial. Por fin podía sentirse parte del sistema, con chapa incluida.
La ironía, claro, es tan gruesa que cuesta cortarla: Elvis hablaba contra las drogas mientras su dependencia de los fármacos prescritos iba camino de convertirse en leyenda negra. En aquel momento ya consumía barbitúricos, anfetaminas y sedantes con la naturalidad de quien pide café. Nixon, por su parte, posaba junto al mayor icono pop del país mientras impulsaba políticas represivas que terminarían alimentando décadas de guerra fallida contra las drogas. Dos hombres convencidos de estar haciendo lo correcto, avanzando felices hacia el desastre.
Las consecuencias inmediatas del encuentro fueron más simbólicas que prácticas. Elvis nunca llegó a desempeñar un papel activo como agente antidroga, aunque lució su placa con orgullo casi infantil. Nixon ganó una imagen potente, una postal improbable que mezclaba rock y poder en una América necesitada de gestos tranquilizadores. Con el tiempo, aquella reunión se convirtió en mito pop, objeto de libros, películas y exposiciones, y en la prueba definitiva de que los años setenta empezaron con el pie cambiado.
La imagen sigue funcionando porque resume una época entera: un país confundido, un presidente desconfiado y una superestrella que quería ser sheriff. Elvis murió siete años más tarde, víctima de aquello contra lo que decía luchar; Nixon dimitió cuatro años después, devorado por su propia obsesión con el control. Quizá por eso la foto resulta tan perfecta: dos hombres en el cénit de su poder, sonriendo, sin saber que la historia ya había empezado a escribir el chiste.