El sorprendente origen de la energía solar: no nació en Silicon Valley, sino en el siglo XIX
Máquinas imposibles, hornos solares victorianos y visionarios que imaginaban un futuro sin carbón. Así fueron las primeras placas solares.
Ilustración de 1852 de Abel Pifre, ingeniero francés que desarrolló la primera imprenta operada por energía solar. / duncan1890
Hoy es una fuente de energía esencial en el llamado mix energético, pero pocos conocen el origen de la energía solar. Y es bien curioso, porque no arranca con paneles en los tejados ni con startups californianas. Mucho antes del boom verde, en pleno siglo XIX, inventores, científicos y excéntricos ilustrados ya experimentaban con la luz del sol como fuente de energía. Aquellos primeros ensayos, tan rudimentarios como visionarios, anticiparon un futuro que la tecnología tardaría más de un siglo en alcanzar.
Los pioneros lo tenían claro: cuando el carbón se agotase, la humanidad necesitaría la energía del sol
Uno de los pioneros más sorprendentes fue el matemático francés Augustin Mouchot, que en la década de 1860 construyó enormes colectores solares capaces de mover una máquina de vapor, lo que le llevó a ganar varios premios internacionales. Pocos años antes, Abel Pifre diseñó una imprenta capaz de funcionar con energía solar. Ambos lo hicieron en una Francia obsesionada con el carbón, donde hablar de energía solar sonaba poco menos que a brujería. Su idea era clara: cuando el carbón se agotase, la humanidad necesitaría la energía del sol.
Mientras tanto, otras mentes inquietas seguían caminos paralelos. El ingeniero americano John Ericsson desarrolló motores solares basados en espejos parabólicos, convencido de que la luz sería el motor del progreso en un futuro no muy lejano. Y en la India, el británico William Adams diseñó cocinas y hornos solares que funcionaban a base de simples superficies reflectantes. Eran prototipos frágiles y costosos, pero demostraban algo esencial: el sol podía ser domesticado y, su poderosa energía, aprovechada.
Los primeros paneles
En 1883, el inventor estadounidense Charles Fritts construyó la primera célula solar de la historia: una lámina de selenio recubierta de oro que convertía la luz en electricidad. Su eficiencia era tan baja que apenas servía para encender un aparato, pero ese pequeño rectángulo dorado marcó el nacimiento del panel solar. La prensa lo celebró como un prodigio… y acto seguido lo olvidó, eclipsado por la llegada masiva del carbón barato y la electricidad industrial.
Los paneles solares están presentes hoy en muchos hogares. / Halfpoint Images
A finales del siglo XIX, la energía solar era todavía una rareza: demasiado débil, demasiado cara, demasiado lenta. Pero había dejado una huella profunda. Los inventores sabían que era una tecnología limpia, inagotable y universal. Lo que faltaba era el salto científico que multiplicaría su rendimiento, algo que no llegaría hasta mediados del siglo XX con los avances en semiconductores.
Hoy, cuando los paneles solares se despliegan por desiertos, tejados y autopistas, resulta fascinante mirar atrás y descubrir que la revolución empezó mucho antes de lo que pensamos. En una época de chimeneas y carbón, un puñado de visionarios ya soñaba con un mundo impulsado por la luz.