El día que The Beatles aceptaron Spotify: cómo el grupo más grande de la historia acabó entrando en la era del clic
Tras algunas reticencias, y casi como regalo de Navidad, subieron sus canciones a las plataformas de ‘streaming’

The Beatles, en una imagen de 1962. / Michael Ochs Archives
El 24 de diciembre de 2015 —como quien deja un regalo largamente prometido junto al árbol— The Beatles aparecieron por fin en las plataformas de streaming. Diez años después, aquel movimiento sigue siendo un pequeño terremoto cultural: tardío, discutido, inevitable. Que el grupo más influyente de la historia de la música popular llegara a Spotify, Apple Music o Deezer cuando el streaming ya era el pan nuestro de cada día no fue un despiste ni una excentricidad gratuita, sino el resultado de una relación compleja con la tecnología, el control del legado y el dinero. Mucho dinero.

Durante años, la ausencia de The Beatles en el streaming fue un símbolo. Mientras prácticamente todo el canon del rock clásico se adaptaba —con mayor o menor entusiasmo— al nuevo ecosistema digital, el catálogo de Lennon, McCartney, Harrison y Starr seguía siendo un territorio vedado. No era la primera vez: ya habían sido los últimos grandes en llegar a iTunes en 2010, tras interminables negociaciones con Apple Corps y Apple Inc., dos empresas obligadas a entenderse a la fuerza pese a compartir nombre y vocación de dominio. El streaming, además, añadía una capa extra de recelo: la sensación de que la música se diluía en un océano de reproducciones microscópamente pagadas, muy lejos de la sacralidad del vinilo, el CD o incluso la descarga digital.
La negativa tenía algo de gesto romántico y mucho de estrategia. Apple Corps —la empresa que gestiona el legado beatle— siempre ha defendido un férreo control sobre cómo, cuándo y dónde se consume su música. No se trataba solo de preservar la calidad del sonido o el orden de los álbumes, sino de mantener una narrativa: los Beatles como obra cerrada, como canon cultural, no como simple contenido intercambiable en listas algorítmicas de “clásicos para fregar los platos”. A eso se sumaba una cuestión generacional: Paul McCartney y Ringo Starr, junto a Yoko Ono y Olivia Harrison, no tenían precisamente prisa por adaptarse a un modelo que parecía diseñado para otros, más jóvenes y menos mitificados.
LOS40 Classic
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¿Qué cambió entonces en 2015? Varias cosas a la vez, como suele ocurrir. La primera, la evidencia de que el streaming ya no era una moda pasajera, sino la forma principal de acceso a la música para millones de oyentes. La segunda, una cuestión de supervivencia cultural: The Beatles corrían el riesgo de convertirse en una banda venerada pero no escuchada por las nuevas generaciones, más familiarizadas con playlists que con discografías completas. Y la tercera, nada desdeñable, fue económica: el streaming empezaba a generar ingresos serios, y estar fuera significaba renunciar a una parte creciente del negocio global.

La fecha elegida no fue casual. Subir el catálogo completo en Nochebuena tenía algo de guiño clásico, casi dickensiano: un regalo universal, compartido, intergeneracional. De repente, canciones como “Hey Jude”, “Come Together” o “Here Comes the Sun” estaban a un clic de distancia para cualquier adolescente con auriculares y tarifa de datos. Sin campañas estruendosas ni anuncios grandilocuentes, el simple hecho de que estuvieran ahí ya era noticia mundial. Y lo fue.
El impacto cultural fue inmediato y profundo. En cuestión de semanas, las cifras de reproducción confirmaron lo evidente: The Beatles no eran solo un objeto de estudio, sino un grupo extraordinariamente vigente. “Here Comes the Sun” acabó convirtiéndose en su canción más escuchada en streaming, un detalle revelador: no la épica, no la psicodelia más extrema, sino la luz amable de George Harrison conectando con oyentes nacidos décadas después de Abbey Road. El streaming no diluyó su legado; lo reordenó, lo resignificó y lo devolvió al centro de la conversación.
También cambió la forma de descubrirlos. Para muchos oyentes jóvenes, The Beatles dejaron de ser “la banda que escuchaban mis padres” para convertirse en una presencia cotidiana, compartiendo espacio digital con artistas contemporáneos. La convivencia en playlists, recomendaciones algorítmicas y búsquedas cruzadas permitió nuevas lecturas: The Beatles como banda pop, como grupo experimental, como precursores del indie, del rock alternativo o incluso de ciertas sensibilidades actuales. El museo se abrió y dejó entrar aire fresco.
Diez años después, la decisión parece obvia, casi inevitable. Pero conviene recordar lo que costó llegar hasta ahí. La entrada de The Beatles en el streaming no fue una rendición, sino una negociación con el tiempo. Un acuerdo tácito entre la historia y el presente. Aquel 24 de diciembre de 2015 no solo se subió un catálogo legendario a unas plataformas: se certificó que la música del siglo XX podía seguir viva —y muy viva— en el siglo XXI, sin perder su aura ni su poder de seducción. Como los buenos villancicos, pero con guitarras eléctricas.












