Lo que hace una guitarra en las manos apropiadas
El británico presentó ayer <i>Human conditions</i> en la inauguración de una temporada de conciertos de Los 40 Principales con Hard Rock Café
Ver a Richard Ashcroft encima de un escenario impresiona y no precisamente por el tan comentado aspecto físico del tipo (que sí, también es digno de contemplación: alto, delgado, casi enjuto, elegantemente dejado...), sino por la energía que es capaz de desarrollar con tan sólo una guitarra. El ex the Verve tiene más que tablas y una virtud innata que le sale del fondo del alma hasta la boca.
Con unas manos casi regordetas, descuidadas, el músico fue capaz de arrancar de su acústica (para ser exactos quizá deberíamos decir de "sus acústicas" porque el músico tuvo que cambiar de instrumento tras romper una cuerda de la primera apenas comenzada la actuación) el acompañamiento perfecto a siete temas que sonaron de fábula.
Cómo no, ante todo, actualidad y promoción de su segundo trabajo discográfico Human conditions para abrir boca. Check the meaning, el sencillo presentación de este disco, sonó en el Skyline Room del Hard Rock para refrescar el caldeadísimo ambiente de la sala.
LOS40
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Lástima que la canción se tuviera que interrumpir prácticamente al comienzo por el ruptura de esa maldita cuerda. Eso sí, ese fue el pretexto para ver a un espontáneo Ashcroft que, frente a la imagen de "divo prepotente" que le pintan se mostró sencillote, jocoso ("es que toco con tantas ganas que la fuerza...", dijo en tono de disculpa).
Después llegaron los minutos en los que el músico se reencontró con su pasado glorioso (en Lucky man, corte que aparecía en el último disco publicado por The Verve, Urban hymns, de 1997), echó un vistazo a sus aleteos fuera del nido que le hizo una estrella (en A song for the lovers, extraído de su álbum debú en solitario Alone with everybody (2000) y, por supuesto, miró de frente a un futuro que salía a la calle el pasado lunes 21 bajo el nombre de Human conditions (Lord I've been trying y Nature is the law, fueron algunos de los estribillos nuevos allí escuchados).
Lo de mirar es un decir porque ver, no pudo ver mucho, ya que Richard Ashcroft cada vez que se disponía a cantar algo nuevo cerraba los ojos sistemáticamente. Como otros antes le habían definido, el trovador Ashcroft ejercía el papel, sin quererlo, de esos antiguos ciegos, guitarra en mano. En los cerca de 40 minutos que duró el show nada mejor pudo definir su estado: el de aquel que pretendía transmitir algo (mensajes) a través de su canciones y, al mismo tiempo, divertir al público.
Richard supo intercalar en todo momento la seriedad de un profesional que expone su obra ante el personal y las paradas entre canción y canción firmadas con una sonrisa. El cantante se dirigió a sus fans allí congregados en el intento continuo de animar una fiesta que nadie, salvo él, quería ver bullir.
No obstante, el único aspecto negativo lo puso un público que no se mostró tan entregado quizá como el británico espera (¡pero es que sólo un par de atevidos se atrevieron a hacerle los coros en sus temas!). Y eso que el ex The Verve lo intentó: ponía caras, se tiró al suelo imitando una de las últimas fotos de promoción que le han hecho e, incluso, jugueteó con el logo de Los 40 Principales que había en su micrófono de pie.
El broche llegó con el tema extra que Ashcroft tocó para despedirse. Cuando su compañía discográfica, Virgin, había anunciado que sólo se oirían seis de sus temas, el artista sorprendió con una pieza de lujo que nadie esperaba sonase ayer en el espectáculo. Después de decir por activa y por pasiva que The Verve era ya solamente parte de su pasado, Richard Ashcroft quiso acabar su show madrileño con Bittersweet Symphony. Faltaban los arreglos de acuerda, pero fue lo único...












