Tras los pasos de Alanis
La joven promesa del rock canadiense dejó patente en su concierto de Madrid que no es un producto de mercadotecnica más
A estas alturas de la vida, quien más quien menos está influenciado por alguien o por algo. A Avril Lavigne, una adolescente canadiense que acaba de colarse en el enmarañado mundo de la música, muy bien apadrinada y por la puerta grande, le pasa algo parecido. En su álbum debú, Let go, y en sus 13 canciones (¡una norteamericana que no es supersticiosa con el 13!) queda patente que ha mamado mucho rock. Suena -quizás sin quererlo- a Alanis Morissette (por su fuerza y timbre), Dolores O'riordan (por los gallitos y estribillos tarareados), Dido (por su dulzura engañosa) y Shakira (cuando engola la voz y hace gorgoritos aflamencados).
Lavigne, que tiene 18 años, es una de las chicas guerreras de la nueva hornada de rockeras rebeldes sin causa llegadas del otro lado del Atlántico, que vienen para comerse el mundo. Y, de hecho, lo están consiguiendo. Su rock contestatario y rebelde tiene una parroquia cada vez más extensa no sólo en Norteamerica, sino también en Europa, España incluida.
Avril, cuya mirada es clavada a la de Nicole Kidman, es asimismo la nueva niña mimada del sello Arista Records, que regenta el productor, músico y magnate discográfico Antonio "L.A." Reid. Pero sus composiciones (ella es autora de todos los temas), a pesar de ser un producto más de mercadotecnia, tienen calidad. Es una rockera creíble.
LOS40
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En su concierto de la sala Arena de Madrid (27/11/2002) demostró tener tablas sobre el escenario. Recuerda a la Alanis de los comienzos. Es guerrera, sexy, arrolladora y no defrauda. Le acompañan cuatro músicos, también muy jóvenes, bien aleccionados. Dos de ellos (Evan Taubenfeld y Matthew Brann, guitarra y batería, respectivamente) colaboraron en la grabación del disco. Todos siguen perfectamente el guión marcado y no se equivocan. No se salen de él y tampoco tienen tiempo para la improvisación.
En la presentación en directo de su debú Let go, de unos 70 minutos de duración, repasó 12 de las 13 canciones del álbum. Too much to ask se quedó en el tintero. A pesar de ser unos novatos, parecían auténticos profesionales, sobre todo por los constantes cambios de guitarras.
Avril apareció en escena vestida con pantalones anchos de skater y una camiseta negra con un "9" en la espalda. Pero lo mejor fue el peinado. Parecía Pippi Calzaslargas con esas coletas despeinadas que lucía. Es la nueva moda, desenfadada, cómoda y -al menos- limpia. Se comió, literalmente, el escenario. Comenzaron interpretando Sk8er boi, su nuevo single, y fueron desgranando una a una las canciones que tenían en previsión. Ni más, ni menos.
Los incondicionales de la canadiense corearon y vitorearon a la nueva estrella del rock norteamericano y se conformaron con lo que vieron. No pidieron más. Queda en el aire la incóginita de si hubiera podido continuar tocando, pues agotó todo su repertorio. Pero en cualquier caso, lo que se vio, excepto la nada agraciada versión en vivo de su éxito Complicated en la que desafinó y no llegó a algunos tonos, fue correcto.
Avril Lavigne está sembrando y el próximo año recogerá la cosecha en forma de premios y discos vendidos. ¿Ganará algún Grammy? Desde luego, puntos no le faltan.












