Tony Allen, la pasión nigeriana que seduce en Madrid
El teatro Fernán Gómez de Madrid acoge la actuación de Tony Allen dentro de la tercera edición del Festival de Músicas del Mundo.

Que dos guitarras, un gran bajo, un saxo, una trompeta, un pianista y una loca batería suenen mal es complicado, que suenen mejor que la banda de Tony Allen es muy difícil. El afrobeat es un jazz muy borracho, demasiado alegre, pasado de vueltas. El batería de Fela Kuti lo sabe de largo, ya son años sacudiendo dos baquetas en busca de nuevas aventuras y largo caminos.
Cerca de la edad de jubilarse, Tony Allen compareció en Madrid más juvenil que nunca. Vestido con una fashion camisa blanca de estampas azules, con una gorra sin ala y unas gafas de sol posadas encima.Sonriente, acompañado de una banda más joven y con mucho talento, de mayoría nigeriana con una blanca excepción.
Sentado en la batería sobre un altillo, al fondo del escenario, en la oscuridad del teatro. Y desde las alturas dirige la obra de grandes actores. Mirando, haciendo señas, marcando los tiempos y cediendo protagonismo a los largos y geniales solos de sus compañeros. Primero la trompeta del blanco y bailarín secuaz, luego al saxo de dos metros de bailes y muecas.
LOS40
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Luego al guitarrista bonachón y sonriente de la camiseta de "Africa is the future", más tarde al pianista, otra guitarra, genial el bajista de rastas, él se entremezclaba entre todos los alardes como la figura que es. Y el teatro en píe, la muestra de músicas del mundo trajo Nigeria a Madrid, por una noche, por dos horas de ritmos imposibles, salvajes, improvisados, dominantes.
Hay escuela afrobeat en Africa, principalmente los hijos del padre, el gran Fela. Allen es el padrino, el "consigliere", el batería, que en asuntos de ritmo son los maestros. Por eso daba igual lo que tocase, sonaba auténtico, salido de las entrañas, real. Too many Christmas, Kindness, Erotic. Unas en inglés, otras en su dialecto. Da igual, el mensaje es el ritmo, la idea política de Kuti contenida en movimientos de cadera y golpes de batería.
Tras dos horas de exhibición, algunas risas y bailes tan contenidos como las ganas de echar un cigarro y un trago de cerveza, Allen y sus muchachos se despiden con el teatro en pie. Se van corriendo a otro rincón del mundo, a buscar otras caderas que alterar y alguna conciencia por despertar.












