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El verano y la mujer que cambió la vida del actor Ignacio Montes
Nos llevamos al actor Ignacio Montes a una cafetería para conocerlo mejor y pasar una agradable tarde de invierno
"Yo que sé qué soy, tío", dice en un momento de la entrevista. Estamos en la terraza de un bar de Lavapiés, con el Teatro Valle-Inclán a nuestros pies. Ignacio Montes toma un té y se fuma un par de cigarrillos en el tiempo que dura esta charla, algo más de una hora. Su look es deportivo, con gorro casual, barbita de pocos días y una sonrisa que transmite confianza y tranquilidad.
A ratos aparece su acento malagueño, justo cuando olvida que sobre la mesa hay una grabadora. Ha hecho muchas entrevistas, pero sigue sin sentirse cómodo: "No soy tan serio, pero es que la entrevista me pone nervioso", confiesa. También desvela, en confianza ,que tiene miedos; probablemente más de los que cabría imaginar en un chico de 23 años de atractivo físico, gran formación dramática, que ha ya ha participado en interesantes proyectos en teatro, cine y televisión y que desborda inteligencia emocional. Es tan sensible como una melodía a piano de Ludovico Einaudi. Ignacio tiene alma de artista. "Empecé a tocar la guitarra con 8 años o así. También pintaba, de pequeño… Aunque con el tiempo lo dejé porque en clase de pintura estaba yo solo. Se llevaba más el fútbol… y he sido muy fanático del fútbol", explica.
Su rostro resultará familiar para aquellos que siguieran la serie Vive Cantando(Antena 3), aunque también se le ha podido ver recientemente en Acacias 38 (La 1) y antes en BuenAgente (laSexta), La Pecera de Eva (Telecinco) y, siendo un incipiente adolescente en Los Serrano. En cine, su gran papel lo desarrolló en el filme venezolano Azul y No Tan Rosa, cinta que se alzó con el Goya a la Mejor Película Iberoamericana.
Y aún así Ignacio se siente inseguro: "Soy inseguro, mucho", afirma. "Lo que realmente quiero es dedicarme a la interpretación como una manera de vida. Es para lo único que siento que valgo y que me gusta". Una sonrisa se dibuja en su cara al finalizar esta frase que ha nacido de lo más hondo de su corazón.
En su interior siempre ha existido la llama que alumbraba el deseo de vivir la vida de otros. "La dramatización fue una cosa que siempre me ha gustado. Desde pequeño tuve muchos ídolos. En cuanto tenía un ídolo, lo imitaba, con ropa y todo. Con 10 años me dio una fiebre con Eminem que me tiré un montón de tiempo poniéndome pañuelos en la cabeza, pitándome tatuajes, imitándolo en mi habitación… A Chayanne también lo he llegado a imitar [ríe] Siempre fantaseaba mucho con los ídolos que tenía…", recuerda.
Aquella preciosa rubia que enamoró a Ignacio
Lo que quizá Ignacio no sabía cuando vivía en Calahonda (Málaga) es que una mujer y un verano cambiarían su vida para siempre, convirtiendo ese anhelo interior en una manera de entender la vida, la de quien piensa dedicarla por completo a la interpretación. "En 2º ESO decidí apuntarme a clases de teatro porque me enamoré locamente de mi profesora, que tenía 27 años. Yo tenía unos 12 años. Se llama Esther, es rubia… preciosa. Creí que la manera más fácil de enamorarla era ser actor, como le ocurría al personaje de Fran Perea en Los Serrano cuando se enamora de su profesora (Elsa Pataky). Me llevaba hasta la guitarra a clase, pero nunca llegué a tocarla delante de ella.", cuenta un poco ruborizado.
Ese loco enamoramiento adolescente, platónico e imposible, abrió a Ignacio de un mundo que le fascinó y lo removió todo en el interior de un chico con tan altísima capacidad emocional: "En el colegio había una asignatura que se llamaba dramatización. Ya desde muy chiquitito, yo sentía que en esa asignatura, cuando hacíamos obras de teatro, yo tenía un lugar para mi expresión, para mi creatividad… Sin esta asignatura, yo no me hubiera sentido igual visto por el resto de la clase, por las niñas [sonríe]. Yo era un niño tímido", apunta, aunque luego matiza: "tuve etapas en la que era más el gamberrete gracioso de clase. Iba en función de la clase, la profesora…"
- ¿Sigues teniendo ídolos, como cuando eras niño?
- "Sí, muchos".
- ¿Alguno se te ha caído?
- "No, pero sí que mis ídolos han ido cambiando. Más que ídolos son referentes"
- "¿Qué hay del Ignacio niño en el actual Ignacio Montes?
- "Joder [resopla y piensa], pues el deseo de ser feliz que todo niño tiene".
- ¿Te ilusionas igual que de pequeño o la experiencia te ha enseñado a ser más cauto? ¿Confías en la gente igual que cuando eras un niño?
- "Cada día trato de ser más niño, de estar más en contacto con esa parte más niña: de ser más ingenuo, más confiado… Porque si no, vaya coñazo de vida si tienes que rayarte pensando en si tienes que desconfiar, en si estas personas tienen intereses al acercarse a mí, rayado porque no le guste tanto a esta chica… Intento confiar.", afirma un Ignacio muy orgulloso de su entorno: "Creo que una de las mejores cosas que he hecho en mi vida es rodearme de buena gente. Gente que me quiere por cómo soy".
El verano de Daniel Prados y los columpios
¿Qué sensación produce en ti escuchar el nombre de Daniel Prados, qué te viene a la cabeza? "Málaga. Familia. Colegio. Pelo muy largo, rizos. Mucha ilusión. Principio de todo. Recuerdo mucha ilusión. Fue también mi primer casting", dice Ignacio esbozando la sonrisa de quien está rememorando un episodio agradable del pasado.
Daniel Prados fue el personaje al que Ignacio dio vida en La Dársena de Poniente, serie de TVE que supuso para él su debut como actor profesional. Nunca olvidará el verano en el que eso sucedió: "Estaba en los columpios, vino mi madre y, cuando vi cómo me miró, yo ya sabía la noticia que me iba a dar [sonríe]. Me puse a dar saltos de alegría, una ilusión tremenda. Yo tenía 14 años, era el verano de 2º a 3º de ESO".
No esconde las dudas y la reticencia que había en su familia a la hora de afrontar el nuevo mundo en que él estaba entrando siendo tan solo un adolescente. "En mi familia no hay nadie que se dedique al mundo de la interpretación. De hecho, al principio mis padres se morían de miedo. Recuerdo que me escondieron la convocatoria de este casting porque no querían que lo hiciera. Cuando me cogieron, estaban acojonados".
Y aquí es donde entra otra importante persona para explicar por qué a este malagueño de 23 años le brillan los ojos de manera especial cuando habla de ser actor y de teatro. Su vecino José Luis Bravo, amigo de la familia, y que se dedicaba al mundo del cine y la publicidad. "Recuerdo que, por las noches, paseaba delante de su casa a ver si él me veía y podía hablar con él para que me contase algo del mundo del teatro, del cine… y qué podría hacer yo para ser actor", comenta Ignacio: "Él me cuenta que me veía cómo pasaba yo una vez, y otra, y otra por delante de su casa y decía: ¡ay qué pesao el niño!".
Fue José Luis quien supo del casting en Málaga para La Dársena de Poniente y quien se lo comentó a los padres de Ignacio que, durante unos días prefirieron que su hijo no conociera la noticia porque dudaban de que presentarse a ese casting y entrar en la serie -si era elegido- fuera una buena opción para su hijo. "Mis padres no tenían ni idea de cómo iba este negocio". Cuando ya aceptaron que se presentase al casting, el mensaje fue claro: esto es solo para vivir la experiencia, ten claro que no te van a coger.
Pero sus padres se equivocaron e Ignacio entró en la serie. Su actitud responsable con los estudios facilitó las cosas: "Siempre he sido muy buen estudiante, me gustaba estudiar y aprovechaba muy bien el tiempo. Conseguimos convencer a los profesores de que tenía que faltar algunos días por el rodaje. Era un colegio de curas y a alguno no les parecía muy bien así que me exigían más. Entonces yo hacía un esfuerzo más y, en vez de ir a por un 8, iba a por el 10 aunque luego me bajaran la nota por asistencia. Eso sí, estoy bastante agradecido de cómo el colegio supo llevar esto", explica.
- ¿Qué has aprendido de los castings en los casi 10 años que llevas ya trabajando como actor?
- "Tuve la suerte de que en esa etapa, todos los castings que hacía, me pillaban. Luego, en estos años, ya ha habido muchos castings en los que me han dicho que no y que me ha dolido mucho. He aprendido a no tomármelo de una forma personal. Por carácter, tiendo a exigirme mucho y a buscar en mí las culpas cuando algo no sale. Y, sin embargo, influyen tantas cosas que no conocemos a la hora de decidir si es tuyo el papel o no…".
Por esto último, y pensándolo fríamente, Ignacio sabe que cuando no logra ser elegido para un proyecto, no debe hundirse ni pensar que no lo hizo bien en la prueba. De igual modo, es consciente de que si le cogen "no significa que seas el puto amo". Su lema: "cuando algo no viene o no sale, lo que pienso siempre es: no tenía que ser así y por eso no ha sucedido".
Pero esa es la teoría; y, a veces, convivir con una teoría es complicado en el día a día, máxime para un chico que se define como tan inseguro.
- ¿Te pones nervioso cuando vas a hacer un casting?
- "Joder… ¡muchísimo! Me encanta actuar, pero me pongo muy nervioso. Cuando tengo un casting, me voy casi una hora antes para estar por la zona, irme a una cafetería, tomarme un té, estar solo… "
- ¿Hasta qué punto obsesionarte con ajustarte a las técnicas de interpretación que te han enseñado en tus etapas de formación puede matar el talento natural y espontáneo que llevas dentro?
- "Creo que, justo, en el Estudio Corazza te enseñan la técnica de no tener técnica. Si eliges bien la formación, como creo que yo la he elegido, lo que se busca es renovar el cuerpo para que vuelva a estar espontáneo, vivo… El arte no es matemática, así que en la Escuela no te van a enseñar a hacer esto o lo otro de una misma determinada manera. El arte es tan personal que cada uno tiene su manera. En la Escuela lo que quieren es despertar tu intuición, tu espontaneidad…"
- ¿Por qué -con excepciones- es tan endogámico el mundo del actor? ¿Por qué cuando un actor habla de sus amigos resulta que casi todos también son actores?
- "No tengo ni puta idea, tío. No sé qué responderte [sonríe]. No todos mis amigos son actores. Pero si yo quedo con un amigo, sea actor o no, paseamos por la calle, y conocemos gente que puede ser interesante independientemente de a qué dedique su vida"
El actor que no quiere verse
Con 23 años, Ignacio ya no es un niño. Si algo tiene la profesión de actor, incluso para aquellos que han conocido la popularidad y la tranquilidad económica momentánea que da la televisión, es que te obliga a madurar muy pronto. En edad muy temprana, un actor se ve obligado a tener que tomar decisiones -como aceptar un trabajo o dejarlo pasar, marcharte a vivir solo, confiar tu carrera profesional en una persona que será tu representante- que para casi el resto de personas aparecen en torno a los 30 años. "En mi vida, yo me intento recordar todos los días cuál es mi camino. Ahora, que no tengo ningún proyecto en el que trabajar y paso más tiempo solo en casa, sí que me tengo que recordar el para qué estoy aquí en Madrid; sí que me vienen a la cabeza preguntas… En la soledad, terminas entrando con lo más profundo de ti mismo. De las experiencias duras, también se aprende; como, por ejemplo, a quererse a uno mismo cuando no salen las cosas como te gustarían", dice un sincero Ignacio.
- ¿Cómo es la sensación de meterse en un cine, sentarse en una butaca y verte en la gran pantalla?
- "Difícil".
- ¿Por qué?
- "Porque la cámara es muy cruda"
- ¿Eres de los que nunca se gustan cuando se ven?
- "Desgraciadamente, el 99% de lo que veo no me gusta… y trato de no verme. Me gusta verme cuando pasa el tiempo"
- ¿Por qué?
- "Por miedos"
- Y teniendo tantos pudores delante de una cámara, ¿cómo llevas lo de desnudarte o rodar escenas de sexo?
- "Me da más pavor. Depende del proyecto. Si ese desnudo va a servir para contar algo… El desnudo físico es algo muy íntimo"
- ¿Pero no es más íntimo el desnudo emocional?
- "Sí, pero todo tiene su dificultad. Depende de muchas cosas. Con mis amigos, si me tengo que poner en pelotas en playas salvajes, me da igual que la gente me mire y me vea desnudo. Pero ponerte desnudo delante de la cámara…"
En esta entrevista Ignacio está desnudando su alma y ante mí descubro a un chico humilde, trabajador y sensible con capacidad para desmontar mis prejuicios, para aprender cosas de él y para sorprenderme: "Bailar me tranquiliza. Bailo por el placer de bailar y te diré que bailo más en mi casa que en un garito… Hombre, cuando llevo unas copas, ahí si me desato y me lo paso pipa. Bailo de todo lo que me pongan. Me gusta divertirme cuando salgo"
- ¿A qué concierto te encantaría ir?
- "Muchos, no tengo un estilo de música definido porque me gusta la música en general. Pero mira, me gustaría ir a ver un concierto de Camarón, si estuviese vivo. Me hubiera encantado ver a Camarón en directo. Me gusta mucho el flamenco y nunca lo he vivido en directo. También me gusta el pop, el rock, el country… Me gusta mucho la música".
Lo efímero del arte enamora a Ignacio. Disfruta con la eternidad del cine, buceando por películas el común de los mortales ni sabe de su existencia o con las que solo una persona con una sensibilidad especial y una gran pasión por la interpretación podría disfrutarlas. Pero la droga que engancha a Ignacio se la provee lo efímero del directo, del escenario, de las tablas: "Lo más grande que a mí me ha pasado es estar en un teatro". Son años de formación, de preparación, de ensayos, de ejercicios que no terminan de salir como un quiere, decenas de libros de teatro leídos… El sueño de ser actor rompe fuerte en el interior de Ignacio, incluso en las etapas más complicadas, lo que demuestra la verdad de ese sentimiento.
- Esta pregunta es dura, pero tristemente -y aunque esté mal decirlo- el sacrificio no siempre trae la recompensa que esperamos… ¿has pensado alguna vez en si todo este esfuerzo al final no vale para nada?
- "Sí, esa pregunta me la hago. Creo que lo más inteligente es no pensar en el futuro, centrarte en el día a día, en lo que te haga feliz. Si el día sigo sin tener trabajo de actor, me buscaré otra cosa para sobrevivir, pero estaré con algún compañero ensayando algún texto en alguna sala o de mañana quedando con otros para hacer un montaje, porque no me veo haciendo otra cosa en la vida".
- Si dentro de un año quedáramos de nuevo para hacer otra entrevista y yo no supiera qué ha sido de ti durante todo el año, ¿qué te gustaría decirme?
- "Me gustaría poder decirte que, en lugar de quedar a hacer la entrevista por la tarde [como hoy], hubiera que quedar por la mañana porque por la tarde tuviera que estar en el teatro"
Un silencio se apodera de esta última reflexión. Es tan sincera y tan llena de verdad y energía que resulta imposible imaginar que Ignacio no vaya a conseguir este objetivo en el 2016 que acabamos de estrenar. Le mueve el motor más potente que tiene el ser humano, el de sus sueños. Alguien con quien Ignacio abandona sus inseguridades y con cuya compañía se siente colmado dejó al respecto una frase muy oportuna: We are such stuff as dreams are made on, and our life is rounded with a sleep ("Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada por un sueño"). La escribió William Shakespeare, que la puso en boca de Próspero en La Tempestad. Sin duda, Ignacio está hecho del mismo material del que se tejen sus sueños. Siempre lo estuvo, desde aquel verano en que cambió su vida; desde que se enamoró de aquella profesora. Ignacio nació para ser actor.