Especial
Joaquín Luqui, probablemente en el cielo con diamantes
Para muchos, "el corazón de LOS40". Y el radio star más grande que hemos tenido.
Ya lo decía Alejandro Sanz en el prólogo del libro 3, 2, ó 1… tú y yo lo sabíamos (Aguilar, 2014): "Querido Joaquín, tú eras y siempre serás la radio star más grande que hemos tenido y el más sencillo, cercano, tierno, excéntrico y maravilloso de todos". Podría parecer que casi todo queda dicho con esas pocas palabras, y sin embargo aún se pueden añadir muchos más calificativos a quien quizá haya sido el comunicador más popular y carismático que ha habido en la historia de LOS40.
Joaquín Luqui (Caparroso, Navarra, 1948-Madrid, 2005) llegó a la Cadena SER en 1969 de la mano de Rafael Revert, director y fundador de LOS40. Joaquín ya había hecho sus primeros pinitos en la radio y venía precedido de cierta fama a nivel local.
Hacía una radio muy desenfadada, al estilo de la emisora pirata inglesa Radio Carolina
Revert recuerda bien cómo fue su primer contacto con él: "De Joaquín me habló por primera vez Paco de la Fuente. Me dijo que había un tipo muy bueno trabajando en Radio Requeté, en Pamplona, que hacía una radio muy desenfadada, en el estilo de la emisora pirata inglesa Radio Carolina, y me gustó la idea porque esa era la radio que yo quería hacer. Le llamé, le propuse venirse a Madrid y fue cuando me sorprendió diciéndome que sí pero que no era él solo sino que era él más José María Goñi, que era el técnico, el que le hacía los efectos especiales, etcétera. Yo no tenía presupuesto para los dos en Madrid, así que les mandé a Barcelona, donde sí hacía falta gente, y allí estuvieron rodándose Goñi y Luqui aproximadamente un año”.
Ya en Madrid, Luqui comenzó inmediatamente a marcar un estilo propio de hacer radio en LOS40, consiguiendo tener unos espacios fijos en la programación de la FM o en los programas musicales que todavía se hacían en la onda media. Al respecto, habría que destacar muy especialmente el programa dominical El Gran Musical, que se hacía en directo cara al público. Allí, en esos directos, Joaquín se reveló enseguida como comunicador por su cercanía con el público, combinaba su pasión por la música con el respeto que reservaba a los fans. Y es que Luqui, además de poseer una voz inconfundible y una capacidad innata para comunicar, era también un fan convencido y convincente.
Luqui solo perdía los estribos con su interlocutor eran cuando éste dudaba de sus fetiches
De hecho, los únicos momentos en los que Luqui era capaz de perder los estribos y enfadarse de verdad con su interlocutor eran cuando éste era capaz de dudar de alguno de sus fetiches, aunque solo fuera de broma. Ay de aquel que no creyera que Paul McCartney era el Mozart del siglo XX. Ay de aquel que pusiera en duda el talento de Madonna, Michael Jackson o Freddie Mercury. La vehemencia con la que defendía sus convicciones entonces sorprendía a más de uno.
Luqui tenía algo que le hacía especial y diferente al resto de sus colegas. Según Revert, lo que le diferenciaba era "el amor a la gente, el amor al oyente, y también se diferenciaba por su forma de ser, su religiosidad". En efecto, la relación de Joaquín con sus seguidores era muy especial. Bastaba andar con él unos metros por Gran Vía para comprobar el grado de popularidad que había alcanzado. Unos le paraban para pedirle un autógrafo, otros para hacerse una foto con él, a menudo incluso venían a preguntarle por tal artista o tal disco. La palabra de Luqui era la palabra de Luqui, o sea, "3, 2 ó 1".
Como dice Revert, "era difícil encontrar tipos tan cariñosos y divertidos en el trato personal". "Pero yo también a veces le regañaba mucho, por ejemplo, por el estado caótico de su mesa de trabajo o por lo desaliñado que podía ir. Yo, cuando ya me cansaba, mandaba a que metieran todas sus cosas en cajas y se las enviaran a casa. Y cuando Luqui llegaba y veía su mesa vacía, se enfadaba como una mula aunque al rato se le pasaba. Ahora recuerdo aquel día que viajamos a Los Ángeles para asistir a la ceremonia de los Grammy. La invitación ponía claramente que el esmoquin era obligatorio y él se negaba. Fue toda una historia convencerle de que tenía que alquilar uno. Al final aceptó y se lo puso aunque la pajarita duró poco tiempo puesta. Yo le tenía mucho cariño porque Joaquín era un alma cándida".
Además de tener una voz inconfundible y una capacidad innata para comunicar, Luqui era un fan convencido
Con el paso de los años, Luqui impuso un estilo de hacer radio difícilmente imitable, seguramente porque era demasiado personal. Él se inventaba aquellos latiguillos para calificar a los artistas que en boca de otros habrían sonado huecos y ridículos. ¿Se atrevió alguna vez alguien a decir en la radio Morritos Jagger sin sonrojarse? El apodo se lo había inventado Luqui y se convirtió con el paso del tiempo en marca de la casa. En todas partes del mundo a los Rolling Stones los llamaban, para abreviar, los Stones. Luqui impuso en España que se les llamara los Rolling y al fi nal a nadie le extrañaba.
Inventaba aquellos latiguillos para calificar a los artistas que en boca de otros habrían sonado huecos
Durante la ambigua moda del glam-rock, en pleno franquismo y con los censores en alerta estúpida, Luqui piropeaba en antena a David Bowie, Marc Bolan y compañía con la mayor naturalidad (y aparente ingenuidad). Las cosas de Luqui. Las cosas de un Luqui que, como subraya Revert, “era un tipo con una capacidad enorme para hacer éxitos y hablar a la gente”.
En lo que a su trabajo en la radio se refiere, Joaquín era una persona que se adaptaba inmediatamente a las necesidades y a las consignas que recibía. "Dirigir a Luqui no era nada difícil. Bastaba que se le dijera que íbamos a hacer esto o aquello para que enseguida cumpliera con su cometido”, subraya Rafa Revert. “Lo único que verdaderamente le costaba era poner en orden sus objetos personales e, imagino, arreglar su ropero".
Y si antes escribí que Luqui era el fan número 1 de sus fetiches, su fetiche número 1 sin duda era Paul McCartney en particular –y los Beatles en general, por supuesto–. Les dedicó un libro titulado, muy a su manera, Los Beatles que amo (Nuevas Ediciones, 1977), en el que con pasión de fan decía todo aquello que a un fan le habría gustado leer de sus ídolos. En cuanto a Paul, habría muchas anécdotas que recordar pero hubo una muy especial.
Nunca olvidaré aquel día de 1989, se iba a celebrar una rueda de prensa en el antiguo Palacio de los Deportes. El protagonista era un Paul que había venido para unos conciertos en Madrid y allí nos habíamos dado cita un buen centenar de periodistas y fotógrafos. En primera fila, por supuesto, estaba Joaquín. A la llegada de Paul, se hizo un gran silencio posiblemente motivado por la admiración que despertaba el personaje. Paul saludó con la mano, se sentó y, de pronto, advirtiendo que Luqui estaba ahí delante, se levantó, dio la vuelta a la mesa y se acercó a él para estrechar su mano. ¡Mayor reconocimiento se me antoja imposible!
Tampoco olvidaré aquel fatídico 9 de diciembre de 1980, temprano por la mañana, cuando supimos que un loco/imbécil había asesinado a John Lennon. Conmocionado por la noticia, intenté hablar aquella misma mañana con Joaquín, quizá para consolarnos mutuamente. Fue en vano. Nuestro amigo había desaparecido y no supe contactarlo hasta pasadas bastantes horas. “Posiblemente –pensé– está en estos momentos de rodillas, rezando, en alguna iglesia”. Porque era así, un ferviente creyente, con sus ritos y rituales bien arraigados.
Aunque tuvo una estrecha relación también con la televisión y la prensa escrita, fue ante todo un hombre de radio y ligado siempre a LOS40. Programas como JL en FM, Fan Club, 3, 2 ó 1 o el ya mencionado El Gran Musical permanecen imborrables en la memoria colectiva de este país. Desde allí impulsó la carrera de cientos de artistas nacionales e internacionales. Lo hacía con la mayor sencillez, poniendo un poco de intuición y siempre contagiando ilusión. Casi siempre acertaba. Por todos aquellos programas recibió al fin en 1998 el Premio Ondas a toda una carrera.
Pondría una estatua en Gran Vía, 32 con unaplaca que dijera ‘Joaquín Luqui fue el corazón de la radio'
Volviendo al libro 3, 2, ó 1… tú y yo lo sabíamos y al entrañable prólogo que escribió Alejandro Sanz, vale la pena extraer otra frase suya que sirve para calibrar una vez más al comentarista musical navarrico, el amigo que se nos fue demasiado pronto: "Si por mí fuera, pondría una estatua en Gran Vía, 32 con un pedazo de placa que dijera ‘Joaquín Luqui fue el corazón de la radio", afirmaba Alejandro. Es cierto y no sé por qué no se le ha ocurrido a nadie más antes. Joaquín fue el corazón de la radio, de sus 40 Principales del alma, un corazón muy grande que, para los que le conocimos y tratamos, nunca ha dejado de latir.
Fetiches sagrados
Durante toda su carrera, Luqui defendió a sus favoritos ante (y por encima de) cualquiera. Así hablaba de ellos:
Michael Jackson: “Un genio. Nadie compone, canta, produce, baila y diseña sus vídeos, todo, como él. Además, con mirada de niño. Peter Pan existe, of course, y se llama Michael Jackson”.
Madonna: “Tiene una relación de felicidad mutua con sus fans. Ella se entrega al máximo y sus fans se entregan a ella. Es una innata aleccionadora de masas y, ante todo, artista”.
Los fans: “No hay que tomarse a broma el fenómeno fans. Ayuda a mantener viva la llama de la ilusión en miles, millones de nenas que confirman así el poder de la música”.