Leiva convierte una sala de conciertos en su sala de estar
Acompañamos al madrileño en la recta final de su triunfal minigira por pequeños recintos de su ciudad.
“Lo hacemos para divertirnos, sobre todo”, explicaba Leiva a LOS40 en el camerino de Joy Eslava, minutos antes de salir al escenario, sobre los motivos de la minigira que le ha llevado en las últimas dos semanas por seis salas madrileñas para dar siete conciertos (repitió en La Riviera).
“Y también para saber que puedo hacerlo”, continuaba el cantante: “Me agobiaba la idea de que una gira tenía que empezar y acabar por el Palacio de los Deportes y que todo debían ser conciertos en pabellones y sitios grandes. Quería volver a salas importantes en mi vida, como Siroco o Caracol, que hace años que no pisaba”. ¡Bendito problema, tocar ante miles de personas! Pero se entiende la postura del exPereza: viene de los garitos y es comprensible que eche de menos la cercanía que propician.
El pasado día 20 Leiva encaraba su visita a Joy Eslava (“donde nunca he tocado”, confesaba), penúltima fecha antes de acabar al día siguiente en El Sol #ElÚltimoIncendio, nombre dado a esta última manga del tour de Monstruos, que agotó todas sus entradas –unas 8.000, en un cálculo tosco– en apenas 20 minutos.
En directo, las canciones de estudio ganan octanaje, potencia rockera.
Leiva y su Leiband han hecho esto para divertirse, decían, y desde luego que lo consiguieron en Joy. Transmiten esa maravillosa impresión de ser un grupo de colegas más que una banda, un organismo engrasado, arrollador, inmerso en una situación –un concierto de rock– en la que Leiva da sensación de control absoluto, de manejar tiempos y sensaciones a su antojo. Sería también la euforia por acabar un periplo triunfal e irse de vacaciones, pero las sonrisas de oreja a oreja, los gestos de cariño (especialmente entre Leiva y su hermano, Juancho “Sidecar”) y las estupendas coreografías del dúo de vientos se repitieron con una frecuencia envidiable.
En directo, las canciones de estudio ganan octanaje, potencia rockera. Hasta la garganta de Leiva ruge más fuerte, sea en una Mi mejor versión que recuerda la raíz Stones-Tequila-Rodríguez del madrileño o Animales, de Pereza, que suma poderío con trompeta y saxo, y una relectura más lenta que el original.
Fueron 23 canciones, dos horas de actuación/celebración, con amigos desgañitándose y bailando en el palco (Dani Martín, Macarena García, Iván Ferreiro, Blanca Suárez…), tan entregados como los que gozaban en la pista de baile de Joy, que lo mismo sacaban una bandera del Atleti cuando sonaba aquello de “voy a ser un killer, que todo el Calderón me lo chille” (Eme), que continuaban coreando la melodía de Terriblemente cruel cuando los músicos ya se habían retirado, antes de volver para los bises.
Cuando el concierto aún no había comenzado, en el camerino, Leiva avisaba de que el repertorio de estas noches de #ElÚltimoIncendio era un poco diferente al del resto de la gira, con cuatro o cinco canciones que no suele tocar habitualmente, entre temas propios y versiones. Así, en Joy Eslava sonaron la casi inédita en directo Vértigo, la sabinera El caso de la rubia platino (que presentó como “la versión de un primo que solemos tocar en pruebas de sonido”), La llamada o Contra las cuerdas, de Sidecars, cantada fraternalmente a dos voces.
Ya en los bises, tras Sincericidio y antes de cerrar con Lady Madrid, Leiva se despedía. No solo por esa noche: “Nos vemos en una temporada”, dijo. En 2018 no habrá conciertos. Será temporada de producir a otros artistas y de grabar nuevo álbum, el cuarto de su carrera en solitario.
Mientras tanto, 2017 había sido “uno de los años más bonitos de nuestras vidas, si no el más bonito”. Probablemente no exageraba. No solo por los 80 conciertos rebosantes que ha dado en la gira, por haber visto en las tiendas el disco que le produjo a Sabina o porque La llamada haya sido nominada a los Goya. Más patente resultó la comunión de Leiva con su grupo, y de todos con el público, que convirtió la sala de conciertos en una sala de estar, vista la comodidad de Leiva, al que el traje de anfitrión rockero sienta como un guante.
- REPERTORIO