Especial
Estamos cansados de tanta letra machista en las canciones reggaetoneras. Y sí, hay salida
Otro reggaetón es posible
Las listas de éxitos nunca mienten, igual que el algodón no engaña al restregarlo contra una encimera y encontrar esa suciedad que permanecía latente, la muy bandida. Y las tendencias digitales han hablado: Cada Nochevieja, España claudica ante los ritmos latinos, especialmente reggaetoneros. Según los algoritmos de las plataformas musicales de la red, el top ten de lo más escuchado en la Nochevieja de 2017, las diez canciones pertenecen a este masivo género.
Es difícil resistirse, unos gruesos graves que empujan casi físicamente al meneíllo de cadera, cada canción una incitación a que se le salte al abuelo la prótesis de cadera y demuestre a sus anonadados nietos de qué está hecha la pasta del auténtico yayo ibérico, ese que encandila a los presentes con su ritmo frenético y sus movimientos eléctricos, ese que lo mismo vale para inventarse una coreografía de “La ventanita” como para dejarse la piel memorizando los pasos (bota con espuelas incluída) del No Rompas más de Coyote Dax, pasando por la epifanía de paladear un movimiento bamboleante cuando suenan los primeros acordes de Paquito el Chocolatero.
Bueno, que nos perdemos en fantasías visualizando mentalmente a nuestros abuelos en semejantes refriegas, centrémonos. Volviendo al Reggaetón, su éxito se apoya, entre otros muchos factores, en que ha sabido convertirse de forma nada silenciosa en la enseña de una generación. Es la música (con permiso del trap, claro, que va ganando adeptos a velocidades vertiginosas) que se escucha en los altavoces a toda mecha que alguien tiene encendidos en el parque hasta altas horas de la madrugada. Nos ha salido callejero y tiene una buena crew.
Nació en el extrarradio de Puerto Rico como una válvula de escape para los menos favorecidos, un intento exitoso de meter el dedo en la llaga del poderoso y lo establecido, pero enseguida se universalizó y golpeó con dureza en los países de habla hispana, no solo como género musical, sino invadiendo espacios dentro del hip hop y el mismísimo pop. Sus férreas estructuras sonoras empezaron a cuajar en otro tipo de canciones, y se volvió común escuchar su soniquete en cantinelas destinadas a reventar las pistas de baile.
Al ritmo antes mencionado, un prodigio de la ingeniería matemática (estamos seguros que responde a un complejo algoritmo que desencadena reacciones químicas en nuestro intestino), se le suma que las letras son entendibles por los castellanoparlantes. Y eso, quieras que no, suma. ¿Pero llegamos a prestarles la atención que merecen, siendo un género tan difundido entre los más jóvenes?
La respuesta es un no rotundo. Partiendo de la base de que la libertad de expresión es un bien preciado y necesario, garante de una sociedad libre y sin complejos, muchas de las canciones encumbradas por millones de escuchas responden a clichés sexistas, que incluyen en sus letras abusos sexuales, donde se ningunea a las mujeres y se les trata como trofeos, carnaza o algo peor (si lo hubiere). Lejos de producirse la lógica repulsa, en ocasiones este trato denigrante garantiza al susodicho cantante/grupo la posibilidad de conseguir más escuchas lo que resulta una paradoja repleta de crueldad.
Es una evidencia: el éxito siempre fue amigo de la polémica. La situación de toparnos con un grupo de mujeres bailando letras descaradamente machistas, que insinúan o directamente abogan por relaciones sexuales no consentidas, donde el hombre hace lo que quiere y cuando quiere que para eso tiene fajos de billetes que desparrama en una fiesta con un repetitivo movimiento de dedo índice ante el asombro y la aparente diversión de los presentes.
Ante semejante panorama, y estando las cosas como están en lo relativo a la lacra de la violencia de género, urge un cambio de rumbo diametral. Y afortunadamente no todo está perdido. Las letras no tienen que dejar de lado su índole sexual, pero sí la sexista. Poco a poco, nuevos intérpretes (ellos, pero también ellas) nos demuestran que otro reggaetón es posible, que no hay que asociar impepinablemente este marchoso y bailable estilo musical a unas letras plagadas de barrabasadas que puedan ofender a todo ser humano que se precie de serlo y saliéndose de los tópicos imperantes de menear nalgas, prender motores, ser tu gatita o _______ (rellene aquí con el cliché sexista más manido que se le venga a la mente) .
Traten por un momento de descontextualizar las letras, como hace este vídeo, y sientan como la miseria se introduce en nuestro ser cual elefante en cacharrería. Y ojo, que no es solo el reggaetón el culpable, que a veces es muy sencillo culpar de anquilosados estándares de forma exclusiva a este género musical, pero el sexismo denigrante está vigente (desgraciadamente) en todos y cada uno de los géneros musicales.
Les invito sino a escuchar alguna canción de heavy ochentero y el trato vejatorio que destilan hacia las mujeres, como esa desagradable I used to love her de los Guns n Roses, la electrónica funesta declaración de intenciones de Nicky Minaj en Hey Mamma de David Guetta o las constantes salidas de tiesto del rap (Eminem a la cabeza).
Contra esta estomagante tendencia y volviendo a los ritmos latinos pusieron la primera piedra los Calle 13 (y en especial Residente, su cincuenta por ciento más visible) , que desde el primer minuto supieron conjugar la explosión reggaetonera con el gusto por las letras más trabajadas. Temas de carácter en ocasiones explícito, pero, donde la pretensión es justo la contraria, ridiculizar al estereotipo de macho latino.
La reivindicación, la nostalgia y el compromiso político y social como bandera. ¿Y sexo? También hay. Y mucho. Pero de igual a igual, como se demuestra en esta canción NSFW (de esas que mejor no pongas en el hilo musical de una cena de empresa) que se marcaron junto a la Mala Rodríguez.
Bomba Estéreo también han sabido montar buenas congas a las que da gusto aferrarse con una mezcla de sabores tropicales, electrónica, cumbia, reggae...una coctelera con capacidad para varios litros de talento que presenta canciones muy bailables, donde el amor y el sexo también tienen cabida, con la naturalidad y el respeto como telón de fondo:
Y ya puestos, vamos a atacar el enemigo desde dentro. Y qué mejor que ellas para coger las riendas, las auténticas valedoras de esta necesaria revolución . Es el caso de Miss Bolivia, una activista que se atreve a reventar los cimientos de la clásica cultura reggaetonera machista desde dentro, con letras que llaman a la insurrección entre hermanas y a liberarnos de una vez de los estigmas sociales contra la mujer. Una patada en los morros a quien se atreva a insinuar que esa falda es muy corta o que calladita estás más guapa. Y con aliadas, como en este caso Rebeca Lane y Ali Gua Gua.
Embebida en este mismo espíritu combativo y crítico nos topamos con Ana Tijoux, que con este tema pone en tela de juicio el patriarcado, así como la dificultad real que supone el combo demoledor de ser mujer y latina.
No nos podemos olvidar de todo el fenómeno que supuso en su día este Blu del Ping-Pong de Rita Indiana, una dominicana activista convencida, compositora, cantante y lesbiana, que sabía perfectamente como encender motores sin tirar de tópicos sexistas. Una canción tan internacional que hace poco podíamos disfrutar de ella en la última temporada de la serie Orange is the New Black.
Fémina son unas argentinas diosas de la métrica, con un ritmo no tan ensordecedor como al que nos tiene acostumbrados la industria, pero igualmente bailable y plagado de arengas muy válidas a la hora de dignificar como se merece la figura femenina.
Y para cerrar, un grupo autóctono, surgido en las calles de Madrid. Son Tremenda Jauría , su eslogan es “Reguetón o barbarie” y plantean una proclama de carácter universal: “No voy a dormir contigo esta noche, aunque prometas llevarme en tu coche”. Amén, hermanas.
Ah, y recuerda. Si no las tienes todas contigo, siempre te puedes subir en el carro del Respeguetón, el Reggaetón del respeto que se sacaron de la manga el rapero Arkano y Carles Sánchez para este televisivo programa. Todo sea por la igualdad.