Especial
Nuria Gago sabe cómo hacernos llorar (pero sin malos rollos)
La música es fundamental en su nueva novela
Sí, definitivamente la música es una de las grandes protagonistas en Quiéreme siempre, la segunda novela de Nuria Gago. La actriz la ha incorporado para darle un valor terapéutico en una trama que nos acerca a la tercera edad de la manera más tierna posible.
Porque una treintañera como es Lu, su protagonista, puede encontrar una salida a sus vaivenes en la relación inesperada con una octogenaria.
Huye de París por un desamor y encuentra en Barcelona la familia que nunca tuvo porque su madre, que sigue viva, pero no la quiere. Unos dramas muy contemporáneos que Gago trata con una sensibilidad sublime que nos recuerda cuáles son, de verdad, las cosas importantes de la vida.
Hablar con ella es una de esas experiencias que te dan paz porque tiene una dulzura que no abunda y eso lo ha plasmado en su historia de cotidianeidad y de entender que lo importante es encajar y sanar las heridas. No es de extrañar que recibiera el Premio Azorín de Novela 2018 por esta historia.
Tendemos a asociar la música a recuerdos de nuestra vida, ¿recuerdas la primera vez que escuchaste Quiéreme siempre?
No recuerdo la primera vez que la escuché pero recuerdo que estaba buscando en google las posibles canciones que podían escuchar tanto Marina como María en su juventud y me salió esta canción, entre muchas otras, y cuando la escuché supe que tenía que ser el título.
Fue como ‘ufff’ no sé dónde lo voy a colar o donde meter pero me pareció tan luminosa y me dio como una puñalada que sabía que esta canción tenía que tener un momento clave en el libro.
La música tiene un gran protagonismo en esta novela como una manera de encontrarnos a nosotros mismos, ¿cuál sería la canción por la que empezaríamos a marcar el tuyo?
Hay muchísimas pero en mi casa durante mi infancia se escuchaba mucho a Joan Manuel Serrat, Ana Belén. Mediterráneo sería como un primer lugar al que agarrarse para viajar a la infancia, por ejemplo.
En esta novela hablas de la musicoterapia con personas mayores, ¿cómo llegas a ella?
Llego a ella a través de una amiga mía, Virginia Cosme que es coach y había sido mi profesora de francés. Un día me habló de un documental que se llama Alive Inside que es increíble. Ves a gente mayor completamente desconectada a la que le ponen unos auriculares y abren los ojos y hablan y cantan y bailan… me quede en shock. En el proceso de mi abuela me habría ayudado muchísimo ponerle canciones.
A veces frivolizamos con la música pero tiene más poder del que pensamos, ¿no?
Más allá de que una canción les pueda abrir un recuerdo hay momentos muy traumáticos, por ejemplo, la hora del baño en el que tú de repente sientes que viene gente que no sabes qué te van a hacer, porque cada día es empezar de cero, te desnudan entre dos… es muy violento. Si antes de empezar este proceso se ponía un poquito de música y la persona estaba tranquila y lo sentía más amable resultaba menos traumático. Es tan increíble y tan sencillo…
El mapa de canciones de tu protagonista treintañera tiene Los Piratas, Nirvana o The Weeknd con Daft Punk… ¿coincide con el tuyo?
Sí, a mí me gusta mucho todo. Escucho todo tipo de música, ahora me ha dado por la música francesa a tope y estoy descubriendo cosas. Me gusta mucho de todo, soy muy piquipiqui.
La música marca generaciones y aquí está la prueba. En el mapa de canciones de María y Marina encontramos a José Luis Perales, Mocedades, Rocío Jurado, Nat King Cole… ¿en tus playlist encontraríamos alguna de estas canciones?
Rocío Jurado es de todos. Me acuerdo cuando buscaba las playlist y me ponía las canciones, con Rocío Jurado me entraban unos subidones de power, era como ‘pero esta mujer’. Fue como reencontrarme con sus canciones. Perales, de pequeñita, también lo he escuchado.
En esta novela tratas muchos temas. Uno de los principales es la despreocupación que sentimos en este país por nuestros mayores, ¿crees que es realmente un mal generalizado?
Yo no soy quién para hablar de la estadística pero por lo que yo veo, me da la sensación de que sí. Nos hemos subido en una noria digital en la que todo va muy rápido y ellos parece que ralentizan el tiempo y se les aparta, esa es mi sensación.
Yo con mi abuela me reía muchísimo y con mi abuelo me ríe conmigo. Puedo hablar de cosas muy profundas y me dan consejos muy intuitivos y me respetan mucho y para mí fue un aprendizaje muy grande aprender al lado de ellos y me parece rarísimo tenerlos ahí y desaprovecharlos.
Dos generaciones tan diferentes pueden encontrar puntos de conexión, ¿eso es real?
Yo siempre digo, en broma, que la diferencia mayor entre mi abuela y yo era el tiempo que podíamos estar de pie sin agarrarnos a algo. El resto éramos bastante parecidas. No hay tanta lejanía en realidad.
Tratas la necesidad que sentimos todos de encajar en un sitio y con unas personas. ¿Tú te has sentido desubicada para entenderlo tan bien?
Creo que todos somos más fuertes cuando sentimos que pertenecemos a un grupo. Reconozco que mi adolescencia fue muy feliz porque pese a pesar de lo que supone esta etapa, estaba muy bien rodeada, tenía a mis amigas del alma, estaba muy bien sostenida. A medida que creces eso se mantiene e incorporas gente nueva y vas encontrando tu lugar a través de la gente que se queda y la gente que se va, de los hábitos que vas cambiando. Eso me hace más valiente, si algo sale mal, no estoy sola.
Eso no lo tiene tu protagonista que tiene una madre que no la quiere.
Lo tiene atrofiadísimo. Ella lo que tiene es la carencia de un pilar básico, tiene una relación toxiquísima con su madre y eso no le ha permitido tener confianza ni en ella ni en nada. No ha tejido esa red de seguridad.
De hecho esa relación impacta porque es la madre la que no quiere a su hija. Si hubiera sido el padre quizás no nos habría sorprendido tanto.
Yo soy de la generación de los 80 y me parecía interesante indagar en esas madres que nos parieron en esa época en la que no tenían más narices. El mundo era casarse, tener hijos… pero ¿qué pasa cuando alguien no quería eso? Me parecía interesante entrar ahí.
Pero es difícil de entender esa falta de amor de una madre, ¿no?
Sí, y lo escribía y decía ‘madre mía, es muy heavy metal esta mujer’. Pero a la vez el cuerpo me pedía caña. Hay que llevarlo al límite o no tenía sentido porque el dolor de las dos va a ser innecesario y absurdo. Tenía que haber una catarsis muy fuerte.
En cuanto al amor de pareja. Tu protagonista es muy dada a huir del desamor de manera muy drástica (cambia de país en dos ocasiones). Menuda solución…
Es como que tienes muchos puntos Iberia pero poca estabilidad. Eso es parte del desencuentro con la madre. Cuando no tiene una casa la única manera de salvarse del dolor es irse. Al final sanar eso es la única opción para empezar a construir.
Hay un amor de transición, de esos que uno sabe que no pueden funcionar porque no se han cerrado historias pasadas, pero, pobre Santi, ¿no?
El hombre inofensivo… es como un salto de madurez para ella. Lo lógico sería volver a empezar algo, que es lo que ella hace siempre. Y no dice que no empiece, no se sabe qué pasa, van a estar en dos ciudades, ese es el único problema… si tiene que ser va a ser. Hace falta curarse primero.
Hablas de un París casi obsceno por su belleza, ¿cuál es tu relación con la ciudad?
Yo en 2015 me fui un mes a París, era la primera vez que yo viajaba sola. Era un acto de libertad para mí.
¿Era una huida?
No, me apeteció. Estudio francés y me fui allí para perfeccionarlo. Tenía clases hasta la una del mediodía y después cogía mi mapa y me iba a ver museos, a comer por ahí, a galerías de arte, al cine, me iba de tiendas, rutas de tiendas de segunda mano, librerías… hice amigos.
Hay un personaje, Agathe, que está inspirado en una muy buena amiga mía de allí, que conocí en ese momento. Yo me he ido de vacaciones con ella, con sus amigos del instituto, nos hicimos muy amigas. Una amiga mía la avisó que yo andaba por allí, me invitó a un vino y nos tomamos seis y a partir de ahí fue indestructible.
¿Encuentras la misma desconexión nadando que Lu?
Fíjate que no (risas) De pequeña me apuntaron a natación porque tenía mucha escoliosis y lo único que podía hacer era natación. Y claro, cuando lo único que puedes hacer es eso, le coges manía. Me encanta bañarme en el mar, en la piscina, pero la natación en sí me gusta pero no es mi hobbie favorito. A nivel sensorial es muy gustoso y terapéutico.
La novela cuenta la cotidianeidad de unas personas que no necesitan de más para disfrutar de la vida, a veces no apreciamos eso, ¿no crees?
Hay una cosa muy peligrosa con las redes sociales con esto de ‘todo es fenomenal, mi día es increíble’ y entras en una red social y dices ‘joder, ¿todo el mundo tiene una vida tan apasionante y mi día de hoy está siendo un horror? ¿Soy la única?’. Eso genera unas frustraciones muy extrañas y un ejercicio de comparativa continua que es agotador e innecesario.
Yo es algo que estoy empezando a hacer un montón. Estoy en casa y si no espero nada pongo el teléfono en modo avión. Voy a una cena y no saco el teléfono del bolso, si voy al cine, no lo enciendo hasta que he comentado la peli y eso…
Si no, nos pasan las cosas por delante y no nos enteramos.
Es tu segunda novela, ¿mucha presión o menos que con la primera?
Lo primero fue algo intuitivo, yo leía mucho de pequeña porque me tenían prohibida la televisión y me llevaban una vez a la semana a la biblioteca. Yo no pensaba enseñárselo a nadie y ya van dos. Sí había presión.
Premio Azorín de Novela 2018, eso tiene que dar subidón, ¿no?
Lo vivo en un regalo como una de las mejores versiones que yo podía imaginar entraba esa posibilidad y lo vivo con mucho agradecimiento y mucha alegría.
¿Cuál es el mejor feedback que has recibido hasta ahora?
El de Leti (Dolera) que se ha leído el libro porque me lo presenta ella y me dijo: ‘Tía, tengo la impresión de que he conocido a tu abuela’.
¿Y tú tienes la sensación de que has escrito sobre tu abuela?
Sí y no. Mi abuela en realidad es la dos, Marina cuando estaba de mente presente y es María, que es su nombre de verdad, cuando viaja por otros planetas. Y de alguna manera su sentido del humor, es un poco punk, es especial expresándose y sí.
¿Tú viviste su enfermedad de cerca?
Sí, mi madre murió cuando yo tenía 11 años entonces mi abuela y yo éramos una. Cuando empezó a perder un poquito la cabeza era cuando ella estaba empezando a perder un poquito la cabeza y a mí me salió una serie en Madrid. Entonces entre semana estaba en Madrid y cuando acababa me iba a Barcelona. Cuando pasó lo del premio que fue el día de su cumpleaños fue como… ‘joder’. Escribiendo me daba la risa porque me recordaba a ella. El tema de la cobaya, era totalmente ella.
¿Sabremos cómo Lu resuelve todas sus dudas o eso ya es trabajo nuestro?
Es bonito que cada uno haga el viaje con ella y lo finalice como necesite. Al final si un libro lo disfrutas es porque en algún punto conecta contigo porque si no, te implicas de otra forma. Es bonito que cada uno decida según lo que cada uno sienta en ese momento.
Cristina Zavala
Periodista enamorada de todo el entretenimiento. Enganchada a la tele, los libros, los últimos lanzamientos...