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¿Por qué seguimos obsesionados con Amy Winehouse ocho años después de su muerte?

Falleció el 23 de julio de 2011

Agradecida y emocionada: a su llegada a los premios de cine de la MTV, en 2007. / Vince Bucci (Getty Images)

Se fue demasiado pronto, a los 27, un 23 de julio de hace ahora pcho años: Amy Winehouse. Por desgracia, la historia del rock —entendido este en su sentido más amplio: rock, soul, pop…— nos ha acostumbrado a estas pérdidas prematuras. Por otra parte, el de Amy era un final que se veía venir, dado su arriesgado estilo de vida. Pero ni una cosa ni otra lograron minimizar la confusión y el dolor generados por su muerte en 2011. A casi todos los que amamos la música nos pareció injusto. Nos pareció demasiado pronto. Nos pareció —más egoístamente— que nos privaba de un talento del que habríamos podido disfrutar en años venideros. Pero no quedaba otra que aceptar su ausencia. Y seguimos intentándolo.

Personalmente —y como muchas otras personas, intuyo— descubrí a Amy Winehouse en 2003, cuando publicó su primer disco, Frank. Por entonces yo estaba suscrito a la revista musical británica Mojo, y leer que decía del álbum que era un “debut deslumbrante” me puso sobre aviso. Aun así, no todas las reseñas fueron tan entusiastas. La mayoría recurría a las comparaciones. Así, el diario británico The Guardian la situaba en “un lugar entre Nina Simone y Erykah Badu”, encontraba “contradicciones” pero resaltaba su honestidad. Al otro lado del charco, The New York Times opinaba que “emula a Erykah Badu (…), Sarah Vaughan recibe una imitación total. Un par de estándares de jazz reconfigurados (…) parecen fracasos bienintencionados”.

Todos tenían parte de razón. Es evidente que Amy Winehouse no inventó nada. Algunos de sus referentes ni siquiera estaban cercanos en el tiempo: habían hecho lo mismo 50 años antes. Cada cierto tiempo, jóvenes e intrépidas vocalistas (entre ellas, en efecto, Erykah Badu; pero también Angie Stone y otras) se encomendaban a las pioneras Nina Simone, Billie Holiday o Aretha Franklin igual que una promesa de la canción española tiende a copiar a Juanita Reina. Entonces, ¿por qué Amy se convirtió en un fenómeno?

Pasándose de la raya: Amy, durante su actuación en el festival de Glastonbury (Reino Unido) en 2007.

Pasándose de la raya: Amy, durante su actuación en el festival de Glastonbury (Reino Unido) en 2007. / Carl de Souza

Pasándose de la raya: Amy, durante su actuación en el festival de Glastonbury (Reino Unido) en 2007.

Pasándose de la raya: Amy, durante su actuación en el festival de Glastonbury (Reino Unido) en 2007. / Carl de Souza

A principios de los noventa, la música soul (término que ya ni siquiera se empleaba) había empezado a desdibujarse y transformarse en un R&B futurista, de laboratorio. El productor pasaba a primera línea. Éxitos como I just wanna love U (Give it 2 me), de Jay-Z (2001), o Work it, de Missy Elliott (2002), llenaron las listas de ventas de efectos y ruiditos. Normal que, llegado el momento, al público le apeteciera una vuelta a los sonidos de toda la vida. A los más mayores, les permitía revivir la música con la que habían crecido; para los más jóvenes era una desconocida bocanada de aire fresco.

Como en tantos otros ámbitos (la moda, por ejemplo), tras una época de transgresión vanguardista se reivindica lo vintage. Eso era lo que ofrecía Amy Winehouse: música vintage, vocablo muy apreciado por entonces. La cosa es que podría haberla hecho por el mero afán de copiar, pero aquí entraba el principal atractivo de la cantante: era tremendamente honesta. Dio la casualidad de que Amy Winehouse no grababa música vintage con intención de ganarse al público que la reclamaba, sino porque la llevaba dentro. Sus discos no dejan dudas al respecto.

La saludable imagen de sus inicios: en los premios Mercury de 2004.

La saludable imagen de sus inicios: en los premios Mercury de 2004. / Jo Hale

La saludable imagen de sus inicios: en los premios Mercury de 2004.

La saludable imagen de sus inicios: en los premios Mercury de 2004. / Jo Hale

Pese a todo, el suyo no fue un éxito inmediato. Frank, aunque logró un importante tercer puesto en la lista de ventas de su país, no fue número uno. Su primer número uno en singles llegaría con Rehab (2006), ya del segundo disco, Back to black, que ya sí fue líder en ventas. (Ojo al dato: se convirtió en leyenda grabando solo dos discos.) Si no mejor, su segundo trabajo estaba más logrado. En ese capítulo hay que reconocer el mérito de Mark Ronson en la producción (compartida con Salaam Remi, que había producido en solitario el primero) y la sabia elección del grupo The Dap-Kings como banda de acompañamiento. Sharon Jones & The Dap-Kings son auténticos maestros en el arte del revivalismo, calcando los arreglos y el sonido de los discos clásicos de soul (si te gusta Amy y no has oído los álbumes de este grupo te estás perdiendo algo).

Del primer al segundo (y último) disco algo más cambió. Las primeras fotos de Amy muestran a una jovencita de aspecto lozano y saludable. Pero cuando salió a la venta Back to black, Amy Winehouse se había forjado un personaje. Esquelética, tatuada, con ropa de pin-up decadente y ese icónico moño cardado que parecía un nido de abejas. Y, sobre todo, autodestructiva. Se le adjudicó el papel de estrella de tabloide: los periódicos sensacionalistas documentaban puntualmente sus salidas y entradas, sus borracheras, sus desventuras en los escenarios, sus peleas con su novio, Blake Fielder-Civil, arrastrado a la fama. Es difícil saber qué fue primero: si fue la popularidad de sus discos la que infló el personaje o si fue ese personaje extravagante, excesivo y adictivo el que atrajo la atención masiva del público sobre su música. Pero está claro que ambas cosas se retroalimentaban.

Hasta el moño: en Glastonbury (2008).

Hasta el moño: en Glastonbury (2008). / Matt Cardy

Hasta el moño: en Glastonbury (2008).

Hasta el moño: en Glastonbury (2008). / Matt Cardy

Hace ocho años que se fue y seguimos obsesionados con ella. La industria continúa publicando material suyo, y el disco póstumo Lioness – Hidden treasures (2011), llegó al primer puesto de ventas en el Reino Unido. En mi última visita a Londres, comprobé cómo los turistas se arremolinaban en torno a su estatua en Camden Town igual que cuando se erigió, en 2014. Más curioso todavía: el legado de Amy no solo está en sus canciones, sino en las de otros.

Cantantes con buena voz y un sonido añejo las ha habido siempre, pero puede que la industria musical no hubiera apostado por ellas si no hubiese existido el precedente de Amy. Podemos citar aquí a Adele, exponente del virtuosismo vocal y canciones atemporales. Adele publicó su primer disco en 2008, solo un año después de Back to black. Ese 2008 también vio la luz el debut de Duffy, adscrita sin ambages a un sonido de soul retro. Cabe recordar que la letra de su primer éxito, Mercy, basaba su gancho en un reiterativo “Yeah, yeah, yeah”, que parecía una calculada respuesta al “No, no, no” de Rehab. Era como si quisiera transmitir: “Soy como Amy, pero en positivo”.

El R&B se ha revitalizado, y el rastro de Amy es fácilmente detectable en otras cantantes como Pixie Lott, Paloma Faith, Lianne La Havas, Laura Mvula, Emily King, Anoushka Lucas, Mitski, Natalie Prass, Lizzo o Mattiel. También en voces masculinas. El ejemplo más evidente es, quizá, el de Sam Smith, que publicó su primer single en 2008, aunque el éxito le llegó con la salida de su álbum de debut, In the lonely hour (2014), gracias al himno góspel Stay with me. La música —es innegable— cambió con Amy Winehouse. Lo sabemos, y solo por eso merece que sigamos recordándola.

Miguel Ángel Bargueño

Miguel Ángel Bargueño

Es periodista y escritor: ha publicado varios libros sobre música. Aterrizó en el universo de LOS40...

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