Greta Van Fleet, los nuevos niños mimados del rock internacional
Acaban de ganar un Grammy y muchos les catalogan como los nuevos Led Zeppelin
Pocas cosas resultan tan conmovedoras como el escudo oficial del estado de Michigan. Que también -todo sea dicho- forma parte de la bandera. Este escudo muestra un amanecer con el sol naciendo sobre un lago. En mitad de la estampa, un hombre, levantando su fusil, una alegoría que simboliza “la paz, pero también la capacidad de defenderse” (sic). Este pequeño escudo está sujetado a su vez por un alce y un reno, ambos en posición rampante. Y en lo alto de todo un águila calva acechante. A los pies de los mamíferos, una cinta blanca con una inscripción en latín: Si Quaeris Peninsulam Amoenam Circumspice. SI quieres ver una península agradable mira a tu alrededor. Enternecedor.
Si su escudo no te parece especialmente fascinante, el estado de los grandes lagos tiene otros atractivos indudables para ti. Hay lagos. Inmensos. Ah, y Detroit es tan gris como lo pintan, qué quieres de la capital del motor, pero musicalmente ha dado a luz a tropecientos grandes artistas. Allí nació la Motown. Y Eminem. También los Stooges, MC5 o White Stripes. Vamos, que de rock también andan servidos.
Por lo que nadie daba un duro es porque de un reducto de menos de cinco mil habitantes llamado Frankenmuth, de marcada ascendencia germánica, emergiera un grupo de pipiolos dispuestos a marcar el futuro del rock basándose en la herencia recibida y venerando a los grandes clásicos. Greta Van Fleet puede sonar al nombre de una veterana esquiadora holandesa con decenas de entorchados en su haber, pero es la variación casi imperceptible del nombre de una vecina del pueblo. Así de fácil, sin comeduras de tarro. Un nombre y un apellido compuesto que da nombre a un grupo de muchachos, tres de ellos hermanos (Josh Jake y Sam Kiszka) y Danny Wagner, cuarto en discordia, sin parentesco aparente con los anteriores. Lo del vínculo familiar es su primera cualidad reseñable. La segunda es su incipiente juventud. Ninguno de ellos ha superado aún los 22 años de edad. Con esas características cualquiera diría que nos estamos refiriendo a otro grupo, ¿no?
Vale, Kings of Leon eran primos. Pero jóvenes como el ímpetu y las decisiones equivocadas, cuando saltaron al ruedo hace ya unos añitos. No me tiréis abajo la comparativa. El éxito precoz es también otro nexo de unión entre ambos. Pero a los Greta les acaba de explotar en las manos, que no todos los días recibes un Grammy. Aunque no estuvieran allí para recibirlo.
Situaciones lamentables aparte, una pregunta ronda incesante nuestra frente ¿Y qué han hecho estos imberbes para recibir semejante distinción? Fácil. Sacarse en un par de años dos discos (Uno llamado From The Flames, aquel por el que han sido premiados, aunque supuestamente un EP aunque tiene duración e ínfulas de LP, y otro un long play en sí cuyo título no es otro que Anthem of The Peaceful Army) que miran al retrovisor sin complejos. Este ejército de la paz se ha retroalimentado mediante viejas cintas de sus padres para abrazar sin remilgos la época dorada del rock. Y amorrarse sin miedo a quedar saciado de una fuente inconfundible: Led Zeppelin.
Robert Plant contribuía al hype diciendo de ellos que eran "Led Zeppelin I” y describió al cantante Josh Kiszka como “un hermoso pequeño cantante”
Las comparaciones, por odiosas que parezcan, están ahí, sobre la mesa. Ellos lo saben. Los Zeppelin también. Preguntado sobre esta cuestión, el mismísimo Robert Plant contribuía al hype con las siguientes declaraciones: “Ellos (Greta Van Fleet) son Led Zeppelin I”, y describió al cantante Josh Kiszka como “un hermoso pequeño cantante”. El caso es que escuchando la voz del muchacho es imposible no sacar el tiralíneas.
Highway Tune probablemente sí la conocías, aunque fuera nada más por asociarla a la cabecera de La Vida Moderna. Que cierras los ojos y ves a Ignatius echando un sprint en el Retiro ante la atenta mirada pitillo en mano de Quequé. No en vano, es uno de los grupos de cabecera del fallido controlador aéreo David Broncano. Y sí, en efecto, la voz de Josh es un calco de la del frontman de los Zep, pero a nivel musical encontramos igualmente muchísimos paralelismos. Se miran al espejo para sacar músculo a través de un Blues Rock descarnado, rebosante de psicodelia y con poso hardrockero bien definido. Sin miedo a abrir un disco con una canción que supera los seis minutos, y sin ninguna que baje de los tres. Sudando frescura por cada uno de sus poros y una pose cool que contabiliza en cientos de miles a sus seguidores en los rincones más insospechados del planeta.
En casos semejantes en los que un grupo se parece tanto a algo que ya ha hecho cima en la cumbre de la melomanía, su pecado es así mismo su absolución. La crítica internacional se debate en yermos enfrentamientos sobre si algo como Greta Van Fleet tiene cabida en el panorama actual. Si su éxito responde directamente a la melancolía de muchos, a su talento o directamente al oportunismo. Parecen ser legión esos que vociferan proclamas del tipo “es que ya no se hace música como antes” y que de forma simultánea se quejan de que los grupos de ahora no tienen frescura porque imitan a los grandes tótems de la historia. Una contradicción per se que supone un laberinto del que es imposible escapar.
Desde este humilde púlpito (¿desde cuándo un púlpito fue humilde? Estás enloqueciendo. Deja ya de escribir) sugiero una regla infalible para acabar con estériles debates de esta naturaleza. Si al escucharlo mueves un pie, te emocionas, o te sorprendes a ti mismo cabeceando de un lado a otro con ingente frenesí, vas por el buen camino. Para descubrirlo, el plan es pasarte este 22 de febrero por el Palau Sant Jordi de Barcelona, única parada (por el momento) de su gira europea por estos lares.