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¿Es ‘Parásitos’ la mejor película del año?
La cinta de Bong Joon-ho ha sido una de las más laureadas en todos los certámenes cinematográficos
J. M. Martel explicaba en su revelador ensayo Vindicación del arte en la era del artificio la diferencia entre la auténtica obra artística, que está cargada de un significado etéreo, inexplicable, que ahonda en los misterios de la propia existencia sin tratar de ofrecer respuestas, pues el mero planteamiento es el objeto de revelación estética; y lo que él denominaba artificio, esto es: la superficialidad de quien trata de "vender" un producto a través de lo visual, sin buscar nada más que el entretenimiento o, peor aún, el adoctrinamiento, en una suerte de pornografía consumista que trata de alcanzar la homogeneización de los gustos y la complacencia del público.
En cristiano: cuando el autor de la obra busca transmitir un mensaje, canalizar al receptor hacia un resultado preconcebido, eso es artificio. Cuando, por el contrario, el pintor, director, escultor o literato plantea preguntas para las que no tiene una respuesta específica, pues se sabe en la humilde posición de quien solo puede aspirar a conjeturar hipótesis sin la capacidad de resolver los misterios de la existencia y tiene el objetivo de que el público, en base a su personalidad, extraiga conclusiones; en este caso, insisto, estamos ante una obra artística. Aquella que, se coja por donde se coja, tiene un significado diferente para quien se enfrenta a ella.
Esa capacidad de algunas obras para ser políedricos laberintos kubrickianos es la que las engrandece, elevándolas a la categoría de "arte verdadero". Parásitos, la última película del surcoreano Bong Joon-ho, plantea una cuestión manida por quien busca adoctrinar a uno u otro lado: la lucha de clases. Los ricos y los pobres. La diferencia de quienes viven en un lujoso chalet con criados y quienes aprovechan la época de fumigación en las calles para dejar las ventanas abiertas y poder matar gratis a las chinches que los rodean.
Lucha de clases. ¿No nos suena a que el director tratará de llevarnos hacia un objetivo ideologizado? ¿No será que Joon-ho quiere decirnos que los ricos son siempre muy malos porque tienen dinero y que los pobres merecen toda suerte de atenciones? ¿O será al revés? ¿No querrá dar a entender el cineasta que los pobres son unos temerosos seres que viven escondidos en tugurios y no saben comportarse?
Parásitos. ¿Quiénes? El director plantea más preguntas que respuestas. No redime a nadie, porque bajo su prisma todos son seres humanos con innumerables facetas y comportamientos contradictorios. Los ricos son buena gente... y pueden llegar a ser asquerosamente pedantes y elitistas. Los pobres son buenas personas que tratan de salir adelante... pero son capaces de engañar y hasta de agredir a gente inocente para consumar su maquiavélico plan de ascenso de clase.
Ya ven: historia de luces y sombras que pone de relieve la polifacética personalidad del ser humano, sin necesidad de decir quién es el bueno y quién es el malo, porque todos pueden ser tanto seres íntegros como monstruos despiadados, según quién mire a quién. Para la familia de Gi Taek los ricos son los bichos a los que hay que fumigar, exterminar. Para los elitistas pero crédulos Park son las clases bajas quienes huelen a trapos viejos recién lavados y son utilizados como sirvientes que deben estar siempre a su disposición.
¿No será que Parásitos, precisamente por su falta de posicionamiento, pertenece a aquella categoría de obras de arte de las que hablaba Martel? Depende de cada uno de nosotros, espectadores tan variados como obras artísticas hay en el mundo, qué conclusiones extraigamos y por qué bando nos decantemos, en caso de hacerlo. Algo parecido explicaba Andrei Tarkovski en su estupendo ensayo Esculpir en el tiempo.
Es un logro asombroso que una película procedente de Corea del Sur con actores que no son conocidos en el cine mainstream se convierta en un éxito de taquilla, sea considerada la mejor película del año por casi todos los críticos y opte a los principales premios internacionales (entre ellos a tres Globos de Oro por mejor película, dirección y guion). No tiene necesidad de utilizar complejos elementos ensayísticos de autor para crear arte, y tampoco hace falta envolverla en la artificiosidad del cine comercial. La perfecta combinación de los dos universos consigue hacer películas accesibles y disfrutables para todo el mundo.
Bong Joon-ho ha creado una obra maestra del cine mezclando una historia sobre desigualdad social con un ritmo hiperactivo, a veces frenético, plagado de comedia y suspense (¿no recuerda a la vida misma?), no sin rozar en ocasiones el género de terror de tintes surrealistas. La imaginación, el deseo, el miedo, la obsesión, la felicidad y el odio confluyen en una sátira social que se ríe de la propia condición humana, sin expiar los pecados de ninguno de los bandos, lo que la convierte en una de las mejores, más hábiles e inteligentes películas del año. Y, probablemente, de la década.