‘12 Monos’, una fábula distópica de Terry Gilliam sobre los viajes en el tiempo y la locura
Bruce Willis es la última esperanza para erradicar un virus que acabó con el 90% de la población mundial
De la turbulenta mente de un genio pueden brotar historias tan extrañas como inconexas; fábulas proféticas que vistas con la perspectiva de los años y los datos arrojados por la historia resuenan en el presente como advertencias que pasamos desapercibidas en su momento. Nadie imaginaba en 2011, cuando Steven Soderbergh estrenó Contagio, que nueve años después estallaría una pandemia que nos tendría confinados en nuestros domicilios, y aquí estamos, viendo el tiempo pasar, saturando las plataformas en streaming y matando el tiempo con toda suerte de entretenimientos vacuos.
Entre toda aquella marabunta de referencias cinematográficas y seriéfilas que los tuiteros están señalando como películas proféticas sobre la crisis del coronavirus hay una que, con perdón de Soderbergh, destaca por su interés narrativo y su peculiar universo distópico: 12 monos.
Se trata de una obra de ciencia-ficción dirigida en 1996 dirigida por Terry Gilliam, integrante del inefable grupo cómico de los Monty Python, hoy más reducido que nunca tras las recientes muertes de Terry Jones y Neil Innes.
12 Monos es la disparatada –por increíble– historia de un hombre que está encerrado en una prisión de un presente muy lejano (probablemente del año 2033) y al que un grupo de científicos envía al pasado para descubrir la cura contra el virus que, veinticino años atrás, aniquiló a más del noventa por ciento de la población mundial.
La historia la protagoniza el por aquel entonces meteórico Bruce Willis, que venía de rodar Pulp Fiction bajo las órdenes de Quentin Tarantino y la tercera parte de La Jungla de Cristal. A él le dan réplica un incipiente Brad Pitt que ya había protagonizado Leyendas de pasión y Entrevista con el vampiro, quien interpreta el papel del desequilibrado hijo de un biólogo muy reputado (su interpretación le valió una nominación al Óscar) y Madeleine Stowe, una psiquiatra que coincide con James Cole (Willis) y que poco a poco se va concienciando de que aquel hombre realmente viene del futuro para cambiar su presente.
Gilliam construye una fábula distópica parecida a la de Brazil y que luego adaptarían los/las Wachowski en Matrix, solo que aquí el cineasta sustituye cualquier atisbo de comedia satírica –salvo el alivio de tensión que supone ver al excéntrico Jeffrey Goines (Pitt)– por un universo plagado de suciedad, barrios bajos, gente pobre deambulando por las calles y demencia. Un ambiente truculento y hostil donde la locura acecha en cada esquina.
No es casualidad que Cole, en su viaje atrás en el tiempo, acabe encerrado en un manicomio, lo que indica la posible desviación mental de su protagonista, cuyo cerebro se ve cada vez más trastornado y resentido por los viajes en el tiempo. Tanto, que acaba confundiendo pasado y presente en una suerte de delirio irreversible, mientras una serie de personajes como un hediondo vagabundo, la voz de su conciencia, no paran de tenderle trampas psicológicas y espaciotemporales.
Lo único que se le puede echar en cara a 12 Monos es que tiene un guion extremadamente complejo plagado de callejones sin salida. Gilliam presenta tantas tramas que choca la simpleza de su final, que se queda en una sencilla –y para nada innovadora– paradoja sobre los viajes en el tiempo que no ofrece explicaciones trascendentales ni posibilidades científicas a todo lo planteado desde el principio.
Aunque quizás esa sea la gracieta que pretende hacer Gilliam: mantenernos desconcertados y transmitir una sensación de incoherencia y amenaza constante para después lanzarnos una piedra a la cara y gritarnos que despertemos de nuestro sueño, que ni todos los viajes en el tiempo del mundo van a conseguir que cambiemos el curso de nuestro destino como especie. Si queremos salvar el planeta ahora es el momento adecuado. Si dependemos de que venga un preso del futuro reconvertido en mesías para solucionar nuestros problemas, mal vamos.
Precisamente el título de la película, 12 Monos, hace referencia al ejército de frikis animalistas liderados por Goines que pretende sembrar el caos en el mundo liberando a los animales de los zoos. Pero hasta eso es un macguffin, una calle cortada, la persecución de un fantasma. La verdadera amenaza siempre pasa desapercibida hasta que ya es demasiado tarde. El final, a pesar de su paradójica simpleza, es bastante simbólico.