Tarantino confiesa su mayor fracaso: “Nadie sabía qué demonios estaba viendo”
El cineasta explica que por ir de "guay" se metió un batacazo de taquilla tremendo
Quentin Tarantino confesó hace unos días en una entrevista con la revista Empire cuál fue el peor momento de su carrera. Y no, no fue aquel bochornoso cortometraje de 1987 que él mismo quiso erradicar, El cumpleaños de mi mejor amigo, el primer proyecto con el que se introdujo en el mundo del cine mientras aún trabajaba como dependiente de un videoclub y del que reniega con tanta fiereza como Stanley Kubrick de su Miedo y deseo.
Nada más lejos de la realidad. La historia a la que hizo referencia ocurrió en 2007, en el apogeo de su carrera, tras haber arrasado la taquilla con Kill Bill unos años antes (la primera parte es de 2003 y la segunda de 2004). Por aquel entonces acababa de rodar una secuencia con Benicio del Toro y Clive Owen en la película Sin City, que dirigía su amigo Robert Rodríguez en colaboración con el dibujante de cómics Frank Miller.
Durante el rodaje a ambos se les ocurrió la idea de hacer un proyecto que emulase aquellas sesiones de cine dobles propias del exploitation, donde en las salas se proyectaban dos películas seguidas para el público, generalmente de terror o acción bestia de serie B.
Rodríguez y Tarantino se pusieron manos a la obra con Grindhouse, una sesión de cine de terror doble que incluía dos películas, Death Proof y Planet Terror, además de varios tráilers de películas fake que nunca se llegaron a rodar: Las mujeres lobo de las SS (donde, por cierto, salía Nicolas Cage caracterizado como Fu Manchú), la brutal Thanksgiving, la historia de fantasmas Don't y la única que después se convertiría en un largometraje: Machete. Todas ellas con rostros muy conocidos.
Death Proof centraba su acción en un doble de escenas de riesgo, Stuntman Mike (Kurt Russell), que asesinaba muchachitas. La dirigió Quentin. La segunda era una cinta gore sobre un apocalipsis zombi con mujeres con ametralladoras por pierna que recordaba a las joyas de culto de muertos vivientes de George A. Romero, especialmente a La noche de los muertos vivientes y a El día de los muertos. Esta segunda pieza recayó en manos de Robert Rodríguez.
"Creo que Robert y yo pensamos que la gente había comprendido el concepto de sesión doble y de 'exploitation'. No, no lo hicieron. En absoluto. La gente no sabía qué demonios estaba viendo. No significó nada para ellos lo que estábamos haciendo. Nos pasamos de guays", confesó durante la entrevista.
Los resultados en taquilla fueron desastrosos: la sesión doble costó alrededor de 50 millones de dólares pero a duras penas llegó a recaudar 25 en taquilla. Lo más extraño de todo es que se trató de un proyecto conjunto capitaneado por dos directores acostumbrados a tener una recaudación brutal y que no escatimó en marketing publicitario.
A veces la innovación, el "pasarse de guay" o de listo no trae consigo buenos resultados. Tarantino lo experimentó en sus carnes. Y, aunque su talento se mantuvo indemne y no tuvo problemas para sacar adelante sus siguientes películas (Malditos Bastardos fue su próximo proyecto), sí que tiene esa espinita clavada en la espalda.