Especial
Películas que debes ver para entender las protestas raciales en Estados Unidos
La muerte de George Floyd a manos de un policía de Minneapolis ha convertido el país en un polvorín
La muerte de George Floyd a manos de unos agentes de policía de Minneapolis ha sido el nuevo detonante de una crisis racial que llevaba gestándose en Estados Unidos desde la época de la Guerra de Secesión. Y digo "nuevo detonante" porque no es la primera vez que la población negra toma las calles: en 1968, tras el asesinato de Martin Luther King a manos de un supremacista blanco, el país se convirtió durante varias semanas en un campo de batalla.
Hoy ha sido George Floyd, pero en 2014 fueron Michael Brown y Eric Garner. En 2015, Freddie Gray. En 2016 varios policías tirotearon a un ya reducido Alton Sterling. Algo parecido ocurrió ese mismo año con Terence Crutcher. Pero la cosa viene de atrás. Por ejemplo, la masacre del Hotel Algiers, donde un grupo de policías irrumpió en un motel creyendo que había varios francotiradores disparando contra las autoridades y acabaron ejecutando a sangre fría a tres civiles que poco –o nada– tenían que ver con los disturbios que habían convertido Detroit en un campo de batalla.
Si nos vamos más atrás podemos llegar hasta la Guerra de Secesión entre el norte demócrata, que buscaba un avance de los derechos civiles, y el sur confederado, que se negaba a abolir la esclavitud. Porque recordemos que la población negra fue mano de obra esclava desde mediados del siglo XVII hasta bien entrado el XIX. Películas como 12 años de esclavitud de Steve McQueen, Amistad de Steven Spielberg e incluso –aunque con un tono más desenfadado– Django Desencadenado de Quentin Tarantino retratan esta tragedia humana.
El racismo en Estados Unidos proviene de esa época, y por eso a los estados que pertencían al antiguo sur confederado se los cataloga, generalmente, como los más racistas. De hecho, se dice que Georgia y Louisiana son los que más problemas dan aún con la población negra. Una película reciente, que se llevó en Óscar a mejor largometraje en 2019, Green Book, hablaba precisamente de los prejuicios de los habitantes de la América Profunda hacia los negros, retratando la idiosincrasia sureña.
El cine siempre ha servido como un elemento de concienciación social y, al mismo tiempo, como altavoz para visibilizar el sufrimiento de las minorías. Sin embargo, cuando Hollywood empezó a convertirse en la gran fábrica de sueños que es hoy, no es que fuera precisamente tolerante con la población negra, y famosas películas racistas como El nacimiento de una nación (1911) sirvieron como piedra angular para que posteriormanete brotaran grupos ultranacionalistas y fervientemente xenófobos y racistas como el Ku Klux Klan.
De hecho, la película provocó una oleada de linchamientos en las calles, quemas de cines y una visible movilización de los grupos radicales segregacionistas. Además, su director, David Wark Griffith, abiertamente xenófobo, utilizó a actores blancos pintados con betún para evitar trabajar con población negra. Un ejemplo de película abiertamente racista a la que poco después tomaría el relevo –aunque de manera más light– Lo que el viento se llevó (1939), cinta que ensalzaba al bando confederado y cuya productora prohibió a los miembros negros de su reparto acudir al estreno por "culpa" su color de piel.
Con el paso de los años Hollywood se fue abriendo a este drama y empezaron a surgir película-protesta que trataban de visibilizar la barbaridad de la esclavitud y la estupidez de los prejuicios raciales. Dos películas protagonizadas por Sidney Poitier, Adivina quién viene esta noche, sobre una mujer que trata de presentar a su novio negro a su familia, abiertamente conservadora, y En el calor de la noche, magistral cinta en la que un policía es confundido por un criminal y finalmente acaba investigando un caso de asesinato en un Mississippi racializado, son quizás los mejores ejemplos del cine-protesta de los años 60.
Algo más recientes –y puede que las más críticas– son Arde Mississippi (1988), sobre la expansión del Ku Klux Klan y la ola de asesinatos y linchamientos de negros en ese estado, y la popular El color púrpura (1985) de Spielberg, aunque también podría añadírsele Criadas y señoras (2011), donde una joven escritora entrevista a mujeres de color causando la indignación de sus vecinas en la aún segregacionista Mississippi.
Sin embargo, las películas que mejor exponen la lacra del racismo en el cine reciente son las de Spike Lee, un cinesta y activista militante por los derechos de los negros. Prácticamente todo su cine ha tratado de dar visibilidad a los chicos de los bajos fondos de Estados Unidos, a sus miserias y dificultades, que, combinadas con la pobreza extrema y una falta de oportunidades en un país en el que es más fácil morir a manos de un policía si eres negro que si eres blanco, hacen de esa población el colectivo racial más vulnerable.
Haz lo que debas, Fiebre salvaje, Malcolm X (biopic sobre otro activista asesinado a manos de supremacistas blancos), Camellos y la reciente Infiltrados en el KkKlan exponen esa realidad que a veces tratamos de olvidar por su crudeza. A veces es retratada desde el humor y otras desde un realismo estremecedor, pero ambas ponen de relieve una enfermedad endémica de nuestra sociedad: la intolerancia.
Aunque quizás el logro cinematográfico reciente que mejor utilice la tensión y la visceralidad como elemento catártico es Detroit, excelente cinta dirigida por Kathryn Bigelow –e injustamente olvidada en los premios de 2017/2018– que narra los hechos ocurridos en 1967 en el Hotel Algiers, donde varias personas de color fueron torturadas y ejecutadas a sangre fría por la policía del distrito durante los disturbios de la ciudad, acusándolos –falsamente– de ser francotiradores que trataban de disparar a las autoridades. Una cinta brillante pero brutal que analiza desde dentro cómo son esos últimos minutos de vida de quienes saben que van a morir.
En el universo de las series también hay joyas que han retratado el sufrimiento de la población negra, especialmente la de los guetos, como The Wire, la favorita de Barack Obama, 5 temporadas que desgranan el porqué de la violencia en los barrios marginales de Baltimore. También trata el tema –aunque de refilón, pues se centra más en el empoderamiento de la mujer en un universo eminentemente machista– la brillante producción de AMC Mad Men. De hecho, un capítulo entero se lo dedica íntegro a las consecuencias del asesinato de Martin Luther King y a los disturbios callejeros (aunque nunca los muestre) y a cómo poco a poco la población negra va sumándose a la plantilla de las agencias de publicidad.
Aunque la lista de películas es larga –habría que incluir Matar a un ruiseñor, El sargento negro, Un retazo de azul, Ragtime, Tiempos de gloria, Invictus, Fugitivos o el estremecedor documental de Netflix Enmienda XIII, entre otras tantas–, todas forman un mosaico conceptual que podría servir a cualquier lector cinéfilo para comprender mejor por qué Estados Unidos es un polvorín a punto de estallar. Y todo por culpa del maldito racismo.