Da 5 Bloods: Spike Lee reivindica el Black Lives Matter a través de la guerra de Vietnam
Activismo, reivindicación y patologías bélicas se entremezclan en un puzle difícil de encajar en un solo género
Nadie pone en duda que Spike Lee sea uno de los cineastas y activistas más comprometidos con el Black Lives Matter y, por consiguiente, uno de los altavoces más críticos con la supremacía blanca que cada día parece extenderse con aliento renovado por la América de Trump. Sin embargo, es incapaz de dejar de verter una moralina algo irritante y posmoderna en todas sus películas, como si nos tuviese que guiar indefectiblemente hacia aquello que quiere que pensemos. Probablemente todos estemos de acuerdo con su mensaje, con ensalzar el valor social de los oprimidos, con condenar la desigualdad, con dar visibilidad a unas minorías que durante siglos han sido apartadas o segregadas, pero el espectador es lo suficientemente inteligente para sacar conclusiones sin que nadie tenga que decirle cómo y de qué forma tiene que pensar.
Mi problema con Spike Lee ha sido siempre el mismo: su cine es artificioso porque, siguiendo las premisas de Martel en Vindicación del arte en la era del artificio, nos dice cómo tenemos que reaccionar y pensar. Nos instruye con diálogos a cámara, miradas profundas, música dramática en momentos inoportunos y archivos documentales –muchos de ellos extremadamente duros– que tratan de agitarnos por dentro para que nos demos cuenta de por qué estamos (o no) equivocados y por qué debemos pensar de una forma determinada. Nos da mascado el mensaje, y no desarrolla una historia compleja donde los personajes evolucionen de manera progresiva, lineal, ante los hechos que los rodean y por cómo estos afectan a sus vidas, sino que nos muestra ya el resultado, el final del camino, la evolución completa, el objetivo último, sin desarrollar por qué los acontecimientos han ido puliéndolos, guiándolos hacia tal o cual fin.
Paradójicamente Da 5 Bloods no es tan irritante en los manierismos efectistas y algo propagandísticos en los que sí quedaba visiblemente atrapada Infiltrados en el KkKlan, que utilizaba la sátira como ataque contra el racismo, sino que peca más (y esto es grave) en sus aspectos formales. Se evidencia una progresión en la forma de narrar la historia, pero la calidad técnica queda notablemente dañada por varios motivos.
Primero, tomemos a sus personajes. Salvo su auténtico protagonista, Paul (un brillante Delroy Lindo), el resto carecen de proyección psicológica o sus motivaciones no acaban de quedar del todo claras. Su credibilidad merma cuando uno de sus compañeros sale volando por los aires y ni siquiera lloran su pérdida. O cuando, tras hora y media de película, consiguen dar con su objetivo (el codiciado y peligroso oro, además de la tumba de su amigo Stormin' Norman caído en combate) para poco después dejarlo atrás y ni siquiera volver a mencionar el tema. Esa falta de humanidad, de concreción de objetivos, de vaivén motivacional, resulta algo alienante y brota habitual y peligrosamente cuando quieren contarse demasiadas cosas en muy poco tiempo.
Además, las desaprovechadas escenas bélicas en la jungla parecen extraídas de esos lapsos de carga entre misión y misión de un videojuego –Lee nunca fue experto en rodar escenas de acción– y el director ni siquiera se ha molestado en cambiar o rejuvencer un poco a sus actores: en los flashbacks cuarenta años atrás los personajes aparecen igual que en el presente, todos sesentones, desentonando completamente con la acertada decisión de utilizar un formato diferente para presente (panorámico) y pasado (un 4:3 grabado en 16mm). A esto se le suma que la música, por muy reivindicativa y excelente que sea (incluye temas de Marvin Gaye, además de la composición de Terence Blanchard), se siente anacrónica en esa jungla vietnamita plagada de amenazas.
Ni comedia, ni drama, ni terror, ni acción: Da 5 Bloods es un desconcertante amalgama de géneros que no consigue transmitir la fuerza humanista que sí alcanzaron a proyectar otras grandes obras maestras del cine, como la trilogía de la Condición Humana de Kobayashi o la brutal Corazones de Hierro de Brian de Palma, también centrada en los abusos (en este caso sexuales) de los yankees en Vietnam. La fuerza visceral de Apocalypse Now (a la que Lee homenajea en varias ocasiones) consiguió traspasar la pantalla y ponernos la piel de gallina. Era un espectáculo audiovisual que, además, servía de alegato antimilitarista.
Quizás el mayor error de Spike Lee sea caer una y otra vez en una actitud algo sarcástica e irónica. Como si no acabase de tomarse demasiado en serio las historias que trata de contar. Sus películas van dirigidas a un colectivo que ya tiene claro lo que piensa y sirven para reforzar sus ideas, pero tienen poco poder transformador para aquellos que quizás (y tristemente) aún tengan sus dudas sobre qué es lo apropiado. Si en vez de ser tan entretenidas y estar aderezadas con pizcas de humor fueran más serias y viscerales, sus reclamos llegarían más lejos. O, al menos, se sentirían más naturales y dolorosas.