Especial
Terrorismo e injusticia en la frontera entre India y Pakistán
‘La cinta de Álex’ es la primera película española en llegar a los cines tras el fin del estado de alarma
No nos vamos a engañar: La cinta de Álex, la primera película española que aterriza en los cines tras el estado de alarma (llega a cartelera el viernes 26), está muy lejos de ser buena. Las motivaciones de los personajes están delineadas con una brocha tan gorda que a veces parecen caricaturas de sí mismos. Algo similar pasa con las interpretaciones: ni dos artistas con tanto talento como Fernando Gil y Aitana Sánchez-Gijón son capaces de sacar brillo a una obra acartonada cuyos protagonistas se mueven por el encuadre como fantasmas que fingen sentirse impelidos a progresar o evolucionar, pero cuyo problema es que carecen de la profundidad psicológica –culpa de un guion deficiente– que debe justificar sus actos.
Recuerdo una máxima que leí hace tiempo: son los personajes los que deben llevar la trama, no la trama a los personajes. En caso de darse el segundo caso, el desastre es inevitable. E irreversible. Le pasó a Juego de Tronos en sus dos últimas temporadas y le ocurre a la debutante Irene Zoe Alameda en La Cinta de Álex. Quiere forzar situaciones para aprovechar y contarnos que está mal explotar a la gente en India y que hay injusticia en el mundo. Hasta se marca un desconcertante mini-videoclip buenrrollero disco-pop a lo I’d like to buy the world a Coke en el que dicta su sentencia: los prejuicios son malos, todos somos iguales, debemos derribar fronteras, etc. Un momento tan arcoírico que en vez de sonrisas despierta una mueca de disgusto. ¿Desde cuándo somos tan inocentes? ¿Dónde está la mala leche de una película que habla sobre la inocencia perdida y sobre la capacidad de perdonarse a sí mismo y a los demás?
Hablamos de cine artificioso e impostado, todo por querer transmitir una idea que no se desarrolla de forma orgánica, sino que viene prefabricada. “Quiero contar esto porque quiero que veas esto”, cuando debería ser “quiero contar esto y voy a hacer que los personajes evolucionen para que tú interpretes eso o aquello". Es un pequeño matiz, una pincelada de sutileza y algo de ambigüedad de la que carece La cinta de Álex pero que poseen grandes películas que ni siquiera son geniales. Pero Alameda tiene que contarnos todo a través de diálogos o monólogos Hasta el protagonista se marca un soliloquio sobre qué es el subconsciente y cómo funciona.
De esta película, eso sí, se salvarían tres apartados, que no es poco. Primero: su hermosa fotografía y localizaciones, que recogen la esencia de la India, a pesar de que se echa de menos más paisaje natural. Segundo, su protagonista. A pesar de estar sobreactuado (no sé si por decisión propia o por falta de decisión de dirección) la trama del personaje al que interpreta Fernando Gil, Álex, es interesante: un español que ha sido condenado a diez años de cárcel tras ser acusado injustamente de terrorismo y que ahora trata de reinventarse en la frontera entre India y Pakistán traficando con tejidos. Gil es un hombre con un carisma desbordante y un actor con mucho potencial, y a pesar de esos manierismos, tics y suspiros que lo alejan de la naturalidad que requiere la historia, consigue que empaticemos con su drama personal. Nos cae bien y eso es un gran punto a su favor.
La tercera virtud de La cinta de Álex es el desarrollo de la presunta explosión terrorista a mitad de película, que pega un revés al espectador y lo deja noqueado. La película pasa de drama a suspense con bastante naturalidad, y la secuencia en la que la pequeña Alexandra camina por ese escenario post-bélico, rodeada de cadáveres destrozados buscando a su padre, es de una fuerza estremecedora. Sin embargo, se trata de un espejismo, porque todo lo que vino antes y todo lo que llega después se siente forzado, artificioso, además de contraproducente para el mensaje que trata de transmitir la cineasta –que también es guionista y montadora– pues la simpleza (que no sencillez) con la que plantea sus argumentos y desarrolla sus personajes corre el peligro de fomentar estereotipos (el musulmán malo opresor, el occidental bueno salvador) y perpetuar clichés.