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‘Un mundo normal’: Ernesto Alterio y el orgullo de ser diferente
Un artista, una universitaria, un perro y un ataúd con el cadáver de la abuela son los protagonistas de esta excelente road movie dirigida por Achero Mañas
Hay películas que son un fiel reflejo de la vida, de nuestras costumbres, deslices y manías, aquello que nos caracteriza como humanos y al mismo tiempo nos hace diferentes del resto de mortales. Un mundo normal es un homenaje a aquellos que van a contracorriente y se saltan las normas por respeto a sí mismos; una carta de amor que dirigida a los que viven, sienten y sufren y a quienes no se dejan invadir ni eclipsar por la rutina de un sistema alienante en el que la gente está más preocupada de mirar el Instagram que a los ojos.
La película de Achero Mañas gira en torno a un artista frustrado, Ernesto (Ernesto Alterio, quizás en una suerte de alter ego creativo), que pierde a su madre (Magüi Mira). Ella le ha pedido que tras morir la lance al mar. El debate ético está servido: ¿romper la ley y enfrentarse a una sanción o traicionar sus principios y, peor aún, a un ser querido? Al fin y al cabo "una madre es una madre", como se repite una y otra vez durante la cinta, pero "que ya no está con nosotros". Ernesto, al contrario de lo que todo el mundo espera, decide ir contra un sistema que nos adormece y guía como a ovejas y se rebela contra las normas, priorizando el afecto, los principios, la ética personal y la moral frente a los dictámenes sociales.
No es que Un mundo normal sea una película antisistema, sino que expone que el ser humano, en su pura esencia, no está hecho para obedecer dictámenes que no sean los del corazón. En un sistema globalista, hiperconectado y crispado que adormece nuestros sentidos y sentimientos y nos aparta de los demás nos acercamos a la mejor definición que se ha dado del infierno: un lugar sin afecto.
Ernesto debe elegir si retar al mundo y continuar siendo el raro que siempre se ha considerado o si, por el contrario, debe someterse a la voluntad ajena para no causar problemas. No es casualidad que su hermanastro (Pau Durà), al que quiere más que a sí mismo, sea homosexual. Ni que su hija (excelente descubrimiento de Gala Amyach, hija del director Achero Mañas) estudie una carrera –derecho, precisamente– que no le interesa. Aunque todos ellos son "diferentes" a su manera y al principio recelen de las actitudes de Ernesto, poco a poco se van dando cuenta de que lo que nos define es también lo que nos diferencia. Estamos ante un viaje de autodescubrimiento y aceptación orquestado por almas disidentes.
Hay muy pocas películas que conecten con la pureza de los sentimientos y aún menos actores que reflejen mejor que Ernesto Alterio la espontaneidad de la vida y las emociones de un personaje. Un mundo normal es una película divertida y amarga que provoca sonrisas y lágrimas, a veces entremezcladas; una road movie simpática y esperanzadora a la que, sin embargo, acecha constantemente la idea de finitud de la vida. Como en A dos metros bajo tierra, quizás la mejor serie jamás emitida, Achero Mañas mira a la vida desde la cotidianidad –aquella escena entre Ernesto y su hija con el gramófono es sobrenatural–, arrostra la muerte sin miedo y la acepta como acompañante de viaje. Al fin y al cabo, como dice el protagonista recordando una frase de su madre, "cuando la vida se apaga la muerte se enciende".