Black Beach: cuando la corrupción destruye naciones

Esteban Crespo dirige este thriller de acción protagonizado por Raúl Arévalo y Candela Peña

Raúl Arévalo caracterizado como Carlos en una escena de 'Black Beach' / Imagen promocional (eOne)

El escenario en el que se mueve Black Beach sirve como un fiel reflejo de cómo y por qué las grandes multinacionales nos tienen atrapados en sus tejemanejes y relaciones de poder. La corrupción de los gobiernos de los países menos desarrollados, la explotación e intervención sistemática de Occidente en cuestiones que realmente no le competen y el supremacismo –muchas veces inconsciente– del hombre blanco sobre la población negra han convertido algunas zonas de África en un violento polvorín donde la vida no vale nada.

Black Beach, la nueva película de Esteban Crespo protagonizada por Raúl Arévalo y Candela Peña, habla de esa insalvable fricción cultural entre Occidente y África y de cómo los primeros, cómodos en nuestros sofás y camas de matrimonio, vemos los dramas y penurias de los segundos como algo ajeno. Igual que a Carlos (Arévalo), ese tiburón de los negocios que se dedica a la compraventa de grandes empresas y que viaja al Congo para negociar con un terrorista que ha puesto en peligro una suculenta operación multinacional, el drama de África no nos importa hasta que nos afecta. En el momento en que el hambre, la injusticia, el dolor y el miedo nos ponen contra las cuerdas, actuamos. El ser humano es un animal que funciona a través del sistema acción-reacción, y muchas veces esta última llega demasiado tarde.

Precisamente Carlos es ese tipo de hombre frío y distante al que poco le importa lo que pase en el mundo mientras no le afecte directamente. Cuando le toca de cerca, ve peligrar su futuro y pone en riesgo su integridad ética y moral, es cuando reacciona y se rebela. Pero el sistema que él mismo ha ayudado a construir es impenetrable, imposible de cambiar con la fuerza de un solo hombre. Carlos se enfrenta a una oscura verdad que él mismo ha forjado a fuego lento por culpa de su indiferencia: es imposible luchar contra la corrupción como individuo. Hace falta una revolución social global para conseguir un cambio real.

Más allá del componente sociopolítico de Black Beach, Esteban Crespo ha conseguido dirigir un correcto thriller de acción. Lo que comienza siendo una película de suspense sobre un tipo que trata de avergiuar por qué le han enviado a miles de kilómetros de distancia a salvar los muebles de su empresa acaba derivando en una cinta de acción llena de adrenalina, persecuciones en coche y tiroteos desde los tejados de las barriadas congoleñas.

Aunque es una buena película de género, carece de la profundidad política y social que sí tenían, por ejemplo, las de Costa-Gavras. Se queda en una mera anécdota superficial de cómo funciona el mundo. Si Black Beach se hubiese comprometido más con la injusticia y el dolor del pueblo africano y no hubiese hecho un retrato tan tópico de la corrupción y las personas que la fomentan, habría sido memorable.