‘Saint Maud’: un terror que llega a lo más profundo de tus miedos
El debut de Rose Glass tras las cámaras es terroríficamente efectivo; una explosión de horror psicológico obsesivo producido por el estudio responsable de 'Hereditary' y Midsommar'
De las entrañas de Saint Maud brota el terror más realista e inquietante de los últimos años. Con tan solo 30 años la directora Rose Glass conseguirá pasar a la historia por amalgamar lo mejor de aquella estética siniestra de la Suspiria de Guadagnino, el terror sobrenatural de El exorcista y el íntimo e impotente miedo cotidiano de Misery para elaborar una fábula moderna sobre los trastornos mentales y la autoflagelación que traspasa la barrera de lo enfermizo para convertirse en trágico.
Al contrario de lo que puede parecer en una lectura más simplista, la película no es ni un alegato antirreligioso ni es blasfema. El mensaje de Saint Maud viene a decir que ante una sociedad alienada que no acoge a los maltratados, a las personas inestables, estos pueden aferrarse a ideas disparatadas –en este caso el fanatismo religioso que roza la execración– para sustituir sus carencias emocionales. Si no tengo amigos en la calle, Dios me ayudará. Y si encima él me habla y me susurra cosas al oído, mejor.
Esa suerte de catarsis religiosa que roza lo extático, a veces lo orgásmico –esos momentos de conexión divina de la protagonista, una cuidadora de personas enfermas, tienen algo de erótico–, puede convertirse en un verdadero peligro en alguien con evidentes trastornos mentales que, aunque no llegan a especificarse en ningún momento de la película, probablemente tengan que ver con algún tipo de esquizofrenia mal tratada y potenciada por un trauma.
La historia de esta enfermera que habla con Dios y busca redimir a la pobre diabla de Amanda (Jennifer Ehle), una bailarina en fase terminal, es aterradora porque no utiliza elementos sobrenaturales. No necesita fantasmas, demonios del inframundo ni vómitos verdes o cabezas giratorias para dar miedo: se vale de lo psicológico, lo interno, y de esa mirada perdida y aparentemente inocente de la excelente actriz Morfydd Clark; su paranoia, su obsesión, su lento declive físico y psicológico que pasa por torturarse, rasgarse la piel, ponerse clavos en las suelas de los zapatos o quemarse las manos.
Es angustiosa porque te mete en la piel de esa chica desequilibrada, a la que odias por lo que hace pero compadeces debido a su trastorno. Pero Saint Maud es, ante todo, una sofisticada película de terror –no es de extrañar que la produzca el mismo estudio que Hereditary y Midsommar– marcada por las sutilezas de lo psicológico que no necesita sustos ni excesos sangrientos para demostrar que el miedo no está fuera, sino dentro, en los demonios de la mente.